Opinión

Pedro Escartín

Si estos callan, hablarán las piedras

9 de abril de 2022

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo de Ramos

De nuevo estamos en las puertas de la Semana Santa. El retorno del Año Litúrgico nos hace coger hoy con nuestras manos unos ramos de olivo y escenificar la entrada de Jesús en Jerusalén. El año pasado, mientras tomábamos este café dominical, pregunté a Jesús por qué    permitió que sus discípulos lo aclamaran como el rey que viene en el nombre del Señor. Según el relato del evangelista san Lucas, que hoy hemos escuchado (Lc 19, 28-40), fueron los fariseos los que requirieron que Jesús impusiera silencio a la gente que lo aclamaba. La respuesta de Jesús me ha sorprendido y se lo he dicho nada más vernos. Él me ha respondido:

– Sí; me dijeron con retintín: «Maestro, reprende a tus discípulos…»

– Y tú les dejaste cortados al responder: «Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras».

Mientras se entrecruzaban mi pregunta y su respuesta, hemos recogido las humeantes tazas de café y, una vez acomodados, he continuado:

– No me negarás que tu respuesta fue algo seca. ¿Qué quisiste decirles?

– Algo que se resistían a aceptar. Con mi llegada a Jerusalén, Dios estaba acercándose a aquella ciudad santa, que, sin embargo, de la mano de sus dirigentes me iba a rechazar unos días más tarde. Ellos temían que el Gobernador tomase aquellas manifestaciones de gozo como una algarada independentista, por eso, los jefes querían que las sofocase. Estaban ciegos para descubrir en mi llegada el paso del Padre por su historia.

– Y no les faltaba razón. ¡Bueno era Pilato como para que le alterasen la “pax” romana! -le he recordado-. ¿No fueron los propios fariseos los que poco antes te habían advertido que te marcharas de Judea, porque Herodes quería matarte?

– No te engañes -me ha dicho vertiendo el azucarillo en su café-. Querían que desapareciera de la escena pública por las maniobras políticas que se traían entre manos. Y así me apartaban de la misión que el Padre me había encomendado: traer a sus corazones una paz auténtica y duradera. ¿Quiénes me aclamaron como “el que viene en el nombre del Señor”? Aquella gente sencilla que me acompañó a Jerusalén, el ciego Bartimeo que encontré en la entrada de Jericó unos días antes, Zaqueo, el recaudador despreciado por los que se tenían por “buenos israelitas”; pero los jefes: sumos sacerdotes, escribas, fariseos y doctores de la Ley ¡cómo trataron de desacreditarme y se negaron a secundar mis llamadas! Lo recuerdas, ¿no?

– ¿Por eso un tiempo atrás te sinceraste con el Padre, dándole gracias «porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes y se las has revelado a los sencillos»? -le pregunté como quien ha logrado deshacer el nudo que sujeta la trama-.

– En efecto -ha añadido con pesar-. Por eso, les dije «si estos callan, hablarán las piedras». Y las piedras hablaron. Por tres veces advertí a Jerusalén, con lágrimas en los ojos, el errado camino que emprendía al rechazarme: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Porque vendrán días sobre ti en que tus enemigos te cercarán y no dejarán en ti piedra sobre piedra» -les dije-.

– O sea, que las piedras hablaron -he concluido apurando mi café-.

– ¡Y de qué manera! Ahí queda el Muro de las Lamentaciones como testimonio mudo de la destrucción de aquel Templo cuarenta años más tarde a manos de Vespasiano. Mis lágrimas fueron de impotencia ante las barreras y resistencias de los hombres: el Padre toma tan en serio vuestras decisiones que prefiere llorar de impotencia antes que privaros de libertad. ¡Es un profundo misterio para meditarlo al ritmo de los “pasos” de vuestra Semana Santa!

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