Muchos articulistas, creadores de opinión, comentaristas, personajes públicos… coinciden en que la paz comienza en el interior y en el cambio personal de cada una de las personas. Afirman que es el único camino seguro, lento, eficaz para que la paz se vaya abriendo camino en el mundo. No lo afirman desde una perspectiva creyente, sino radicalmente humana, filosófica. De hecho, afirman que, si no existieran muchísimas personas así, ya nos habríamos autodestruido los seres humanos. La verdad es que lo hemos intentado demasiadas veces y no lo hemos conseguido porque siempre hay personas que, de diversos modos, se han comprometido, incluso arriesgando la vida, por una paz verdadera.
Ucrania (la última y más cercana, la que directamente nos afecta a los europeos y cuyas imágenes de las atrocidades cometidas en la localidad ucraniana de Bucha, entre otras, nos parecen imposibles hoy); Siria en ruinas después de 10 años de guerra civil; Yemen (guerra civil desde 2015); Etiopía (guerra interna desde 2018), son la actualidad imposible de nuestro tiempo. Conflictos internos, terrorismo, tensiones entre países vecinos. Ahí nos encontramos, entre otros, con Sudán del Sur, Afganistán, Líbano, Irán, Nigeria, Irak, india-Pakistán, Israel-Palestina, Myanmar, R. D. Congo, R. Centroafricana, Somalia, Malí, Burkhina Fasso.
Ante esta atroz y cruel realidad, a pie de calle ¿sólo nos queda convertirnos en personas de paz interior y exterior? No sé si ‘solo’, pero ciertamente es imprescindible que cada uno de nosotros lleguemos a ser personas de paz.
De ahí mi insistencia (¿excesiva, suficiente?) en la oración para ir convirtiéndonos en esas personas que tanto necesita nuestro mundo. La oración para identificarnos con el Dios y Padre de la Paz y ayudarle a ir alcanzándola con nuestra conversión y nuestro sencillo bien hacer por la paz a nuestro alrededor.
Una oración de petición desenfocada, puede producir en nosotros el efecto contrario. Me explico. Orar para que Dios pare la guerra con su intervención milagrosa, implica que si no la para es porque no quiere. Terrible. Creo que ningún cristiano pensamos conscientemente de esa manera. Pero ¿está en nuestro subconsciente o en una fe no madurada?
Orar por la paz y no desarmar nuestro corazón y no emprender una vida pacificadora, no tendría ningún sentido. Es un lavarse las manos bajo apariencia religiosa. Orar no es abandonarse a no hacer nada. Es implicarse sabiendo que, por encima de todo, está el plan de paz de Dios, a cuya disposición nos pone la oración. Es creer que Dios es paz, dejar que esa paz penetre en nuestro ser y, desde ahí, implicarnos como personas libres (el don de Dios que nos hace humanos) con su diseño salvador de la construcción de algo mejor.
Una oración de petición por la paz, sin compromiso personal y pensando que todo depende de Dios sin nuestra colaboración y apoyo, puede conducir a la peor de las salidas: dejar de orar, dejar de creer en la oración. Si Dios no nos concede la paz, si no escucha nuestras peticiones hechas desde todos los rincones del mundo, ¿para qué orar si no sirve de nada? O peor todavía: seguir rezando mecánicamente por la paz aceptando que no conseguiremos nada. No exagero en estas dos apreciaciones. La primera la he escuchado; la segunda, ojalá no se dé. No obstante, un aplauso para tantas personas que, sin estas reflexiones, oran por la paz con el corazón en la mano y la esperanza en el corazón.
Hay un pensamiento de San Ignacio de Loyola que nos puede ayudar en el tema de la oración y la vida cristiana: “Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios”[1]. Con este sencillo comentario y otra traducción: “Dios no nos suplanta, sino que actúa a través de nosotros. Actúa como si todo dependiera de ti, confía como si todo dependiera de Dios: principio ignaciano que nos remite a lo que alguna vez dijo Ernst Bloch: “Sean ustedes hombres, y Dios será Dios”.[2]
No nos cansemos. Ayudar a Dios. Todas las guerras. Dios ayuda, no interviene. Orar, sin duda. Han sido los artículos que he dedicado a la oración por la paz ante la realidad de tantas guerras como nos rodean. Motivados por la invasión de Ucrania. Me queda el sentimiento de ‘culpa’ o la duda de si hubiéramos reaccionado de la misma manera si Ucrania estuviera en África, Asía o América del Sur.
Termino con unas palabras de Francisco sobre la oración y su influjo cuando procuramos orar bien y en las que nos invita a orar por la paz con la perspectiva de ‘todas las guerras’.
Antes de la invasión de Ucrania: “La oración nos ayuda porque nos une a Dios, nos abre al encuentro con Él. Sí, la oración es la clave que abre el corazón al Señor. Es dialogar con Dios, es escuchar su Palabra, es adorar: estar en silencio encomendándole lo que vivimos. Y a veces también es gritar con Él como Job, otras veces es desahogarse con Él… La oración abre el cielo: da oxígeno a la vida, da respiro incluso en medio de las angustias, y hace ver las cosas de modo más amplio”. (Ángelus. 9 enero 2022). Abre el corazón -el nuestro- AL Señor, no el corazón DEL Señor, que siempre está abierto, entregado y actuando.
“Orar es transformar la realidad. Es una misión activa, una intercesión continua. No es un alejamiento del mundo, sino un cambio del mundo.
Nos hará bien preguntarnos si la oración nos sumerge en esta transformación; si arroja una nueva luz sobre las personas y transfigura las situaciones. Porque si la oración está viva “trastoca por dentro”, reaviva el fuego de la misión, enciende la alegría, provoca continuamente que nos dejemos inquietar por el grito sufriente del mundo. Preguntémonos cómo estamos rezando por la guerra actual. […] Orar para transformar el mundo en el que estamos inmersos”.[3]
[1] cf. Pedro de Ribadeneira, Vida de san Ignacio de Loyola. Citado por Benedicto XVI. Audiencia General. 17 junio 2012
[2] LUIS ALFONSO GONZÁLEZ SJ. https://magis.iteso.mx/nota/la-paradoja-ignaciana/
[3] Homilía. 400 aniversario de la canonización de San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, Santa Teresa de Jesús, San Isidro labrador, San Felipe Neri. 12 marzo 2022)