Juan Pablo Ferrer: «Mi madre me transmitió su tierna fe en Dios»

Sheila Peñalva
20 de marzo de 2022

Con motivo de la celebración del Día del Seminario, hablamos con Juan Pablo Ferrer, sacerdote desde 1985 y Vicario de Pastoral de la Diócesis de Teruel. También es rector del Seminario de Teruel, profesor del CRETA; y párroco de Alcorisa, Berge y Molinos.

¿Cómo nació su vocación al sacerdocio?

Mi madre, Milagros, me transmitió su emotiva y tierna fe en Dios. Así lo hizo también con mis otros dos hermanos, mayores que yo y que, como yo, profesan la fe cristiana. La vocación al sacerdocio surgió en el Colegio La Salle de Teruel, donde me influyó muchísimo la manera de narrar la Sagrada Escritura del Hermano Jesús Abaigar. Descubrí que la fe es buena y que levanta el ánimo, abraza a todos, sostiene la esperanza, te hace estar seguro del amor más grande, el de Dios…

¿Cómo describiría su vocación sacerdotal?

Mi vocación se fue moldeando a lo largo de mi vida. En la pubertad, me sedujo la vocación incipiente de algunos seminaristas de los Padres Paúles en Teruel, que me abrieron su casa, sin que fuera uno de ellos. Aún mantengo relación con alguno de los que me contagiaron su amistad fresca y entusiasta con Jesús.

En la juventud, mientras estudiaba Magisterio, tuve a través de la Pastoral Juvenil un contacto estrecho con la realidad de mi Diócesis, de la mano de un obispo santo, don Damián Iguacen. ¡Nos quiso tanto a los de Teruel que él me hizo identificarme totalmente con mi tierra turolense! Ahí me sentí llamado a servir a mi tierra en el sacerdocio.

¿Cómo ha evolucionado su manera de vivir el sacerdocio?

En 1985 fui ordenado presbítero por don Antonio Algora, a quien agradezco mucho su creatividad pastoral, compromiso con Teruel y cariño que siempre me manifestó, incluso con su genio, durante sus dieciocho años de servicio episcopal.

Mi servicio presbiteral ha sido hasta ahora muy variado: servicios diocesanos en la catequesis, en los medios de comunicación, en la Vicaría de Pastoral, en la escuela pública y concertada, en el CRETA, en la Curia Diocesana… pero sobre todo en la vida parroquial rural, adoptando ahí toda clase de servicios: vicario parroquial, párroco solidario, párroco “en funciones”…

Todo esto me ha dado una gran fascinación por nuestras gentes y su modo de vivir… desde la sencillez y respeto con que se tratan en la Sierra de Albarracín hasta la apertura y dinamismo del Bajo Aragón, donde ahora estoy.

¿Cuáles han sido los retos más simbólicos que ha desempeñado como sacerdote?

En esta gran multiplicidad de servicios ha habido hitos importantes: Mi sacerdocio se forjó en mi época de Capellán de Emigrantes en París (Francia), donde también estudié Catequética. Me tocó servir humana, social y pastoralmente a dos comunidades emigrantes, de españoles y de colombianos. Ahí aprendí el valor de la proximidad y cercanía personal en mi servicio.

Otro desafío fue mi inserción en un equipo sacerdotal, en las Cuencas Mineras. Ahí, con Julio Marín y Enrique Pastor, recientemente fallecido, aprendí algo esencial: somos “presbiterio”, fraternidad sacerdotal.

En la Val de Jarque, dediqué muchos años al trabajo conjunto de cuatro pueblos muy unidos entre sí. Ahí aprendí, no solo a crear lazos entre los pueblos, sino, de la mano de Antonio Martínez, a valorar la espiritualidad y la relación profunda con Dios. Aquello me ha acompañado toda mi vida.

¿Cree que la Iglesia está lejos de los jóvenes? ¿Se debería evangelizar de otra forma? 

Yendo al presente, creo que la relación con los jóvenes hay que cuidarla mucho, a través de la vida de relación que todos los cristianos podemos entablar con ellos. Aquí en Alcorisa, podemos relacionarnos con ellos gracias a sus familias cristianas, a la clase de Religión, la catequesis de confirmación, el programa de Radio Balcéi, el iniciarse en el voluntariado en Cáritas, su protagonismo en la Semana Santa, su inmersión en el mundo digital, su preocupación por el medio ambiente…

¿Cuál consideras que es la tarea más difícil para un sacerdote?

Creo que lo más difícil para un sacerdote es lo que más necesita: una profunda espiritualidad orante y ministerial, una gran relación con Jesucristo, el Resucitado, pues somos sus manos, oídos, pies, corazón… Necesitamos orar juntos como miembros de la comunidad cristiana a la que somos enviados y formando una fraternidad sacerdotal en la Diócesis.

En el tiempo que llevas como sacerdote, ¿qué experiencias le han dejado más impactado?

Las experiencias de reconciliación me han impactado y han jalonado mi ministerio desde el día de mi ordenación. Aquel día presencié el abrazo, tras quince años de ruptura, entre mi padre y uno de sus hermanos. Esta labor reconciliadora me ha acompañado en varias ocasiones, favoreciendo la paz entre los habitantes enfrentados de un pueblo, la oración por la paz, la mediación en situaciones de conflicto…

¿Qué le diría a un chico que está pensando en entrar en el Seminario?

Quizás el ambiente mediático está salpicado de desprestigio hacia los sacerdotes… Pero, si un joven se plantea la vocación sacerdotal es porque ha visto la vida testimonial de algún sacerdote, como fue mi caso. Eso es lo que nos convence a todos: el testimonio sencillo, nada presuntuoso, de una persona que con sus defectos es feliz, haciendo felices a los demás con el espíritu de las Bienaventuranzas.

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