Este es mi Hijo amado; escuchadlo.
1.- Ambientación.
Este relato de la transfiguración está puesto después del anuncio de la Pasión. Los apóstoles han quedado desconcertados con el anuncio de un Mesías sufriente. Y sienten miedo a seguirte. Como todos nosotros. Yo también siento miedo ante el sufrimiento. Pero Tú, Señor, con la transfiguración quitas todos los miedos. Adelantas la Resurrección. Quiero darte gracias por tu condescendencia.
2.- Lectura reposada del evangelio. Marcos 9, 2-10
En aquel tiempo, Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia. Sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra. Después se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados. Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: «Este es mi Hijo amado; escúchenlo». En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué querría decir eso de «resucitar de entre los muertos».
3.- Qué dice el texto.
Meditación-reflexión.
Notemos que Jesús se lleva a Pedro, Santiago y Juan. No porque sean sus predilectos sino porque tienen que cambiar de postura. Santiago y Juan, ante los samaritanos que no han querido recibir a Jesús, han pedido que cayera sobre ellos “fuego del cielo”. Son violentos. Tampoco han estado tan finos cuando seguían a Jesús por el Camino hacia Jerusalén y pensaban en los primeros puestos. Pedro rechaza abiertamente a un Mesías sufriente. Y cuando están en el Monte quiere permanecer allí. Ya no quiere bajar. Han de subir a la montaña de Dios para cambiar de actitudes. La oración nos hace ver las cosas de distinta manera. La oración nos permite no confundir al Mesías con uno más de los personajes famosos del antiguo testamento, aunque sean Moisés (ley) o Elías (profetas). El resultado de este encuentro fue que, al final, ya no vieron a nadie más que “sólo a Jesús”. No podemos tener a Jesús como un hombre, por famoso que sea, sino como EL HOMBRE DIOS.
Tampoco subimos a la montaña de Dios para quedarnos ahí. Transfigurados por el amor, hay que bajar a pisar la tierra de los hombres, a mezclarse con los problemas de la gente. El cristiano no huye del mundo, pero sí sabe levantar este mundo hasta Dios.
Palabra del Papa
Es el cumplimiento de la revelación; por esto a su lado aparecen transfigurados Moisés y Elías, que representan la Ley de los profetas, significando que todo termina y comienza en Jesús, en su pasión y su gloria. La voz de orden para los discípulos y para nosotros es esta: ‘Escuchadlo’. Escuchen a Jesús. Es él el Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo, de hecho, comporta asumir la lógica de su ministerio pascual, ponerse en camino con él, para hacer de la propia existencia un don de amor a los otros, en dócil obediencia con la voluntad de Dios, con una actitud de separación de las cosas mundanas y de libertad interior. Es necesario, en otras palabras, estar prontos a ‘perder la propia vida’, donándola para que todos los hombres sean salvados, y para que nos reencontremos en la felicidad eterna. El camino de Jesús siempre nos lleva a la felicidad. No nos olvidemos: el camino de Jesús siempre nos lleva a la felicidad, habrá en medio una cruz o las pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús no nos engaña. Nos prometió la felicidad y nos la dará si seguimos su camino. (S.S. Francisco, Ángelus 1 de marzo de 2015).
4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio).
5.-Propósito: Ir hoy a la oración con la idea de subir al monte a respirar el aire puro de Dios. Y cambiar mi vida.
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Ahora yo le respondo con mi oración.
Gracias, Señor, por este rato de oración. También yo he dicho con Pedro: ¡Qué bien se está aquí! Pero hay que bajar de la montaña a la vida, al trabajo, al esfuerzo y, en ocasiones, al sufrimiento. Que la luz de la transfiguración ilumine la silueta de la Cruz.