‘Pero todavía queda no poco. Releamos y meditemos tan grandiosa homilía’. Así terminaba mi comentario de la semana pasada. Y, obediente a mí mismo, he seguido releyendo y meditando ‘tan grandiosa -al menos para mí- homilía’. ¿Francisquista? En sentido excluyente de otros papas y fanático de éste, pues no. Pero leo y sigo cada día con más interés sus palabras, aunque le siga menos en mi vida. ¿Soy cristiano-católico? Creo que sí, aunque mi seguimiento de Cristo sea flojo, flojo.
Lo digo sin miedo y con la libertad, pero con más respeto, que esto: “Es que ya casi nadie lee o escucha a Francisco porque nadie le cree. Se acabó su encanto, que siempre fue una farsa, y con él su pontificado”. Buscaba yo en internet la palabra ‘francisquista’ y me encuentro con esta ‘perla’ de un tal Caminante Wanderer. Escrita el 28 de junio de 2021. Parece que el tiro le ha salido un poco desviado a 7 meses de distancia. Pero haberlos como él, haylos.
En 2005, fue elegido Obispo de Roma el cardenal Ratzinger. Entonces yo estaba en Cochabamba. Nuestro arzobispo Tito: Jesús, ¿cómo te ha caído el nuevo Papa? Algo sospechaba él, porque me ‘conocía’ bastante y me había escuchado muchas charlas. Monseñor, le contesté, para mí Ratzinger ya no existe, solo existe Benedicto XVI. Y seguí su magisterio, lo cité muy a menudo y lo comenté en clases, charlas y retiros. Me impresionó su renuncia humilde e histórica.
Lo mismo había hecho con Juan Pablo II. Entre sus muchos y profundos escritos, cité, comenté y escribí sobre varios de ellos. Su profundidad y fundamentación trinitaria. Especialmente, me acompañó, con frecuencia comenté y escribí sobre ella, su Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, que nos hará mucho bien releerla alguna vez.
Me apetecía hacer esta introducción. Por opiniones, incluso sobre mis artículos, que respeto. Y no para dar razón a esa clásica afirmación: Excusatio no petita, accusatio menifesta (‘quien se excusa, se acusa’, ‘disculpa no pedida, culpa manifiesta’), sino para afirmar algo que nos une a todos los católicos: cristianos, sí; papistas, no. Jesús y su Evangelio. Lo demás, incluida la Iglesia, en tanto en cuanto nos acercan a ese Centro.
Después de esta introducción (¿tonta? ¿innecesaria? ¿a cuenta de qué?), vuelvo al 6 de enero y a su homilía. Para recoger tres afirmaciones, teológica y pastoralmente profundas e interpelantes.
La primera, ya citada la semana pasada y que recoge uno de los ‘más allá’ del Papa para poder vivir ‘deseando’: “más allá de una fe repetitiva y cansada”. La mayor desgracia que le puede ocurrir a una persona que se llama cristiana y a la Iglesia es precisamente esa: que su fe sea rutinaria, ‘repetitiva y cansada’. Todos perdemos. Jesús, que no llega por los causes normales que quiere llegar a los demás. El mundo, al que se le priva de conocer al verdadero Jesús del Evangelio y de su gracia liberadora que le aporta, sin imposiciones, lo mejor de lo mejor. La Iglesia que olvida aquello para lo que fue enviada.
La segunda afirmación nos invita a dejarnos “sorprender por Jesús, por la alegría desbordante e incómoda del Evangelio”. Para sorprenderse, se necesita estar atento a lo que sucede y no vivir instalado en la rutina. Porque es sorprendente que la alegría de Jesús sea “desbordante e incómoda”. No es una contradicción. Es una alegría tan desbordante, tan profunda, que nadie nos la podrá quitar Cfr. Jn 16,22). La alegría de saberse amado por Dios sin condiciones ni clausulas. Incómoda porque acaba con el egoísmo y la indiferencia, entre otras actitudes, y eso cuesta. La experiencia de nuestra vida es la mejor prueba.
Y la tercera. ¿La más teológica de las tres y la más cuestionante? “Es así como Dios habla a menudo, se dirige a nosotros más con preguntas que con respuestas”. Va directa esta afirmación contra la rutina, el cansancio, la costumbre de una fe adocenada regida por el egoísmo religioso. La verdadera fe no tranquiliza, estimula. No es la comodidad de una respuesta clara y para siempre, sino la inquietud creadora de algo siempre nuevo y distinto, de algo más siempre.
Primeros capítulos del Génesis. Dios regala todo al ser humano. Él mismo se regala, se dona a sí mismo, nos crea libres y nos respeta. Nos quiere libres y responsables. A partir de entonces, ante los hechos, comienza a preguntar: ¿Dónde estás? ¿Quién te informó de que estebas desnudo? ¿Qué has hecho? Quiere que reflexionemos sobre nuestra vida. y sigue preguntando: ¿Dónde está Abel, tu hermano? ¿Qué has hecho? Y no sirve la escusa ¿soy yo el guardián de mi hermano?
El Dios que pregunta es para despertar nuestra responsabilidad. Y Jesús seguirá preguntando: ¿cuántos panes tenéis?, ¿se puede curar en sábado?, ¿quién de ellos fue prójimo del herido?, ¿Porque has visto, has creído?, ¿me quieres?…
Cuestión esta fundamental para una fe consciente, libre, personal, adulta, no cómodamente tranquilizante y tranquilizadora o que se busca para sentir seguridad en la vida. Por tanto “esto tenemos que aprenderlo bien: Dios se dirige a nosotros más con preguntas que con respuestas. Pero dejémonos inquietar también por los interrogantes de los niños, por las dudas, las esperanzas y los deseos de las personas de nuestro tiempo. El camino es dejarse interrogar”. Por Dios y por demás, por sus necesidades, por sus ideas distintas a las nuestras.
La fe es siempre riesgo, pregunta, caminar, abrirse desde el fundamento seguro, claro, y a la vez oscuro, del amor de Dios. Una fe que se enfrenta a todas las preguntas y a todas las noches oscuras porque siente y experimenta: “no tengas, no tengáis miedo, porque yo estoy contigo, con vosotros”
Valorar estas tres afirmaciones de Francisco no es ser ‘francisquista’. Es acogerlas con la mente, el corazón y las manos para seguir cada día un poco mejor al Centro y Fundamento de nuestra vida: Jesús, el Señor y ‘el hijo del carpintero’, que también pregunta desde la confianza: “Dios mío, Dios ¿por qué me has abandonado? (Mt 27,46).