Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

Vivir deseando

12 de enero de 2022

“Su corazón no se deja entumecer en la madriguera de la apatía, sino que está sediento de luz; no se arrastra cansado en la pereza, sino que está inflamado por la nostalgia de nuevos horizontes”. Afirmación del Papa Francisco en su homilía del pasado 6 de enero, Epifanía del Señor. Homilía que, por su sencilla profundidad y belleza, no me deja tranquilo si no hago algo por difundirla entre los que me leéis, aunque ya la hayáis meditado.[1]  

Los corazones que no viven en la ‘madriguera de la apatía’, ni se arrastran ‘en la pereza’, sino que añoran ´nuevos horizontes’, son los corazones de unos personajes creados por un tal Mateo (Mt 2,1-12) y su comunidad. Un relato más que bello. Unos ‘magos de oriente’ (sabios, ¿reyes?, ¿tres? ¿Melchor, Gaspar y Baltasar? Las respuestas las ha inventado nuestra curiosidad) que siguen el camino de una estrella buscando la Verdad. Imaginación bella la de Mateo con un profundo y real mensaje salvador.

Mateo, su comunidad y su historia no se quedan en la apatía, pereza, nostalgia de sus personajes. “Eran «hombres de corazón inquieto. […] Hombres que esperaban, que no se conformaban con sus rentas seguras y quizás una alta posición social […]. Eran buscadores de Dios»” (Cita Francisco la Homilía de Benedicto XVI del 6 enero 2013).

El máximo deseo al que puede aspirar una persona es encontrar a Dios, encontrarse con Él, vivir esa experiencia que llena de sentido su existencia y el sentido de la historia. Es el mensaje de Mateo. Como Palabra, mensaje de Dios.

Esto supuesto, no por suponer sino porque es así, quiero ver en la homilía de Francisco una llamada, una invitación general, universal, no solo religiosa, sobre la necesidad intrínseca al ser humano de encontrar un sentido a su vida por encima de la apatía, la pereza, el conformismo, la masa, la indiferencia… una invitación a ‘pensar el tiempo’, llevados del ‘impulso interior’ del deseo.

Para encontrar lo que puede dar sentido a la vida, lo primero de todo es desearlo. El inicio de esta búsqueda “nace del deseo. Este es su secreto interior: saber desear… Desear significa mantener vivo el fuego que arde dentro de nosotros y que nos impulsa a buscar más allá de lo inmediato, más allá de lo visible. Desear es acoger la vida como un misterio que nos supera, como una hendidura siempre abierta que invita a mirar más allá”. […] Porque somos seres “amasados de deseo; orientados, como los magos, hacia las estrellas. Podemos decir, sin exagerar, que nosotros somos lo que deseamos. Porque son los deseos los que ensanchan nuestra mirada e impulsan la vida a ir más allá: más allá de las barreras de la rutina, más allá de una vida embotada en el consumo… más allá del miedo de arriesgarnos, de comprometernos por los demás y por el bien”.

Opuesta a este deseo, o mejor su anulación, es vivir “en una actitud de “estacionamiento”, vivimos estacionados, sin este impulso del deseo que es el que nos hace avanzar… estamos saciados de tantas cosas, pero carecemos de la nostalgia por lo que nos hace falta… Nos hemos obsesionado con las necesidades, con lo que comeremos o con qué nos vestiremos (cf. Mt 6,25), dejando que se volatilice el deseo de aquello que va más allá. Y nos encontramos en la avidez de comunidades que tienen todo y a menudo ya no sienten nada en el corazón… Porque la falta de deseo lleva a la tristeza, a la indiferencia”.

Frente al estacionamiento, a la parada, a la costumbre, a la rutina, el deseo interior nos urge a comenzar cada día. Porque la vida, mientras estamos en ella, solo merece llamarse vida si la llenamos cada día de sentido. La vida no se nos da hecha, siempre está por hacer, siempre inacabada. Por eso es vida. Si no actualizamos el deseo interior de hacerla nueva siempre, estamos quitándole el nombre de vida convirtiéndola en camino sin esperanza, sin perspectiva, sin ilusión. 

Vivir el deseo interior nos lleva a “escuchar con atención las preguntas del corazón, de la conciencia; … los interrogantes de los niños, (por) las dudas, las esperanzas y los deseos de las personas de nuestro tiempo. El camino es dejarse interrogar”.

Y a no tener miedo a lo encontrado, a decidir por nosotros mismos, decida lo que decida y piense lo que piense el ambiente que nos rodea. Y así podremos convertirnos “en semilla de justicia y de fraternidad en sociedades donde, todavía hoy, tantos Herodes siembran muerte y masacran a pobres y a inocentes, ante la indiferencia de muchos”. Herodes declarados y confesos o Herodes que, en el anonimato de la masa y en el ‘todos lo hacen’, quitan el jugo de la libertad y de la personalidad a la vida. ‘Desear’ así nos “sana de la dictadura de las necesidades. El corazón, en efecto, se enferma cuando los deseos sólo coinciden con las necesidades”. “No le demos a la apatía y a la resignación el poder de clavarnos en la tristeza de una vida mediocre”.

No tener miedo y “caminar juntos” ayudará “al corazón del que es indiferente…, de quien ha perdido la esperanza…, a salir e ir más allá, seguir adelante”.

Todo esto se fortalece con el deseo de Dios y se puede debilitar o desaparecer con el olvido de Dios. Es el mensaje de Francisco que yo he querido extender a toda vida sea creyente o no.

No obstante, no puedo ni quiero terminar sin recoger ese fuerte ‘aviso para navegantes’ que dirige Francisco a quienes creemos en Dios y tenemos que ir más allá de una fe repetitiva y cansada”.

“¿No estamos, desde hace demasiado tiempo, bloqueados, aparcados en una religión convencional, exterior, formal, que ya no inflama el corazón y no cambia la vida? ¿Nuestras palabras y nuestros ritos provocan en el corazón de la gente el deseo de encaminarse hacia Dios o son “lengua muerta”, que habla sólo de sí misma y a sí misma? Es triste cuando una comunidad de creyentes no desea más y, cansada, se arrastra en el manejo de las cosas en vez de dejarse sorprender por Jesús, por la alegría desbordante e incómoda del Evangelio. Es triste cuando un sacerdote ha cerrado la puerta al deseo; es triste caer en el funcionalismo clerical, es muy triste”.

Se puede decir más alto, pero no más claro. Tengo que terminar. Y es mucho por hoy. Pero todavía queda no poco. Releamos y meditemos tan grandiosa homilía.


[1] Todas las frases entrecomilladas y en cursiva son de Francisco.

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