El comienzo de año en la Iglesia zaragozana viene siempre marcado por la figura de Santa María. El día uno, con toda la Iglesia, celebramos la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Y al día siguiente la tradicional y zaragozana fiesta de la Venida de la Virgen. María fue elegida desde el principio de los tiempos para ser la Madre del Hijo del Padre eterno, por eso Dios la enriqueció con multitud de gracias especiales. La hizo inmaculada, la llenó de gracia y la llevó consigo en cuerpo y alma a la gloria de los cielos. María vivió en una constante apertura a Dios y a su Palabra y supo descubrir a Dios en los diversos acontecimientos de su vida.
El día dos conmemoramos la Venida de la Virgen a Zaragoza. Celebración entrañable para los devotos pilaristas que nos llena siempre de singular alegría. La Misa de Medianoche junto al Pilar puesto por la Virgen, con la que se inicia el día dos, nos introduce en el corazón de la Madre. La Madre de Dios, sale a nuestro encuentro, para que nos sintamos fortalecidos en nuestra relación con Cristo. María vivió en su vida las virtudes propias del cristiano. Vivió la fe poniéndose totalmente en las manos de Dios y creyendo en su Palabra. Vivió la esperanza confiando en su amor y en su misericordia. Vivió la caridad amando a Dios y a sus hermanos con todo el corazón.
Cuando concretemos nuestros propósitos para este año nuevo, es bueno que caigamos en la cuenta, que para el cristiano las horas del tiempo no son tan sólo fases en el curso de los astros, sino horas que narran la historia del amor de Dios con nosotros. Esa historia de amor, que da sentido al año nuevo, nos ayuda a querer vivir este año cristianamente, en plenitud. Y en María y en sus virtudes, tenemos un excelente modelo para hacerlo.
Sí, también nosotros necesitamos vivir la fe constantemente. Solo a través de ella es cómo podemos aceptar confiadamente su voluntad. Nuestra fe no debe consistir solamente en aceptar lo que Dios nos pide, sino también en poner en práctica su Palabra. Y es importante vivir la esperanza. Porque Dios ciertamente no nos abandona jamás. Somos nosotros los que muchas veces le damos la espalda. Esperar en Dios significa estar seguros de que Él siempre nos dará su ayuda aún en los momentos difíciles que nos toque vivir. La esperanza es el secreto de la alegría y de la paz del cristiano. Y también necesitamos vivir con espíritu de caridad. El amor es el que va a transformar nuestro mundo. Y el amor no viene de fuera, sino que brota de nuestros corazones y tiene su origen en Dios. La fuente del amor la llevamos dentro de nosotros mismos. Dios ha derramado su amor en nosotros con el Espíritu que nos ha dado. Por eso debemos amar siempre a pesar de todo lo negativo que nos pueda rodear. El amor es la única respuesta que debemos dar nosotros como cristianos, si queremos vivir como verdaderos discípulos de Cristo.
Este año se nos presenta como una maravillosa oportunidad de construir un mundo nuevo y una Iglesia distinta. Movilicemos, pues, todas nuestras energías. Pongamos en juego lo mejor de nosotros mismos y sigamos construyendo, como María, esa historia de amor de Dios con nosotros.