Opinión

Pedro Escartín

Hijo, ¿por qué nos has tratado así?

26 de diciembre de 2021

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del domingo de la Sagrada Familia

Ayer celebramos la Navidad y hoy la Iglesia, con el relato de san Lucas (Lc 2, 41-52) que narra el desconcierto de sus padres ante la “travesura” de un Jesús adolescente, nos propone a esta familia -la “sagrada familia” de María, José y Jesús- como espejo en el que mirarnos.

– ¡Menudo disgusto que diste a tus padres en tu primera subida de Nazaret a Jerusalén! -he dicho a Jesús por todo saludo-.

– Y bien que lo siento -me ha respondido mientras buscábamos dónde acomodarnos-. Pero ya había llegado el momento de desvelarles quién es mi verdadero Padre.

Sentados ante dos tazas de café, humeantes y aromáticas, Jesús ha proseguido:

– ¡Cómo os cuesta haceros cargo de que el Padre está por encima de todo!

– Cierto, es así -he reconocido humildemente-. Pero también podías haberles evitado el disgusto de pensar que te habías perdido. Era la primera vez que, al llegar a la pubertad, subías al Templo conforme a lo dispuesto por la Ley; al regreso, cuando, después de una jornada de camino, no te encontraron con la caravana que se volvía a Galilea tuvieron que sufrir un susto de muerte.

– No fue esa mi intención; seguramente hubo un malentendido y, además, lo primero era lo primero. Después de cumplir con lo mandado, ellos se fueron a hacer sus cosas y yo me quedé en el Templo, escuchando a los maestros de la Ley. Les hice algunas preguntas para aclarar sus ideas sobre el Padre y su Reino; la gente escuchaba encantada y el tiempo pasó volando; mis padres creyeron que estaba con la caravana y yo, enfrascado en mi primera confrontación con los maestros, tampoco me di cuenta de que la caravana se había puesto en marcha…

Jesús y yo estábamos también encantados, pues, él hablando y yo escuchando, se nos enfriaba el café. Tomamos unos sorbos y proseguí:

– Entre volver a Jerusalén y buscarte por todos los rincones en los que podías estar, María y José pasaron tres días de angustia. No me extraña que tu madre, al encontrarte en el Templo, te regañase con aquella amarga queja: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así. Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados».

– Esta fue la gran oportunidad para que les quedase claro de una vez por todas quién es mi Padre y que Él es siempre lo primero. Sospeché que de entrada no comprenderían lo que quería decir cuando les respondí: «¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?», pero poco a poco lo fueron entendiendo. Les compensé regresando con ellos a Nazaret, aprendiendo el oficio que me enseñó el bueno de José y comportándome como un buen hijo con él y con mi madre, hasta que llegó «mi hora».

– No lo dudo en absoluto. Los de Nazaret te llamaban “el hijo del carpintero” y estoy seguro de que en tu casa se vivía el clima que unos años más tarde recomendó tu apóstol Pablo a las familias cristianas: «sea vuestro uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión…».

– Y no sólo eso -ha añadido-; además de hacerme cumplir lo que mandaba la Ley, me alimentaron, me ayudaron a crecer en sabiduría humana y me enseñaron los Salmos, mientras yo les enseñé a llamar «Papá» (“Abbá”) a Dios, cosa que toda familia debería hacer ahora.

Y, dejando unas monedas sobre la mesa, nos despedimos con el ¡Feliz Navidad! más auténtico de mi vida.

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