Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.El tiempo de Adviento nos invita a realizar un camino, guiados por la luz creciente del Señor que vino, viene y vendrá. La certeza de que Jesucristo se acerca cambia nuestra desilusión en esperanza y transforma nuestras inquietudes en posibilidades.
No estamos solos en nuestra peregrinación. Sentimos a nuestro lado los pasos del amigo que nunca falla, que nos ama incondicionalmente y que derrama sobre nosotros su abundante misericordia. Con el nuevo año litúrgico se nos concede una abundancia de dones. Nos preparamos para identificar la presencia del Señor en medio de nosotros, en cualquier momento y con especial intensidad. Y nos disponemos, con corazón abierto, sencillo y agradecido, a contemplar el misterio de su nacimiento en condiciones de peculiar pobreza y extrema vulnerabilidad. El sentido cristiano de la historia no es circular.
No asistimos pasivamente a una sucesión repetida de acontecimientos y circunstancias. La historia es como una trayectoria, tiene un origen, un destino y una consistencia. Jesucristo es quien da coherencia y orientación a todo.
El tiempo de Adviento no es solamente un recuerdo, sino que contiene la realidad que conmemora. Adviento es tiempo de especial gracia. Unas semanas que vivimos como oportunidad favorable, como tiempo propicio, como ocasión y posibilidad, para aceptar el proyecto de Dios sobre nuestra vida personal, comunitaria y eclesial.
Caminamos juntos al encuentro del Señor que viene a compartir nuestra naturaleza, nuestras alegrías y sufrimientos, nuestros proyectos y tareas. Jesucristo viene para darnos a conocer al Padre, para revelarnos el rostro del Dios que es Amor y para concedernos la vida que no se acaba: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn 17,3).
Los cristianos somos presencia viva del Adviento perenne. Porque Jesús viene constantemente, fielmente, hasta que llegue finalmente, definitivamente. Y a nosotros nos corresponde atisbar su llegada, anunciar su presencia, compartir la dicha de escuchar sus palabras, contemplar sus acciones y conmovernos con su silencio. Los cristianos somos como quienes otean cada día el horizonte aguardando el reencuentro con los seres queridos.
Pero nosotros sabemos que no esperamos a un ausente, sino que percibimos la compañía perpetua de Jesucristo, continuo y eterno presente. A partir del 24 de diciembre, en el hemisferio norte, las noches irán reduciéndose y aumentará progresivamente la luz de los días. Con Jesucristo se disipan las tinieblas y Él es la luz que acompaña, fortalece e ilumina.Recibid mi saludo y mi bendición.