“Sobre todo, tener cuidado con los hipócritas, es decir estar atentos a no basar la vida en el culto de la apariencia, de la exterioridad, sobre el cuidado exagerado de la propia imagen. Y, sobre todo, estar atentos a no doblegar la fe a nuestros intereses […]. Aquí vemos esa actitud tan fea que también hoy vemos en muchos puestos, en muchos lugares, el clericalismo, este estar por encima de los humildes, explotarlos, “golpearlos”, sentirse perfectos. Este es el mal del clericalismo. Es una advertencia para todo tiempo y para todos, Iglesia y sociedad: no aprovecharse nunca del propio rol para aplastar a los demás, ¡nunca ganar sobre la piel de los más débiles!” (Francisco. Ángelus 7 nov 21).
Preparando la homilía del domingo pasado sobre Mc 12,38-44 (“¡Cuidado con los escribas! … Esa pobre viuda… que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”), me alegró que los varios comentarios que leí, casi todos hablaban del clericalismo en su sentido original (sacerdotes clericalistas) y en un sentido ampliado (clericalismo de muchos bautizados). Es que el clericalismo también se contagia. Nos gusta mandar y que te lo reconozcan ‘por lo bien que lo hace usted’, que te obedezcan y, además, te den las gracias. Y eso se pega.
Mi sorpresa y alegría aumentaron cuando, al final del domingo, leí el comentario del Papa en el Ángelus. Esta coincidencia me llevó a este artículo hilvanando frases de esos comentarios leídos. Y como el clericalismo es lo más opuesto a la ‘sinodalidad’ (ser fundamental de y en la Iglesia), ojalá el Sínodo, que ya estamos viviendo en las diócesis, contribuya a la progresiva y rápida desaparición de tal lacra. También por eso escribo.
Como todo grupo social, la Iglesia necesita de múltiples servicios para cumplir su misión: obispos, presbíteros, religiosos, teólogos, comunidades organizadas, responsables de grupos pastorales, etc. Esa necesidad ‘social’ se convierte en la Iglesia en nota esencial de su ser: “Todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8) y de su actuar: “No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser importante entre vosotros, sea vuestro servidor” (Mt 20,26). Pues bien, el clericalismo consigue que aquellos mismos que debían estar al servicio de la Iglesia se conviertan en dominadores y terminen destruyendo la misión encomendada aprovechándose de ella para su poder y ‘mando’ al servicio de sí mismos.
La reflexión más dura que leí se expresa así: “Hoy Jesús diría: ‘¡cuidado con los curas!’. Frase que solo se puede leer con humildad, sin poner el grito en el cielo, sin echar balones fuera, viendo qué de verdad manifiesta y pensando -porque así es- que hay muchos presbíteros no clericalistas… Jesús denuncia algunas conductas de los dirigentes religiosos de su época, que podemos comparar y actualizar con conductas muy semejantes hoy: “pasearse con amplio ropaje” (lit. túnicas largas); “reverencias en las plazas”; “asientos de honor en las sinagogas”; “primeros puestos en los banquetes”. Estos signos separan, crean superioridad, ensanchan el “ego”, crean aureola de “casta”, predisponen a controlar, hablar sólo ellos, imponer sus interpretaciones... Esto destruye la fraternidad.
Aunque no es menos duro este texto de Francisco: “El clericalismo es una permanente tentación de los sacerdotes, que interpretan «el ministerio recibido como un poder que hay que ejercer más que como un servicio gratuito y generoso que ofrecer; y esto nos lleva a creer que pertenecemos a un grupo que tiene todas las respuestas y no necesita ya escuchar ni aprender nada. Sin dudas un espíritu clericalista expone a las personas consagradas a perder el respeto por el valor sagrado e inalienable de cada persona y de su libertad”. (Christus vivit 98)
No solo entre el clero hay clericalistas. Existe un tipo de cristianismo que se da en todos los grupos cristianos y en muchos agentes de pastoral no presbíteros. Cristianos que quieren ‘trabajar en la misión de la Iglesia’ dominando a los demás a costa de creer que saben más o que tienen más autoridad que los demás en la Iglesia o simplemente mandando. Pretenden ser los representantes primeros en la comunidad, en el grupo, en actividades pastorales. Pero realmente sólo obedecen a su ideología y buscan el poder del grupo cristiano o de la parroquia. No ofrecen su vida, sino al contrario: viven del sometimiento de los otros. A su “yo” le gusta figurar, que los saluden, que reconozcan su trabajo, que los inviten y les hagan regalos, etc.
“Cuando en el pueblo de Dios no hay profecía, el vacío que deja es ocupado por el clericalismo: es ese clericalismo que le pregunta a Jesús: ‘¿Con qué autoridad haces estas cosas?”. Grave afirmación de Francisco sobre el clericalismo en todo el pueblo de Dios. (Homilía. 16 diciembre 2013)
El clericalismo, antes o después, siempre, convierte a los que están llamados a ser servidores en señores; utilizan la comunidad para brillar, dominar; su saber y experiencia los usan para su encumbramiento; buscan modos para afianzar su permanencia… Quienes tienen alguna responsabilidad en la Iglesia han de ser servidores de la comunidad. Si olvidamos esto, somos un peligro en y para la Iglesia y su misión evangelizadora. El cristianismo, por contraposición, es fraternidad, generosidad y bondad.
Y, para terminar, una oración final escogida de entre las muchas que he podido leer: “Jesús, que tu Espíritu nos ayude a eliminar de la Iglesia: ropajes, reverencias, asientos de honor, comercio religioso…; que nos inspire signos de humilde fraternidad y ayuda, que no viva de apariencia de poder, lujo y vana gloria; que la vida de los servidores eclesiales sea sencilla y el signo más visible del servicio de la Iglesia.