Opinión

Francisco José Pérez

5 minutos de silencio

9 de febrero de 2018

“¿Quién de nosotros ha llorado por este hecho y por hechos como éste?”. ¿Quién ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas? ¿Quién ha llorado por estas personas que estaban en la barca? ¿Por las jóvenes mamás que llevaban a sus niños? ¿Por estos hombres que deseaban algo para sostener a sus propias familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llorar, del “padecer con”: ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar!” Papa Francisco

La Federación Aragonesa de Solidaridad, y la Plataforma ciudadana contra el racismo, han acordado que cada vez que haya una sola persona migrante más muerta en el Mediterráneo, convocaran 24 horas después una concentración de 5 minutos de silencio en señal de duelo y como muestra de solidaridad.

Los organizadores nos dicen que se trata de cinco minutos de silencio para gritar  “No más muertes en las fronteras” y exigir al Gobierno y a Europa:

  • Vías legales y seguras: vías de tránsito seguras y legales para que la gente no tenga que arriesgar su vida para alcanzar suelo seguro.
  • El derecho a no tener que huir del propio país: políticas económicas, fiscales, comerciales, medioambientales justas… que contribuyan a reducir la pobreza y la desigualdad
  • Cumplimiento de la legalidad internacional y los derechos humanos de las personas en movimiento.

La casualidad ha querido que la primera concentración convocada por estas organizaciones, tras la muerte de 20 personas y la desaparición de otras 27 el pasado domingo 4 de febrero,  adquiriera un importante valor simbólico al coincidir con el cuarto aniversario de la muerte de quince personas en la playa de Tarajal, cuando intentaban alcanzar a nado la costa española, como consecuencia de una actuación policial, desproporcionada e ilegal, según denuncian varias organizaciones solidarias.

El día 6 de febrero se ha iniciado este gesto en Zaragoza con 5 minutos de silencio ante las puertas de la Delegación del Gobierno, por las 21 personas muertas en el Mediterráneo mientras intentaban cruzarlo y llegar a Melilla en busca de una vida digna. 21 personas procedentes de Mali, Guinea Conakry y Costa de Marfil entre las víctimas de la tragedia, en el fondo del mar, invisibles siendo solo un número en las noticias a las que ya estamos demasiado acostumbradas, y que pasarán a engrosar la lista de las más de 6000 personas que desde 1997 han desaparecido o fallecido por esas políticas migratorias y por unos gobernantes que les han dejado sin posibilidades reales de migrar por vías legales y seguras, condenándolas a jugarse la vida.

En ese sentido, consideramos que se trata de un gesto que apela directamente a la dimensión social de nuestra conciencia, en el sentido que

  • Posibilita visibilizar y denunciar las muertes de inmigrantes en nuestras fronteras. No podemos ignorar que las personas que intentan llegar a nuestro país están desesperadas y buscan una vida segura y digna, tanto para ellas mismas como para sus familias; que para ellas, arriesgar sus vidas en embarcaciones precarias es la única opción para escapar de la injusticia, la violencia, los desastres y la pobreza.
  • Es una forma de exigir justicia y responsabilidades ante la impunidad de unas políticas migratorias europeas y españolas, cuyo resultado son estas víctimas inocentes. Estas muertes no son sólo una tragedia humanitaria, son una consecuencia directa de nuestras políticas migratorias y de control de fronteras. Hasta ahora, los estados miembros de la UE han apostado por cerrar o externalizar sus fronteras. Pero esto no impide ni impedirá, por muchas vallas o muros que se construyan, que la gente continúe buscando seguridad, dignidad y una vida mejor. Al contrario, la falta de rutas seguras y regulares para llegar a Europa empuja a muchas personas a confiar en traficantes que hacen negocio y se enriquecen a costa de su sufrimiento. Por ello, tenemos que denunciar las políticas y prácticas económicas europeas y españolas que generan y mantienen desigualdades y exclusión y que obligan a las personas migrantes y refugiadas a jugarse la vida en el viaje.

En este contexto cabe recordar las palabras de la alcaldesa de la isla de Lampedusa, Giusy Nicolini: “estoy cada vez más convencida de que la política europea sobre inmigración considera este tributo de vidas un modo para calmar los flujos, para lograr una especie de efecto disuasorio”.

  • Nos permite manifestarnos, y alzar nuestra voz para mostrar nuestra inconformidad ante la impunidad de las muertes en la Frontera Sur.
  • Deja al descubierto la insensibilidad e impasibilidad, cuando no el rechazo xenófobo, con el que buena parte de nuestra sociedad y administraciones se sitúan ante esta trágica realidad. En este sentido hemos de tomar conciencia de que los muros no se construyen solo con cemento y concertinas, sino sobre el miedo al otro, a lo desconocido, contribuyendo a agrandar así la brecha entre ellos y nosotros. Esta estigmatización de la población migrante tiene también mucho que ver, en nuestro país, con ese amplio conjunto de trabajadores y trabajadoras precarias, sin derechos, que ven en los inmigrantes una amenaza, una competencia a la baja, y da lugar a una guerra entre pobres, entre los últimos y los penúltimos, alentada desde mensajes promovidos desde las instituciones económicas y políticas de que “no hay suficiente para todos”, que lleva a ver natural la exclusión de los inmigrantes.

Esta mentalidad excluyente podemos verla reflejada en el hecho de que el slogan dominante en Europa sea el “Do not come to Europe” (“No vengas a Europa”), expresado por el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, frente a mensajes como “Refugees welcome” (“Bienvenidos refugiados”), #YoSoyTierradeAcogida; Migrar #EsunDerecho… de las organizaciones de solidaridad con los inmigrantes. Una contraposición que no sólo es lingüística, sino que está dando lugar a la criminalización de la población migrante, así como a la de las ONGs, e incluso la de la propia ayuda humanitaria.

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