Opinión

Pedro Escartín

La más generosa

6 de noviembre de 2021

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (07/11/2021)

Dos pobres viudas protagonizan la Palabra de Dios de este domingo: la viuda de Sarepta, que socorrió al hombre de Dios, Elías, (1 R 17, 10-16), y la que atrajo la atención de Jesús por la ofrenda que depositó en el cepillo del templo (Mc 12, 38-44). Es una coincidencia sugestiva y sospecho que Jesús tendrá algo interesante que comentarme.

– ¡Feliz Domingo! -le he dicho al encontrarnos en la puerta de la cafetería-. Hoy tenemos protagonistas femeninas.

– “Es domingo; una luz nueva resucita la mañana / con su mirada inocente / llena de gozo y de gracia”, dice un himno litúrgico para los domingos, aunque me parece que tu mirada no es del todo inocente -me ha respondido mientras pedíamos nuestros cafés-.

– ¿Por qué lo dices? -he reaccionado un poco mosqueado-.

– Porque tu interés por esas viudas que hoy aparecen en las lecturas trae algo de retranca. ¿Me equivoco?

– ¡Hombre!, no deja de ser interesante que dos mujeres acaparen la atención, en aquel ambiente en el que contaban tan poco -he dicho tratando de justificarme-.

– No te alarmes, no vas desencaminado; pero en esa coincidencia hay más de lo que piensas. Al alabar la ofrenda de la viuda, no hice un guiño al feminismo; por aquellas fechas, éste era un debate desconocido para los vecinos de Palestina; quise recordar, a ellos y a vosotros, que el Padre no mira tanto lo que le dais, sino cuánto es lo que os reserváis. Cuando aquella viuda echó en el cepillo del templo dos leptas, es decir, un cuadrante que era la moneda romana más pequeña, puso en práctica mi recomendación «vosotros no estéis agobiados pensando qué comer ni qué beber; ya sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de ello», porque era todo lo que tenía para vivir. Y la viuda de Sarepta, lo mismo al hacerle un panecillo a Elías con la poca harina que le quedaba en el cántaro. Las dos sabían que el Padre no las abandonaría.

Enzarzados en la conversación, habíamos dejado los cafés sobre la mesa y se estaban enfriando; así que hicimos un alto y nos aplicamos a saborearlos. Pero enseguida proseguí:

– Entonces, ¿eres partidario de quedarse esperando a que el pan nos llueva del cielo?

– ¿Por qué tergiversas mis palabras? -me ha dicho sin alterarse-. En la parábola de los talentos, la de los criados que reciben diversa cantidad de dinero mientras el amo está de viaje, ¿recuerdas?, queda claro que debéis poner a trabajar las cualidades y bienes que el Padre os ha dado y que la holgazanería no es de recibo. Pero tampoco, la ambición y, sobre todo, el agobio por atesorar. Recuerda que antes de ver a la viuda echando aquellas monedillas, critiqué la avaricia de los escribas y fariseos, que buscaban «los primeros puestos en los banquetes» y devoraban «los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia más rigurosa», dije a todos, cosa que no sentó bien a los aludidos.

– O sea, que de lo que hemos de guardarnos es de la avaricia, no del esfuerzo que la vida lleva consigo… -he concluido tratando de comprender-.

– De la avaricia, que es una idolatría, como advirtió Pablo a los cristianos de Colosas. Y no olvides la generosidad y la humilde confianza en mi Padre de las dos viudas. Lo que le apena es lo mucho que atesoráis por vuestra poca confianza en Él…

Me he levantado para pedir la cuenta y el camarero me ha dicho, haciendo un gesto hacia el de la mesa vecina, que ya se iba: “Está pagado. Ha oído lo que hablabais”

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