Flash sobre el Evangelio del Domingo XXIX del Tiempo Ordinario (17/10/2021)
En la homilía de hoy, el cura se ha detenido en el salmo responsorial: «Que tu misericordia venga sobre nosotros como lo esperamos de ti» (Sal. 32), para inculcarnos la convicción de que en Jesús se ha cumplido esa misericordia divina mucho más de lo que pudiéramos imaginar. No lo niego, pero yo hubiera preferido que hubiese hablado del segundo fracaso apostólico de Jesús, éste con sus discípulos más cercanos, que nos narra el Evangelio (Mc 10, 35-45) después
del que tuvo con el joven rico. Veremos qué piensa Jesús.
– Hoy el párroco no ha subrayado tu segundo fracaso apostólico en pocos días, ¿qué te parece? -le he dicho a modo de saludo-.
– ¿Por qué te motivan tanto mis fracasos apostólicos?- me ha respondido al acomodarnos con el café sobre la mesa-.
– Ni que fueras gallego en lugar de vecino de Nazaret. ¿Pretendes responder a mi pregunta con otra pregunta?- he dicho con tono beligerante-.
– Bueno, ¡haya paz! -ha añadido enseguida-. Supongo que el favor que me pedían los Zebedos, de que les reservase los primeros puestos en mi reino, te suena a fracaso, porque da a entender que nada conseguí de ellos con mis precedentes instrucciones sobre el destino del Mesías. Y así es; aunque olvidas que ni yo ni el Padre queremos violentar vuestra libertad y que, a veces, vosotros necesitáis tiempo para asimilar las enseñanzas. Por eso la paciencia forma parte de la misericordia divina, de la que el párroco os ha hablado.
He hecho un gesto de asentimiento mientras tomaba un sorbo de café y he proseguido:
– Perdona, no quería molestar ni a los gallegos ni a ti. Pero no deja de sorprenderme la escasa perspicacia de tus discípulos y cuánto les costó dar su brazo a torcer.
– Y, ¿cuánto os cuesta a vosotros? Ellos estaban hechos de la misma pasta- ha respondido con un gesto de comprensión-. El autor de la carta a los Hebreos (Hb 4, 14-16), que habéis escuchado en la segunda lectura de la Misa, dice refiriéndose a mí: «No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado». De modo que sólo me diferencio de vosotros en que nunca me aparto de la voluntad del Padre; pero en todo lo demás, incluida la amargura del fracaso y el sufrimiento, soy como vosotros. El Padre respondió a vuestro deseo de misericordia, que se pide en el Salmo, enviándome a mí, hecho tan humano como vosotros.
– Y nos propones un camino tan poco halagüeño como el del dolor y la muerte… -he concluido recuperando el tono beligerante-.
– Ya te he dicho otras veces que no os propongo el sufrimiento porque yo sea masoquista o sádico -me ha atajado con una expresión de infinita paciencia, mientras apuraba su café-, sino porque no hay otro camino cuando se quiere servir a la gente. Las imágenes del “cáliz” que hay que beber y del “bautismo” con el que hay que bautizarse evocan vuestra inmersión en el misterio de mi pasión y muerte, pero también en la gloria de mi resurrección. Haciendo el bien a los necesitados, a los que son tratados injustamente, a los que sufren…, el dolor es inevitable, pero con ese dolor se salva a ellos y al mundo. Mi resurrección es la garantía.
– De modo que lo que tú quieres de nosotros es que nos hagamos servidores unos de otros…
– Y que no os dejéis hechizar por el deseo de poder y la ambición de dominio, que corrompen tanto como las riquezas- ha concluido levantándose y pidiendo la cuenta-. ¡Hasta el domingo que viene, si el Padre quiere!