Flash sobre el Evangelio del Domingo XXVI del Tiempo Ordinario (26/09/2021)
Han quedado grabadas en mi memoria unas palabras del cura en la homilía. Al tratar de explicar las dos partes del evangelio de hoy (Mc 9, 38-48), ha dicho: para Jesús, sólo la lucha contra el mal es innegociable. Me ha parecido una afirmación un poco fuerte, demasiado rotunda, y quiero saber si Jesús comparte el punto de vista de su “ministro”. Como veo a Jesús entrando en la cafetería, pronto lo sabré.
– ¿Qué traes hoy entre manos? -me ha dicho a modo de saludo-.
– ¡Feliz “domingo”! ¡Feliz “Día de tu Padre”! -he respondido, recordando lo que me dijo el domingo pasado al encontrarnos y ocupando la mesa que ha señalado vacía-.
– El “día” de mi Padre y el de mi resurrección, y también el de la Iglesia y de la solidaridad, y del ser humano… El “domingo” es un día especial, aunque para algunos resulta insignificante a cuenta de su ansiedad por desconectar…
– Y que lo digas -he dicho después de tomar el primer sorbo de café-. Pero yo quería saber qué piensas de la opinión de nuestro cura sobre lo innegociable que es la lucha contra el mal.
– Pues que tiene razón y que resume bastante bien los dos temas del Evangelio de hoy -ha replicado sonriendo y ocupándose de su café-.
– Explícamelo -he respondido-, porque veo una contradicción: a Juan y a los demás del grupo de los Doce, que reivindicaban la exclusiva de la relación contigo, les dijiste: «el que no está contra nosotros está a favor nuestro», pero a continuación soltaste una filípica contra los que escandalizan a los débiles y, según los evangelistas Mateo y Lucas, también dijiste: «el que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama». ¿En qué quedamos?
– Pues, justamente, en lo que os ha dicho el cura -ha replicado-. Y ante el asombro de mi rostro, ha proseguido:
– Cuando Juan quiso impedir al exorcista que hiciera el bien, porque no pertenecía al grupo de discípulos, les dije que ellos no tenían la exclusiva de hacer el bien, y que debían ser tolerantes y magnánimos, dos virtudes que se olvidan con frecuencia. Pero cuando alguien siembra trampas y tropiezos en el camino de los que todavía son débiles en la fe, es preciso que sepa que no está conmigo, que está contra mí y que desparrama…
– ¿Por eso te mostraste tan radical, al decir que más les valdría ser arrojados al mar atados a una piedra de molino? -he dicho con un poco de candidez en mis palabras-.
– Sí; y lo de cortarte la mano y sacarte el ojo. Con estas expresiones tan duras para los oídos modernos, pero comprensibles para aquellos contemporáneos, quise subrayar que hay que eliminar de raíz lo que produce esos tropiezos o escándalos, y que esa raíz se encuentra en el interior de cada uno: en la voluntad de dominio, en la ambición insaciable y egoísta. Son metáforas que indican perfectamente que la lucha contra el mal es innegociable…
– Tienes razón -he reconocido-. ¡Cuántos niños y jóvenes, cuánta gente de buena voluntad ha quedado herida para toda su vida por los turbios manejos de la droga, de la prostitución, del juego, la pornografía y otros muchos escándalos, provocados por el egoísmo!
– Y no olvidéis a vuestros hermanos que han tenido que emigrar o que buscan refugio. Hoy la Iglesia os los recuerda y vuestro corazón será de piedra si miráis hacia otro lado, si criticáis las ayudas que se les proporcionan o si pensáis que amenazan vuestro bienestar… -ha concluido muy serio mientras nos despedíamos-.