El estallido de un corazón enamorado de Dios.

Raúl Romero López
25 de octubre de 2021

Palabras del autor:

Con el salmo 150 se concluye esta obra. Doy gracias a Dios porque la he podido acabar a mis 85 años ya cumplidos. Si estos comentarios os han servido para acercaros más a Dios, para poner paz en vuestro corazón, para afianzar vuestra fe y vuestra esperanza, me sentiré muy satisfecho. De algo podéis estar seguros: Que estas reflexiones sobre los salmos las he hecho con toda ilusión y cariño. Yo he sido el primero en aprovecharme espiritualmente. Si alguien me pidiera un versículo de un salmo, me quedaría con éste: “Sea el Señor tu delicia y Él te dará todo lo que tu corazón pide” (Salmo 37.4) 

Salmo 150

Descarga aquí el pdf completo

1 ¡Aleluya!

Alabad al Señor en su templo,

alabadlo en su fuerte firmamento.

2 Alabadlo por sus obras magníficas,

Alabadlo por su inmensa grandeza.

3 Alabadlo tocando trompetas,

Alabadlo con arpas y cítaras,

4 alabadlo con tambores y danzas,

alabadlo con trompas y flautas,

5 alabadlo con platillos sonoros,

alabadlo con platillos vibrantes.

6 Todo ser que alienta alabe al Señor.

¡Aleluya!

INTRODUCCIÓN

El salterio se cierra con una solemne doxología final en forma hímnica. No es un himno independiente, sino que, al menos en la mente del autor, ha querido ser el himno que recogiera el sentir de quien ha leído, orado y creído con el salterio.

Es una doxología solemne, ardiente y sonora, como las trompetas del templo. Una festiva doxología musical cuyo aleluya parece no querer nunca extinguirse. Un himno donde todo es armonía y movimiento, dando como resultado una sinfonía poderosa y sobrecogedora.

El salmo 150 es un canto en el que todo ser viviente se afana en tributar a Yavé todo honor y gloria. Un gran final, a toda orquesta, que corona esta majestuosa colección de cantos en honor del Dios de Israel.

El hilo conductor de los 150 salmos, a pesar de sus lamentos, sus lágrimas, y los avatares de la vida cotidiana, siempre es el de la celebración. La última palabra del salterio es la de la pura alabanza y la adoración. “La alabanza divina es la gran obra humana” (san Agustín).

REFLEXION-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO

Al final del salterio hay una palabra explosiva que resuena en el cielo y en la tierra: “¡Aleluya! (v.1).

“¡Aleluya!” En esta palabra se recogen todas las vivencias y experiencias acumuladas a lo largo de 150 salmos. Es una palabra pletórica, explosiva. “Los que la han colocado aquí querían reunir y resumir todas las palabras del salterio en esta alabanza y en un aleluya” (A. Maillot).

El templo al que se refiere este versículo puede ser el templo de Jerusalén, lugar de la presencia de Dios en la tierra. El salmista invita a glorificar a Dios que se ha dignado venir de su cielo y habitar con los israelitas. Pero puede referirse también al santuario celeste, esas regiones inaccesibles donde reina el Dios trascendente con sus ángeles. Allá los fieles levantan sus ojos y sus corazones.

La liturgia terrestre se asoma a la celeste en un afán de imitarla. En el lugar sagrado se toca el cielo con la tierra y se invita al mundo celestial a participar en el cántico de alabanza. “El cántico de alabanza debe llenar por completo el cielo y la tierra” (H. Gunkel).

Dios merece la alabanza por sus obras magníficas.  La mayor de las creadas, el hombre. Y por encima de todo, EL HOMBRE-JESÚS (v. 2).

Dios ha revelado su grandeza en las obras magníficas que ha realizado. El salmista tiene presentes las grandes liberaciones históricas (Egipto, Babilonia, diáspora helénica) y las otras liberaciones más personales (enfermedad, pecado, muerte).

Toda la cercanía salvadora de Dios a lo largo de la historia de Israel, desde el padre Abrahán hasta el último de los orantes del pueblo elegido, es motivo de alabanza.

El salmista da gracias a Dios por las grandes obras realizadas en favor de su pueblo Israel. Pero nosotros, como cristianos, sabemos que la obra más maravillosa de Dios ha sido su Hijo Jesucristo. Por eso hacemos nuestra la recomendación de Pablo: “Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados. Cantad y tocad para el Señor con todo vuestro corazón. Y dad gracias continuamente a Dios Padre por todas las cosas en nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 5,19-20).

“Alabadlo por su inmensa grandeza”

El salmista todavía tiene una nueva motivación para la alabanza a Dios: su inmensa gloria. Aquí se alaba a Dios como tal, por ser como es: tan grande, tan bueno, tan fantástico, tan maravilloso. El salmista pide que se callen todas las criaturas y, en un silencio mortal, adoren al Creador. El auténtico adorador no se entrega a Dios; no se consagra a Dios; se pierde en Dios.

Trompetas, arpas, cítaras, ¡despertad! y no faltéis a la cita.  Os necesitamos para la alabanza (v.3.)

Las trompetas, hechas de cuerno de carnero, se usaban en muchas ocasiones y con fines diferentes; en el culto, su uso se reservó a los sacerdotes. “Se encargarán de tocar las trompetas los sacerdotes, los hijos de Aarón” (Num 10,8). La cítara y el arpa, instrumentos de cuerda, son mencionados con más frecuencia en el salterio. En el templo estaban reservados para el oficio levítico. “Para inaugurar la muralla de Jerusalén fueron convocados los levitas desde todos sus lugares de residencia para que fuesen a Jerusalén. Era preciso celebrar la fiesta de la dedicación con alegría y con cánticos, al son de címbalos, arpas y cítaras” (Neh 12,27).

En este himno de alabanza, que no falte la música y la danza (v. 4-5).

El tambor, instrumento de percusión, era tocado por las jóvenes en las fiestas y celebraciones de victoria. “María, la profetisa, hermana de Aarón, tomó en sus manos un pandero, y todas las mujeres le acompañaban con panderos bailando. Y María les respondía: ¡Cantad al Señor, por la gloria de su victoria; caballos y jinetes precipitó en el mar!” (Ex 15,20-21). Job se queja de que su flauta sólo le sirva para acompañar plañideras (Job 30,31). Importante es la incorporación de la danza en la liturgia judía. “La danza estiliza movimientos humanos, los ordena en ritmos, los combina en figuras. Todo ello se ofrece a la divinidad como espectáculo montado en su honor” (Alonso Schökel).

Los platillos o címbalos se usaban lo mismo en la guerra que en el culto. En el salmo no parece que los hubiera de dos clases. La repetición alude a dos efectos diferentes de los mismos: la sonoridad y el júbilo. El salmista quiere oír a la orquesta en pleno tocando a todo volumen para acompañar los cantos de alabanza. Y se detiene en la enumeración de los instrumentos: de viento, de cuerda, de percusión. Quiere también ver al pueblo danzando de entusiasmo al son de la música, en honor del Señor.

La fe tiene que ser festiva. Como la de este último salmo del salterio. La fe festiva y gozosa es a la vez seria y recia. El pueblo creyente, entonces como hoy, tiene una manera auténtica de expresar la alabanza: el canto litúrgico. Cuidarlo y promocionarlo será colaborar a esta expresión de fe popular.

Con el último “Aleluya”, el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, se reconcilia con toda la creación y eleva al Creador el supremo himno de adoración y alabanza (v. 6).

El salmo termina con una especie de aforismo final. La invitación a la alabanza, tras la oración sálmica, se vuelve universal y cósmica: todo y todos están llamados a la alabanza desde el momento en que han sido llamados a la existencia. Todos los seres creados tienen voz y alaban a Dios a su manera. Es precisamente en su alabanza donde encuentran el sentido profundo de su existencia.

“Esta última frase del salterio se destaca al término de la obra como la última ola sobre las playas, arrancada a las tempestades del gran océano mugiente” (E. Beaucamp).

Entre todos los seres que han recibido un aliento de vida, destaca especialmente el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios. El hombre tiene el deber de recoger todos los ecos, los susurros, los sonidos de la creación y lanzar a los cielos, lleno de emoción y estremecimiento, el último “Aleluya”.

“Aleluya es una palabra que, in crescendo rítmico, como si de una danza se tratara, eleva al creyente al éxtasis contemplativo, a la alegría eterna” (Ángel Aparicio).

Precisamente hablando de los hombres, seres inteligentes, comenta este versículo san Agustín: “Vosotros sois la trompeta, el salterio, la cítara, el tambor, el coro, las cuerdas, el órgano, el címbalo sonoro de regocijo de las cosas que suenan bien, porque son armónicas”.

Y quisiera acabar la obra con la misma oración que recitaba san Agustín después de la explicación de cada salmo. “Vueltos al Señor, Dios Padre omnipotente, démosle con puro corazón, en cuanto nos lo permite nuestra pequeñez, las más rendidas y sinceras gracias, pidiendo a su particular bondad, que se digne oír nuestras plegarias.

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

“El nacimiento de Jesús fue anunciado por los ángeles de esta manera: “Gloria a Dios en el cielo” (Lc. 2,14).

Después de la misión apostólica, cuando los apóstoles cuentan a Jesús cómo les ha ido, Jesús se dirige al Padre diciendo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra” (Mt. 11,25).

También nos enseñó a santificar siempre ese nombre (Mt. 6,9).

Los curados de enfermedades se iban “glorificando a Dios” (Lc. 5,25; 13,3; 17,15).

“El respiro común, armonía de todos estos elementos en orden y belleza perfecta son la música primera y auténtica. El mundo entero es una música cuyo autor y ejecutor es Dios. La multitud inmensa de perfecciones de los elegidos ejecutará para Dios una especie de música con diversos instrumentos, un concierto de armonías y melodías” (San Gregorio Niseno).

“El profeta ha convocado a los habitantes del cielo, después a los hombres de todos los tiempos, finalmente a todos los instrumentos musicales. Alabar a Dios sin interrupción es nuestro sacrificio, nuestra oferta, nuestro ministerio más noble, que reproduce la vida de los ángeles” (San Juan Crisóstomo).

ACTUALIZACIÓN

¿Es posible ser feliz en este mundo?

Con el salmo 150 llegamos al final de esta obra.  El salmo primero nos hacía una invitación a la felicidad: “dichoso el hombre”. Antes de meternos en el contenido del libro, nos habla de felicidad. La felicidad es posible, pero hay que contar con Dios. Los 150 salmos son caminos hacia la felicidad. Y el salmo 150 estalla de gozo.

Si algo nos enseña este libro es a buscar la auténtica felicidad en Dios, a salir de nosotros mismos, de todos nuestros ídolos que, al final, nos dejan el corazón vacío.

En el salmo 150 el salmista estalla de gozo, de felicidad. Ha hecho un gran descubrimiento: Buscando a Dios, haciendo lo que a Dios le gusta, lo que a Él le agrada, su corazón se ha llenado de gozo. Tanto que ha invitado a todas las criaturas materiales, a todos los instrumentos de cuerda; a todos los animales de cielo, tierra y agua; a todos los ángeles del cielo, para que se unan con él en esta orquesta maravillosa.

Para muchos de nuestro tiempo, tal vez Dios sea una “hipótesis inútil”. Pero lo que no se puede negar es que, a través de la historia humana, ha habido y sigue habiendo miles de hombres y mujeres que han sido plenamente felices con Dios. ¿Todos se han equivocado?

Una religiosa carmelita me contaba lo siguiente: “Llegó a visitarnos una joven con inquietud, en actitud de búsqueda. Nos estuvo preguntando por nuestra vida aquí en clausura. Si salíamos y cuándo; si veíamos tele, si podíamos comer de todo. Etc. Le dijimos que no salíamos excepto para ir al médico; que normalmente no comíamos carne, que sólo veíamos TV. en alguna circunstancia especial etc.

En un momento dado, nos dijo: ¿Y, si después de esto, no hay nada?  Y una de ellas, con una enorme sonrisa, le dijo: “Y a mí lo bailado ¿quién me lo quita? ¿Y lo feliz que yo he sido en el convento con Dios y con mis hermanas?  Sin comentario.

El salterio no se cierra con el último salmo. Queda abierto para nuevas experiencias. Tú puedes comenzar hoy a escribir el salmo 151 ¿Te apuntas?

PREGUNTAS

1.- Todos los seres de la creación y todos los instrumentos musicales alaban a Dios. Y yo, como criatura racional, ¿me asocio a ese concierto maravilloso?

2.- Los instrumentos de música necesitan afinarse antes de un concierto. ¿Está mi comunidad afinada por la caridad, para ofrecerle a Dios la mejor música?

3.- ¿Sé escuchar los sonidos armoniosos que me llegan de la naturaleza? ¿Escucho atentamente la música de Dios?

ORACIÓN

“Alabadlo por su inmensa grandeza”

Señor, yo quiero alabarte, a toda orquesta, con el salmo 150. Muchos son los motivos que tengo para hacerlo: las maravillas que has obrado en la creación y en la historia. Pero hoy quiero alabarte, especialmente, por tu inmensa gloria.

Quiero alabarte por ser tan bueno, tan magnífico, tan estupendo. Yo quiero disfrutar de ti. Tú eres el centro de mi ocupación y preocupación. Tú eres mi gozo y mi alegría. Tú eres todo para mí.

Las cosas de este mundo me interesan en cuanto tienen relación contigo. Las personas me interesan porque han sido creadas por ti y son objeto de tu amor. Haz, Señor, que no me canse nunca de mirarte. Embriágame, cautívame, fascíname, sedúceme, extasíame.

“Todo ser que alienta alabe al Señor”

Tú, Señor, has infundido en los seres tu aliento de vida. Sin tu aliento, todos retornarían a la nada. Haz que las criaturas que viven por ti vivan también para ti. Que descubran en ti el sentido último de su existencia.

Que te alabe la hormiga y el elefante; que te alabe el águila y el insecto; que te alabe la ballena y el pececillo. Pero, ante todo, que te alabe el hombre a quien le has dado una participación en tu propia vida.

Que te alaben los jóvenes y los adultos. Que te alaben los ancianos y los niños. Que te alaben los varones y las mujeres. Que te alaben mientras vivan y no dejen de alabarte cuando te entreguen el último aliento.

“Aleluya”

Con esta palabra se cierra el salterio. Es una palabra que quiere recoger todos los sentimientos y emociones de 150 canciones en tu honor. Por estas sendas han transitado miles y miles de personas con sus problemas, sus preocupaciones, sus dudas, sus sufrimientos; también sus alegrías. Recibe, Señor, en la patena de este aleluya toda la vida de los hombres y mujeres de este mundo. Acepta este ofertorio existencial como el mejor brindis a ti, Señor, Creador y Rey del Universo. Amén.

Palabras del autor a los lectores.

Con el salmo 150 se concluye esta obra. Doy gracias a Dios porque la he podido acabar a mis 85 años ya cumplidos. Si estos comentarios os han servido para acercaros más a Dios, para poner paz en vuestro corazón, para afianzar vuestra fe y vuestra esperanza, me sentiré muy satisfecho. De algo podéis estar seguros: Que estas reflexiones sobre los salmos las he hecho con toda ilusión y cariño. Yo he sido el primero en aprovecharme espiritualmente. Si alguien me pidiera un versículo de un salmo, me quedaría con éste: “Sea el Señor tu delicia y Él te dará todo lo que tu corazón pide” (Salmo 37.4) 

Un abrazo, Raúl Romero López.

Este artículo se ha leído 735 veces.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Compartir
WhatsApp
Email
Facebook
X (Twitter)
LinkedIn

Noticias relacionadas