Salmo 146
1 ¡Aleluya!
Alaba, alma mía, al Señor:
2 alabaré al Señor mientras viva,
tañeré para mi Dios mientras exista.
3 No confiéis en los príncipes,
seres de polvo que no pueden salvar:
4 exhalan el espíritu y vuelven al polvo,
ese día perecen sus planes.
5 Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob,
el que espera en el Señor, su Dios,
6 que hizo el cielo y la tierra,
el mar y cuanto hay en él;
que mantiene su fidelidad perpetuamente,
7 que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos,
8 el Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
9 el Señor guarda a los peregrinos,
sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
10 El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.
¡Aleluya!
INTRODUCCIÓN
La aclamación litúrgica Aleluya inicia y concluye cada uno de estos últimos poemas del salterio, que son doxologías o cantos de alabanza. Todos los instrumentos de la creación, todas las voces de los hombres forman una hermosa sinfonía que no acabará nunca: es la pregustación y el preludio de las aclamaciones que tendrán lugar en el cielo.
La alabanza expresada en este salmo se fundamenta en el poder creador de Dios y en su bondad para con los pobres y oprimidos. La alabanza a Dios llena la vida entera. Alabar a Dios es precisamente la plenitud del existir humano. Pero a Dios sólo puede alabarle el que confía en él y esto significa que no deposita su confianza en los poderes de este mundo. El salmo tiene tono hímnico pero su carácter es didáctico. El salmista, que se invita a sí mismo a la alabanza, aconseja a los demás que no confíen en los poderosos. Toda persona está situada ante dos opciones: o confiar en el hombre, en su ser frágil y mortal, o esperar en el Señor, Dios eterno y fiel. El salmista ha encontrado la felicidad en su Dios y quisiera ahorrar a los demás la equivocación de buscarlo en otra parte.
REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO
El salmo comienza con un estallido del alma: ¡Aleluya! (v.1-2).
El salmista comienza el salmo 146 con una exclamación: “¡Aleluya!” Es como el estallido de un corazón que salta de júbilo al experimentar que la alabanza a Dios constituye la tarea más fantástica y maravillosa del ser humano. El salmista anima a su propia alma, como si de una cítara se tratara, a afinar bien las cuerdas, a ponerse a punto, para ofrecer a Dios la más dulce y bella canción. El alma, consciente y entusiasmada de su gran misión, responde que ya está preparada para ofrecer al Señor una alabanza que dure tanto como su vida.
No hay que confiar en ningún hombre que sólo se apoya en sí mismo (v 3).
No se puede confiar en los príncipes; éstos, aunque de momento tienen poder, participan de la fragilidad humana y están abocados a la muerte. Todos sus proyectos acaban en la tumba. En varias ocasiones la Biblia nos dice que no debemos confiar en el hombre. Se trata del hombre que vive al margen de Dios: es egoísta, autosuficiente y se cree superior a los demás.
En este mundo sobran los mesías y los redentores. El único que salva es el Señor (v.5).
El Dios de Jacob trae el recuerdo de las doce tribus y expresa la conciencia de seguir formando un pueblo. Este pueblo se siente feliz de haber sido salvado por el Señor. “¡Felicidades, Israel! ¿Quién como tú? Pueblo salvado por el Señor” (Dt 33,29).
¿Qué Dios tan grande como nuestro Dios? (v.6).
El tema de la creación tan maravillosa nos habla de lo ilimitado del poder de Dios. Hay innumerables maravillas que el hombre todavía no ha descubierto. “Hermanos, tenemos un gran Dios… Él hizo las cosas que ves. Te admiras del mundo ¿por qué no del artífice del mundo? Miras al cielo y te estremeces; piensas en la tierra, y tiemblas; ¿cuándo comprenderás la magnitud del mar? Mira la infinidad de estrellas, considera la multitud de semillas, las clases de animales, todo lo que nada en el mar, repta en la tierra, vuela en el aire y da vueltas en el cielo; todas estas cosas ¡qué grandes, qué excelsas, qué hermosas, qué estupendas son! Ve que el que hizo todo esto es tu Dios. Pon en él tu esperanza para que seas bienaventurado” (san Agustín).
“Mantiene su fidelidad perpetuamente”
En la vida es bonito encontrarte con personas de quienes te puedes fiar. Puedes confiarles todos los secretos y sabes que, en todas las circunstancias, puedes contar con ellas. Cuando estas personas mueren, algo tuyo, tal vez lo más íntimo, muere con ellas. Nosotros podemos contar con Dios. Él nunca nos defrauda. Su fidelidad se prolonga hasta más allá de la muerte.
También hoy nosotros podemos vivir en Babilonia (v.7).
Las doce acciones de la obra salvadora de Dios: crear, hacer justicia, dar pan, liberar, guardar peregrinos, sustentar huérfanos/ viudas, trastornar los caminos de los malos, reinar para siempre, están hablando del continuo y definitivo actuar de Dios en la historia del hombre débil y frágil. Es fácil encajar en esta lista las experiencias del exilio.
Cuando el salmista habla de los oprimidos, parece aludir a los judíos desterrados en Babilonia: “Están oprimidos los de Israel, y también los de Judá; quienes los desterraron los retienen, y se niegan a soltarlos” (Jer 50,33).
El destierro de Babilonia fue una de las pruebas más duras por las que pasó el pueblo de Israel. Están lejos de su tierra, sin templo, sin sacerdotes, sin sacrificios. Sensación de soledad y de fracaso. Pero Dios, aparentemente ausente, siempre ha estado presente: “Pero su defensor es fuerte; se llama Señor todopoderoso” (Jer 50,34).
Es de notar que en un salmo corto (sólo tiene 10 versículos) aparece nueve veces la palabra Señor. Se trata de una presencia abrumadora.
Ha sido el Señor el que los ha liberado del cautiverio y los ha llevado de nuevo a su tierra. Notemos que también nosotros hoy podemos vivir en Babilonia. A veces llevamos la cárcel dentro de nuestro propio corazón. Somos esclavos del dinero, de las pasiones, del qué dirán… Es muy difícil ser libres del todo.
Es muy triste vivir sin horizonte (v. 8).
El salmo habla de ceguera. Para conocer de qué ceguera se trata, debemos acudir de nuevo al profeta Isaías que nos dice: “Guiaré a los ciegos por un camino que no conocen, los conduciré por sendas que ignoran” (Is 42,16).
Según el profeta, somos ciegos cuando no vemos más que lo de siempre; cuando sólo sabemos caminar por las mismas sendas; cuando no se abren a nuestros ojos nuevas perspectivas, nuevos horizontes. En fin, somos ciegos cuando no estrenamos la novedad de Dios cada mañana.
“Nadie fue ayer
ni va hoy,
ni irá mañana
hacia Dios
por ese mismo camino
que voy yo.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol…
y un camino virgen
Dios.
(León Felipe).
El Señor ama a los justos
El Señor ama a todos. Y si ama a todos ¿quién podrá vislumbrar lo que ama a los suyos? Si el padre bueno de la parábola corre, besa, abraza y empuja a la fiesta a semejante calavera, nos preguntamos: ¿Qué hubiera hecho con él si siempre le hubiera dado gusto? A san Pablo Dios le concedió asomarse un poco al cielo y ver la vida de los justos. Y dijo lo siguiente: “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni entendimiento humano podrá nunca comprender lo que Dios tiene reservado para aquellos que le aman” (1 Cor 2,9).
No más servir a señores que van a morir. (v.10).
El salmista termina atribuyendo al Señor una cualidad que no tienen los reyes de la tierra: la perpetuidad. La muerte cae sobre los reyes y príncipes de este mundo como caen los párpados sobre nuestros ojos: de una manera inexorable. El salmista se entusiasma al constatar que está sirviendo a un rey que no puede morir. Y se pregunta: Este rey que reina eternamente, ¿consentirá que el justo muera para siempre? El salmo, en esta época, no puede dar respuesta a esta pregunta. El último grito de admiración y entusiasmo nos da pie para imaginar que el salmista, el amado del Señor, ha pregustado ya en este “Aleluya” el gozo y la alegría de un abrazo eterno.
TRASPOSICIÓN CRISTIANA
“Los contactos que tiene este salmo con la vida de Jesús son innumerables. Basta recordar su programa de vida (Lc. 4,18-21) y sus consecuencias: oprimidos de toda clase que son liberados, hambrientos que comen hasta hartarse, ciegos y personas “dobladas” que son curadas. Véase también el cariño con que Jesús trata a los extranjeros, a las viudas y a los huérfanos; no podemos olvidar el Reino que anunció, que inauguró e incorporó a nuestro caminar y que confió a los pobres (Mt. 5,1-12).
También hemos de tener presente la actitud de Jesús contra los poderosos, enseñando al pueblo a no confiar en ellos” (José Bortolini).
“Los profetas rechazan que el pueblo deposite su afecto y confianza en una realidad distinta del Señor, atribuyendo a los impíos unas cualidades que sólo a Dios competen” (J. L. Sicre).
“El martirio es una gracia que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad. Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y como un testimonio de esperanza en el futuro” (Óscar Romero).
“El verdadero ateo es el que no cree que Dios puede cambiar este mundo… es el que no espera ya nada de Dios en la historia de los hombres. Quien reniega del aquí del hombre reniega del más allá de Dios” (K. Barth).
ACTUALIZACIÓN
Este salmo encaja perfectamente con un precioso movimiento de “solidaridad” que estamos constatando en nuestra época. Cantidad de O.N.G atienden proyectos del Tercer Mundo. Cantidad de voluntarios se alistan en proyectos en favor de la justicia. ¡Bienvenidos sean vengan de donde vengan! El cristiano acepta, aprueba y agradece todo lo verdaderamente humano, todo lo que contribuye a crear un mundo más justo.
De una manera u otra, el que haya comprendido lo que es el actuar generoso de Dios a favor de los pobres y marginados, tendrá que colaborar gustosamente con este tipo de instituciones a favor de la igualdad y fraternidad universal. Es en este terreno donde la tarea cristiana se hace del todo necesaria hoy.
A nosotros nos incumbe la necesidad de examinar las distintas motivaciones que orientan esas acciones en unos y otros. Y evaluar los resultados.
“Alabanza y acción salvífica se entrecruzan en el reino de Dios inaugurado en Sión…Es ésta la meta de todo el himno. Un himno que es un cántico al amor divino con relación a la pobreza humana. Un himno que, aun en la más pura teología de la alianza, puede ser la oración de todos los que buscan la justicia” (Ravasi).
PREGUNTAS
1.- Este salmo comienza y termina con un aleluya. En medio de éste hay un interés por los pobres, las viudas y los huérfanos. ¿Sé conjugar la alabanza a Dios con el compromiso con los hermanos?
2.- El Señor mantiene siempre su fidelidad. ¿Me fío yo de los hermanos de mi comunidad? ¿Existe en mi comunidad un clima de confianza?
3.- El Señor ama a los justos. ¿Me siento profundamente amado de Dios? ¿El amor de Dios me incentiva a amar a los que tienen ideas distintas a las mías?
ORACIÓN
“Alabaré al Señor mientras viva”
La alabanza es la reacción espontánea del hombre ante las maravillas realizadas por Dios en la creación o en la historia. Es una manera bonita y elegante de decirle a Dios: ¡Qué grande eres! ¡Qué magnífico! ¡Qué fabuloso!…
Yo, Señor, he nacido para alabarte. Cuando te alabo, te bendigo, te doy gracias, me reafirmo en mi ser de persona. Cuando más te alabo soy más humano. La alabanza, cuando es auténtica, me lleva a sintonizar con los gustos de Dios; por eso me inclina a preocuparme por tantos hermanos míos, amados por Dios.
Señor, yo te alabaré mientras viva. Yo quiero encontrar en la alabanza el sentido último de mi vida y, lo mismo que el ruiseñor muere cantando, yo también quiero morir alabando.
“No confiéis en los príncipes”
Los príncipes son símbolo de los poderes de este mundo. Ante ellos los hombres se doblegan y se rinden. Yo no quiero ser esclavo de nada ni de nadie.
Yo quiero ser yo, con mi singularidad propia. Señor, yo no quiero aceptar los gustos de una sociedad en la que sólo cuenta el dinero, el prestigio, el ser más que los demás.
Yo sólo quiero servir a Jesucristo, mi Señor. Él es el único que no me ata y no me esclaviza, el único que me hace crecer y madurar como persona.
“El Señor ama a los justos”
Señor, yo sé que amas a todos los hombres y mujeres del mundo. Si no los amaras no los hubieras traído a la existencia. Pero tú, Señor, amas de un modo especial a los justos, es decir, aquellos que saben responder con amor al amor que tú les das.
Los justos, es decir, los santos, son tus amigos fuertes. No viven movidos por la ley sino a golpe de entusiasmo. Como una esposa enamorada no se entrega al esposo por la fuerza o la violencia, sino por amor jubiloso y apasionado, así yo quiero entregarme a ti con la fuerza de un amor irresistible.