“La crisis del Covid parece única porque afecta a la mayoría de la humanidad. pero es especial solo por su visibilidad. Existen miles de otras crisis igual de terribles, pero son tan lejanas a algunos de nosotros que podemos actuar como si no existieran. Pensemos, por ejemplo, en las guerras… la producción y el tráfico de armas… los cientos de miles de refugiados… la pobreza, el hambre y las faltas de oportunidad; el cambio climático” (Francisco, SOÑEMOS JUNTOS. Madrid 2020, pág. 5) |
Los noticiarios de televisión de ayer, 24 de agosto, siguen hablando de la tragedia de Haití del 14 de agosto. Para lo que dura una noticia de esta clase en los telediarios, 10 días es mucho tiempo de permanencia. Lo que nos sugiere la gravedad de lo que está sucediendo en Haití, la nación más pobre del continente americano y una de las más pobres del mundo. El 80 % de su población vive por debajo del umbral de pobreza, por lo que es dependiente de la ayuda exterior.
HAITÍ. UN PAÍS ATRAPADO EN LA TRAGEDIA QUE HA AGOTADO TODAS LAS LÁGRIMAS[1]. El terremoto, ha dejado más de 2.200 muertos y 30.000 personas sin hogar, que sobreviven deambulando por las calles, intentando conseguir comida y abrigo, y durmiendo sobre plásticos en albergues improvisados. Otro desastre natural vino unos días después sobre Haití: la tormenta tropical Grace. Intensas lluvias y fuertes vientos que han agravado la destrucción que dejó el huracán.
Pero, “por no tener, no tienen ni lágrimas”. Así repite, como antífona de tragedia y dolor, el artículo en que me baso. Expresa, breve pero más que intensamente, que la tragedia tras tragedia, por quitar, quita hasta las lágrimas. No se han recuperado del terremoto de 2010 que dejó más de 200.000 muertos y sembró la destrucción en la capital, Puerto Príncipe; ni del huracán Matthew, que en 2016 se cobró la vida de unas mil personas en esta misma región. La situación política agrava aún más el problema. No hay gobierno, nadie lo reconoce. El mes pasado fue asesinado su Presidente. La crisis económica y de salud es agobiante. Pero el pueblo resiste y lucha (también contra los ladrones, saqueadores y bandas criminales) a la espera de que su suerte cambie.
Un cirujano ortopédico endereza la pierna fracturada de un herido tumbado sobre un cartón en el suelo. El herido grita de dolor mientras su mujer le pone una toalla mojada sobre el rostro. Pero no llora.
Una mujer de 25 años con la pierna quebrada cuenta que en el seísmo perdió a una hija de 10 años, a sus padres y a una hermana. Pero no llora.
“Dios sabe lo que hace”, dice otra mujer. Las reflexiones teológicas o ateas sobre esta frase y la fe de la buena mujer no proceden. Sólo el silencio respetuoso. El dolor, la nada y la esperanza están en la frase. Y la realidad, porque la mujer pregunta seguido: “¿No tienen algo para comer?”.
Nadie llora en el campamento improvisado en el campo de fútbol de Los Cayos, donde cientos de familias que ya tenían muy poco han perdido ese poco y ahora viven bajo estructuras hechas con palos, plásticos, chapas y telas. “Los niños comen y duermen en el suelo”, lamenta una mujer de 27 años con dos hijos. Pero no llora.
En los montones de escombros y en las casas derruidas, grupos de hombres escarban con la esperanza de encontrar varillas para reciclar o algo que aún sirva. Pero ninguno llora.
En todos lados hay indignación, hay gritos desesperados y reclamos por una ayuda que no llega. Y hay, sobre todo, invocaciones a Dios. Pero no hay lágrimas. Afirma Dieunord Saint Louis, director médico de un hospital que ha venido a Port Salut con un equipo de doctores y enfermeras a ayudar a los afectados. “No es porque no duele, es porque quizás hay tanto dolor que ya no sabes cómo reaccionar”. “Es como si la naturaleza o los acontecimientos no nos dejaran descansar. Pero en medio de todo esto, muchos de nosotros tenemos fe. Parece que es nuestra cultura. A pesar de que la noche es muy oscura, esperamos que el día va a llegar”.
“¿Qué vamos a hacer? Aquí no tenemos Gobierno. Nos ayudamos entre nosotros. Es lo que tenemos como cualidad en Haití, aun cuando no tenemos nada”, decía un ingeniero jubilado de 72 años al que el terremoto dejó sin hogar, sin comida y sin agua potable, una situación que puede desembocar en una crisis de salud o una epidemia como la de cólera tras el terremoto de 2010.
Ted Higgins, cirujano norteamericano voluntario, afirma: “ver a haitianos ayudando a otros haitianos es maravilloso. Porque no tienen muchas cosas que dar, no tienen muchos materiales o equipos, pero dan lo que pueden”. Que después de todo lo que han pasado los haitianos no se den por vencidos es algo que le emociona.
Cara y cruz de la vida. o, si queréis, más cruz que cara. Y en ese cruce vital estamos todos. los lejanos y los cercanos, llamados a tomar postura, aunque cada uno seamos tan poca cosa. Afganistán también nos preocupa y nos ocupa con razón. Pero Haití sigue sufriendo. Ayudar a Haití, con voluntad solidaria y política no es difícil.
“Los haitianos que ya se han quedado sin lágrimas, que tienen menos que nada que perder, todavía tienen a otros haitianos”. No los dejemos solos. Ahí están Cáritas, Manos Unidas, Cruz Roja y tantos caminos nobles y seguros para colaborar. Y nuestra sensibilidad humana y cristiana.
[1] LORENA ARROYO. Desde LOS CAYOS, epicentro del terremoto. EL PAÍS – 21 AGO 2021. En este artículo me inspiro.