Un salmo sin amenazas ni venganzas contra los enemigos. Con los ojos fijos sólo en Dios. Rezando este salmo, murió San Francisco.

Raúl Romero López
30 de agosto de 2021

Salmo 142

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 2 A voz en grito clamo al Señor,

a voz en grito suplico al Señor;

3 desahogo ante él mis afanes,

expongo ante él mi angustia,

4 mientras me va faltando el aliento.

Pero tú conoces mis senderos,

y que en el camino por donde avanzo

me han escondido una trampa.

5 Mira a la derecha, fíjate:

nadie me hace caso;

no tengo a dónde huir;

nadie mira por mi vida.

6 A ti grito, Señor,

te digo: “Tú eres mi refugio

y mi lote en el país de la vida”.

7 Atiende a mis clamores,

que estoy agotado;

líbrame de mis perseguidores,

que son más fuertes que yo;

8 sácame de la prisión,

y daré gracias a tu nombre:

me rodearán los justos

cuando me devuelvas tu favor.

INTRODUCCIÓN

Al salmo 142, a pesar de no ser original en su contenido ni en su lenguaje, el calor y la intensa carga emocional le dan cierta autonomía y lo revisten de una viveza especial. Perseguido por sus enemigos, exhausto, abandonado de los hombres, el salmista acude a Dios. El padre Alonso Schökel, disponiendo libremente de los diversos elementos del salmo, nos propone el siguiente itinerario: el orante camina por la vida, encuentra el camino cortado “por una trampa que le han escondido” (v. 4) y no puede avanzar.

Tampoco puede volver atrás, porque “hay perseguidos más fuertes que él” (v. 7). Mira a la derecha en busca de auxilio y “nadie le hace caso” (v. 5); mira a la izquierda buscando una escapatoria y “no tiene a dónde huir” (v. 5). Al no encontrar salida, el hombre eleva el grito al cielo. Allí se le ofrece un espacio nuevo, un espacio vital, que es Dios mismo (v. 6).

El salmista ha pasado de las tinieblas a la luz, de la soledad a la compañía de Dios y de los ángeles. Hay que destacar que, en este salmo, no se alude ni a la venganza ni al castigo de los adversarios. Según el testimonio de san Buenaventura, este salmo fue la última oración que recitó san Francisco de Asís antes de su muerte, en la tarde del 3 de octubre de 1226.

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO

Cuando tenemos la sensación de que nuestras palabras no son escuchadas por Dios, todavía nos queda el recurso al grito (v.2).

Se trata de una situación límite, angustiosa. El salmista tiene la sensación de que las simples palabras no son suficientes para alcanzar a Dios; por eso acude al recurso del grito, del clamor. El simple grito no es oración; incluso puede ser indicio de desesperación. El salmista gritó al Señor. Gritar a Dios, gritar ante Dios, como el único que nos puede salvar, es una auténtica y sublime oración.

No hay mayor descanso que el abandonarse en Dios (v. 3).

Todo desahogo supone un alivio. Tener una persona de confianza a quien le puedes contar tus problemas, tus preocupaciones, tus angustias, conlleva un descanso. El salmista se desahoga ante Dios. “Mientras me va faltando el aliento” El salmista va derramando ante Dios su aliento, su alma, su propia vida. Desfallece ante él. Es una especie de libación, de holocausto. Se va quedando sin nada en una entrega total y desinteresada ante el Todo.

Los peores enemigos los llevamos dentro. ¡Cuidado! (v. 4).

Como el Señor conoce todos los caminos, no se le oculta aquel que los enemigos han elegido para ponerle una trampa. ¿Quiénes son los enemigos? ¿Quiénes le ponen zancadillas? El salmista no lo ha dicho, pero nosotros podemos actualizarlos. A veces los enemigos son externos. Son aquellos que se ríen de nosotros porque somos creyentes, vamos a misa y creemos en una vida eterna, más allá de la muerte. Los más peligrosos son los internos. Dentro de nosotros tenemos deseos, inclinaciones, tendencias hacia una vida más fácil, más cómoda, sin exigencias y sin necesidad de complicarnos la existencia.

Cuando todo me falla, todo se me hunde, ¡Aún me queda Dios!  (v. 5-6).

La derecha era el lugar que ocupaba el defensor en un tribunal. El salmista no tiene a nadie que le defienda. “No tengo a dónde huir” En momentos de una gran necesidad siempre encuentras a alguien que te brinde su casa. Al salmista le han cerrado todas las puertas. “Nadie me hace caso… nadie mira por mi vida” El salmista está tocando el fondo del abandono, de la más terrible soledad. Nadie le quiere. Nadie le hace caso. Nadie da nada por él. ¿Cómo poder vivir sin amar y sin ser amado por alguien? Cuando uno ya no encuentra ningún sentido a su vida va acariciando la idea de la muerte. Es la situación descrita por Job: “Buscarán ayuda en vano, les faltará todo refugio, la muerte será su única esperanza” (Job 11,20).

El salmista es un gran creyente. Aunque le hayan fallado estrepitosamente los hombres, él sabe que siempre puede contar con Dios. El salmista no se hunde, ni se desespera, ni mucho menos pasa por su cabeza el auto eliminarse. Se fía plenamente de Dios. Según el Eclesiastés, la suerte o lote del hombre en este mundo es disfrutar modestamente de las pequeñas cosas de la vida con la mujer que amas.

Para el orante del salmo la porción o suerte es el Señor (ver comentario al salmo 16). En el país o tierra prometida cada familia israelita recibe un lote. Para el orante del salmo su lote es el Señor. En una parcela de la tierra el hombre vive y de ella vive. En el país de los vivos el hombre vive y de Dios vive. “Mi porción, parte o posesión no está aquí sino en la tierra de los vivientes. Dios da la porción en la tierra de los vivientes, pero no algo fuera de él, distinto de él. ¿Qué da el amante a quien le ama, sino a sí mismo?” (san Agustín).

E       l que saca al salmista de su soledad y de su angustia es Dios. ¡Sólo Dios! Y el que llena de alegría y de felicidad al salmista es Dios. ¡Sólo Dios! Para el salmista Dios no abarca una zona de su vida, sino toda su vida. La fe penetra y empapa toda su existencia. Dios o está en el centro de la vida o no está en ninguna parte.

No hay mayor prisión que la del egoísmo. Nadie tan vacío como el que está lleno de sí mismo. Sólo Dios lo llena todo (v. 8).

Cuando el salmista pide a Dios que le saque de la prisión no hay necesidad de entender la frase al pie de la letra, como si realmente estuviera físicamente encarcelado. El salmista está viviendo una situación angustiosa de la que no puede salir. En realidad, él se ha convertido en cárcel de sí mismo. “Me han tapiado sin salida” (Lam 3,7).

¿Para qué pide el salmista ser liberado? ¿Para vivir mejor? ¿Para disfrutar de la vida? Todas estas peticiones que nos parecen tan razonables no están en su mente. Él no está pensando en sí mismo, sino en Dios. Si Dios me libera yo podré alabarle y darle gracias. Su salud, sus fuerzas, su vida, todo está en función de Dios “Ignoramos si esta oración fue escuchada, pero notemos la finalidad que el salmista da a su liberación: alabar el nombre del Señor. Efectivamente, ¿por qué el Señor va a mantener en la cárcel a uno de los hombres que podría unirse al coro de los que alaban al Señor?” (Maillot).

El salmista pide algo bien real: que Dios sea el apoyo de su vida en este camino histórico que le ha tocado vivir. Quizá lo que pretende sencillamente en la oración es tomar aliento en un mundo que cada vez le ahoga más.

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Is. 53,7).

Jesús soportó la angustia de su agonía en medio de un enorme silencio por parte de Dios. Después el Padre habló, gritó, resucitándole de los muertos. 

“La izquierda de Dios es la vida presente… En esta vida Dios permite que sus amigos sean flagelados y aún que se les mate… mas, por la diestra se significa aquella bienaventuranza que sólo conoce gozos… En la izquierda están las tribulaciones. En la derecha los deleites. ¿Hasta cuándo? Hasta el fin. Ver a Dios es el fin consumado… Es el fin al que, una vez llegados, ya no tendremos más sed. El fin es Jesucristo, el que es bendito por los siglos de los siglos” (San Bernardo).

“En medio de la muerte estamos abrazados por la vida” (Blumnardt).

“El hombre que ha hecho una experiencia de comunión con lo divino sabe que nada ni nadie le podrá separar del amor de su Dios. Dios está con él y él con Dios”. (A. Cousse).

ACTUALIZACIÓN

“Me rodearán los justos”

Al salmista, la situación de angustia le viene al tener que vivir en un ambiente pagano, rodeado de gente que adora a otros dioses y desprecia a Yavé, el Dios de Israel. Lo mejor que le puede ocurrir al orante es el sentirse libre del cerco de esa gente incrédula y verse rodeado de los justos, es decir, de aquellos fieles que profesan su misma fe. El salmo tiene para nosotros, cristianos del siglo XXI, una palpitante actualidad. El ambiente en el que nos movemos es de increencia, de agnosticismo, de indiferencia religiosa. Ese ambiente nos llega a asfixiar. La fe, hoy más que nunca, no la podemos vivir en solitario. La tenemos que vivir en grupo, en comunidad. Nos tenemos que arropar unos a otros. Sólo así podremos respirar a Dios a pleno pulmón, a nuestras anchas.

PREGUNTAS

1.- En momentos de agobio, de angustia, de máxima tribulación, ¿he buscado desesperadamente a Dios?

2.- ¿Estoy convencido de que no es posible vivir la fe en solitario? ¿Doy una gran importancia al poder compartir la fe con mis hermanos?

3.- ¿Me agobia, me asfixia, el tener que vivir en un mundo sin Dios? ¿Qué puedo hacer para mostrar el rostro de Dios a los hombres y mujeres de nuestro tiempo?

ORACIÓN

“A voz en grito clamo al Señor”

Señor, a veces el sufrimiento es tan intenso y la angustia tan profunda que las palabras no pueden expresar tanto dolor. Por eso es necesario hacer uso del grito. A mí siempre me ha impresionado el gran grito de Cristo en la cruz. Antes de morir quería dejarse oír por su Padre Dios. En ese grito estaban presentes todos los gritos de tantas personas inocentes a quienes se les ha privado de la voz. En ese grito se fundían los gritos de los pobres y de los indefensos. En el grito de Cristo, en la cruz, el centurión reconoce a Jesús como el hijo de Dios. Y en el grito de todos los que sufren también nosotros reconocemos hoy la presencia de Jesucristo en los hermanos.

“Nadie me hace caso”

Señor, es muy duro pasar por la vida sin que nadie te mire, nadie te hable, nadie se interese por ti, nadie te quiera. Las personas somos como las plantas que necesitamos de la caricia del sol, del aire y de la lluvia para poder crecer. Yo te doy gracias, Señor, porque, aunque los hombres no me hagan caso, yo sé que siempre puedo contar contigo, siempre puedo contar con tu amor. Yo sé que para ti yo siempre soy importante, tan importante que has dado la vida por mí.

“Sácame de la prisión y daré gracias a tu nombre”

A veces, Señor, me veo tan solo, tan abandonado, tan angustiado por dentro, que me parece vivir encerrado en la cárcel de mi propio corazón. Ni por delante ni por atrás; ni a la derecha ni a la izquierda, encuentro salida. Sólo por arriba, por la ventana que se abre hacia el cielo donde habitas tú, puedo encontrar refugio y esperanza. Yo quiero ser libre para poder alabarte y darte gracias; yo quiero ser libre para poder amarte y servirte. Sólo desde la libertad puedo elegirte. Sólo desde la libertad puedo seguirte como a ti te agrada.

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