La fraternidad es la gran fiesta de la vida

Raúl Romero López
28 de junio de 2021

Salmo 133

1 Ved qué dulzura, qué delicia,

convivir los hermanos unidos.

2 Es ungüento precioso en la cabeza,

que va bajando por la barba,

que baja por la barba de Aarón,

hasta la franja de su ornamento.

3 Es rocío del Hermón, que va bajando

sobre el monte Sión.

Porque allí manda el Señor la bendición:

la vida para siempre.

INTRODUCCIÓN

La convivencia armoniosa de los hermanos es algo hermoso y goza de una especial bendición de Dios. El salmo usa dos imágenes bien conocidas: el aroma y el rocío. El aroma, compuesto con aceite y plantas aromáticas, penetra la vida fraternal y la hace alegre y agradable.

El rocío, que baja del cielo en forma de bendición, empapa esa convivencia dándole un tinte de frescura. El resultado es esa sensación de alivio, de dulzura, de bienestar que acompaña siempre a unas sanas relaciones humanas. Las personas se sienten a gusto y rezuman gozo y felicidad. Éste es el ambiente que respiraban los peregrinos que acudían a Jerusalén para encontrarse con Yavé y con la gran familia de Israel.

San Agustín comienza el comentario de este salmo con estas bellas palabras: “Estas palabras del salterio, este dulce sonido, esta suave melodía cantada y comprendida, ha engendrado los monasterios. Este sonido despertó a los hermanos que desearon habitar juntos; este verso fue su clarín. Sonó por toda la tierra, y los que estaban separados se congregaron”.

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO

Es bello ver el mar, el campo en primavera, un cielo estrellado, la sonrisa de un niño… pero el mayor espectáculo es contemplar “los hermanos unidos”.  ¡Qué dulzura! ¡Qué delicia!  (v.1).  

Los autores hablan de dos estadios del salmo: el familiar y el de la gran familia o pueblo. Abordamos primero el familiar. Pensemos en las familias de entonces en las que podían vivir bajo el mismo techo tres generaciones: padres, hijos y nietos. Cuando se casan conviven los suegros y las nueras. Todos sabemos lo difícil que es la convivencia. De experiencias negativas nos habla la misma Biblia (Gen 13; 2 Sam 13-20; 1Re 1-2). Pero hay un momento en que se acepta un principio de autoridad, se superan los obstáculos, se liman las asperezas y brota un mutuo entendimiento. Entonces todos exclaman: ¡Qué dulzura, qué delicia!…

El salmista nos invita a contemplar este cuadro: “Ved”… Y es que el vivir unidos es uno de los más bellos espectáculos que el mundo puede ofrecer.

El salmista no hace discursos sobre la fraternidad. ¡La vive, la siente, la saborea!  El salmista nos habla desde una experiencia personal. Y nos dice que no hay en el mundo nada más dulce, ni más delicioso que el vivir los hermanos unidos. ¿Quieres aprender esta bonita lección? ¡Vívela, practícala!

El salmista, que está viviendo esta maravillosa experiencia, se pregunta: ¿Y cómo puedo yo contarla a los demás?

El salmista echa mano de dos imágenes: el aroma y el rocío. Nadie como el padre Alonso Schökel ha desarrollado tan bellamente estas imágenes:

“Imaginad que entramos en un bosque de coníferas o de eucaliptos. ¡Qué agradable aroma nos envuelve y nos penetra…! El mero respirar es un placer, y lo hacemos profundamente. Esa sensación fisiológica de la que por necesidad nos olvidamos, ahora se vuelve consciente y grata.

Cuando entra en los pulmones el aire embalsamado, nos sentimos absorbidos, fundidos con la naturaleza vegetal. Pues así es entrar en el ámbito de una familia bien avenida: la concordia nos envuelve y nos penetra, y nos sentimos fundidos con ellos”.

Pero también podemos servirnos de la imagen en negativo para captar mejor el contraste: Imaginemos una gran ciudad en una hora punta: prisas, apretones, asfalto, alta contaminación, ambiente enrarecido e irrespirable… ¡Así es una familia desunida! Allí uno se asfixia, no se puede vivir…

Imagen del rocío: “Subo una montaña un día caluroso. Al alcanzar la altura donde la humedad se condensa en forma de rocío, uno siente una frescura repentina y difundida. Todos los poros se abren para acogerla y disfrutarla en todo el cuerpo. La humedad nos devuelve lisura en la piel, tensión y flexibilidad en los músculos, bienestar general. Así es una familia de hermanos unidos”.

Pongamos la imagen en negativo: Imaginemos un día de intenso calor, caminando por senderos secos y polvorientos. El sudor nos empapa, nos seca y nos deshidrata. Nos atormenta la sed y sentimos un malestar en todo nuestro cuerpo. ¡Así es una familia rota y desunida!

Cuando la fraternidad se traslada al pueblo creyente de Israel, se convierte en un “ungüento precioso” (v. 2).

Ahora trasladamos la experiencia familiar a la gran familia, donde se juntan todas las tribus de Israel. Aquí está el pueblo elegido. En tanto es pueblo en cuanto que es pueblo de Dios. Lo que une a este pueblo es la misma fe en Yavé. La fe no tiene un sentido estático, sino dinámico. La fe genera fraternidad. De hecho, todos los peregrinos que acuden a Jerusalén se sienten hermanos.

El principio dinamizador de todas nuestras comunidades cristianas es la fe. Sólo por la fe aceptamos que esa persona, que es tan distinta a mí, es mi hermano o mi hermana. Cristianos son “aquellos que se aman en la fe” (Tit 3,15).

Cuando sólo contamos con nuestras fuerzas o nos unimos por razones de mera amistad humana, estamos jugando a crear comunidades. “Al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones” (Rom 5,5). Con este amor de Dios sí que podemos hacer comunidades vivas.

El versículo 2 nos habla de la consagración sacerdotal del sumo sacerdote. Sigue el esquema de la consagración de Aarón: “Derramó el óleo de la unción sobre la cabeza de Aarón y lo ungió para consagrarlo” (Lev 8,12).

El perfume es de la unción, hecho según una receta especial de aromas mezclados y disueltos en aceite. Se unge la cabeza del sumo sacerdote, el Aarón de turno; el aceite baja lentamente por la barba hasta tropezar en la embocadura del vestido, con el pectoral.

“Sobre un fondo de paño están sujetas doce piedras preciosas que representan a las doce tribus. Cada una diversa, todas alineadas en tres filas de a cuatro. Sobre esta preciosa y ordenada variedad, desciende el perfume de la unción. Mientras baja el aceite el perfume se extiende y envuelve a todos. Así es la comunidad de Israel bien avenida” (Alonso Schökel).

La bendición de Dios baja, como aceite perfumado, a través del sumo sacerdote, hasta las doce tribus, es decir, hasta el pueblo de Dios. Un día de Viernes Santo, nuestro Sumo Sacerdote, Cristo, subió a la cruz en el monte de Sión. En su pecho llevaba colgados no sólo las doce tribus de Israel, sino todos los pueblos de la tierra. Su sangre preciosísima bajaba sobre su pecho a modo de bendición. Allí “fue destruido el muro de enemistad que nos separaba a unos de otros” (Ef 2,14). Allí se restauró la fraternidad universal.

La fraternidad en forma de rocío es el mayor regalo, la mejor bendición de Dios a los pueblos (v.3).

Ahora el poeta echa mano de la imagen de frescura, también imprecisa pero envolvente y suavísima: un rocío abundante, como el de la alta montaña del Hermón, baja sobre Sión. Es decir, baja del cielo como bendición sobre el monte del templo donde se congrega la asamblea del pueblo.

Este rocío hermónico que, en alas de la imaginación, se traslada al monte Sión, adquiere una significación particular: en el fondo, la verdadera fecundidad del monte Sión son las fiestas y peregrinaciones que permiten a los hermanos encontrarse y amarse. Esta fraternidad no es posible, sino en Jerusalén, o en todo caso a partir de Jerusalén. Es de allí, de la ciudad de la paz, de donde puede venir esta bendición que transforma las animosidades en paz; las disputas en estancia agradable. Y no solamente para el momento de las peregrinaciones, sino “para siempre”, ya que al don de Dios no se le puede poner límites ni fechas.

Según algunos, el salmo tiene presente la coyuntura política de los dos reinos divididos por el cisma. Este pequeño poema empalmaría con los deseos de los profetas: “Los haré un solo pueblo en su país, en los montes de Israel, y un solo rey reinará sobre todos ellos. No volverán a ser dos naciones ni a desmembrarse en dos monarquías” (Ez 37,22).

Un bonito salmo para pedir la unidad de todos los cristianos. Y para pedir por la paz de todos los pueblos. Un salmo al que deberemos acudir siempre que nuestras comunidades cristianas sientan el zarpazo de la ruptura o la separación. Un salmo especialmente creado por Dios para que disfrutemos de la gran fiesta de la fraternidad.

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

Mt. 23,8: Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos.

San Juan Clímaco: “No se entiende el amor a Dios si no lleva consigo el amor al prójimo. Es como si soñase que estaba caminando, es sólo sueño, no se camina. Quien no ama al prójimo no ama a Dios”.

San Juan Crisóstomo: “Cuando dos hombres tienen alguna disensión entre sí, no recibe Dios ninguna ofrenda de ellos, ni oye sus oraciones mientras dure la enemistad. Ninguno, pues, puede ser amigo de dos que son enemigos entre sí, y por ello Dios no quiere ser amigo de los fieles mientras sean enemigos entre sí”.

San Agustín: “Debido a la gracia, los hermanos habitan unidos. No debido a sus fuerzas ni a sus méritos, sino a la gracia de Dios, que es como rocío del cielo. La tierra no se llueve a sí misma; todo lo que engendra se seca si no desciende de arriba la lluvia”.

Alonso-Carniti: “Porque la vida es fragrante (la muerte es pútrida y maloliente), la vida es húmeda y fecunda (la muerte es árida y estéril). El amor fraterno es una bendición que atrae bendiciones, es vida plena que se prolonga, es aroma que se difunde, es rocío que impregna”

ACTUALIZACIÓN

Estamos en un mundo demasiado tenso, demasiado crispado, demasiado violento. Este hermoso salmo nos invita a la paz, al gozo de vivir unidos, a la fiesta de la fraternidad.

Nace un nuevo sacerdocio.

Normalmente, en el Antiguo Testamento, la bendición estaba ligada a los sacerdotes y dependía de ellos (Num. 6,22-26). En este salmo acontece algo novedoso. La bendición ya no depende sólo de los sacerdotes. El Señor bendice a través de un nuevo sacerdocio llamado “fraternidad”. Y por medio de ella comunica vida.

“Volver a Jesús es dejar espacio al Espíritu, que sea Él quien airee nuestras casas, nuestras comunidades, y las impregne del buen olor a Evangelio vivido y oxigenado en los poros de nuestra fraternidad. Jesús nos llamó y nos sigue llamando a visualizar el rostro paterno y misericordioso del Dios del Reino y la verdadera justicia del Reino de Dios. Hay una llamada con los hermanos; una llamada comunitaria, desde la simplicidad del Evangelio, a proclamar la fuerza de nuestra fraternidad” (Juan González Cabrerizo).

PREGUNTAS

1.- ¿Estoy viviendo la fe en solitario? ¿Estoy convencido de que la fe hay que vivirla en comunidad?

2.- ¿Tengo experiencias positivas de vida comunitaria? ¿He descubierto la dulzura y la delicia de la fe compartida?

3.- Desde mi experiencia de vida cristiana en grupo, ¿ayudo y animo a otras personas a vivir este estilo de vida?

ORACIÓN

“Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos”

Hoy, Señor, el salmista nos invita a contemplar. En este mundo creado por ti, hay muchas cosas bellas dignas de contemplación: el ancho mar, el cielo azul, los campos vestidos de mieses, los ríos cantando por los desfiladeros… Pero, entre tantas cosas maravillosas creadas por ti hay una que el salmista quiere resaltar: la unión de los hermanos. Éste es el espectáculo más bonito del mundo. Contemplarlo es un encanto; meterse dentro de él y vivirlo, pura delicia.

“Es ungüento precioso en la cabeza”

Un día, una mujer llamada María, tomó un frasco de perfume muy caro, lo rompió y lo derramó sobre tus pies. Aquel perfume era el símbolo de un gran amor. En este mundo que nos ha tocado vivir se percibe un aire enrarecido de egoísmo que destruye la convivencia entre los hombres. Yo, Señor, quiero darte gracias porque el perfume de tu amor ha penetrado en miles de comunidades cristianas en las que se respira el aroma precioso de la fraternidad. Ellas, sin palabras, están dando al mundo un gran mensaje: es posible un mundo de hermanos y es maravilloso convivir los hermanos unidos.

“Es como rocío del Hermón”

El rocío del Hermón es copioso y fecundo; alimenta los manantiales de donde brota el agua que riega la tierra árida de Palestina. Haz, Señor, que el rocío de la fraternidad llene de frescura nuestras relaciones humanas. Que todos recordemos que somos hijos del mismo Padre y que, por lo tanto, somos hermanos. Que la fraternidad universal sea la gran fiesta de la vida. Haz que el rocío de la hermandad venga sobre los pueblos y naciones como la más rica y abundante de todas tus bendiciones

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

Este artículo se ha leído 295 veces.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Compartir
WhatsApp
Email
Facebook
X (Twitter)
LinkedIn

Noticias relacionadas