Flash sobre el Evangelio del VII Domingo de Pascua – Ascensión del Señor (16/05/2021)
En la homilía, hoy se han entrecruzado dos relatos: el de los Hechos, narrando el episodio que conocemos como la Ascensión del Señor (Hch 1, 1-11) y el del final del Evangelio de Marcos (Mc 16, 15-20), que tiene como previo el reproche de Jesús a sus discípulos por su incredulidad. Pensaba todavía en la mezcla de los dos relatos cuando he llegado a la cafetería.
– Les cayó un buen chorreo a los Once antes de que te fueses con el Padre -le he dicho con picardía mientras buscábamos una mesa vacía-.
-¿Y piensas que no se lo merecían? -me ha respondido tratando de apaciguarme-.
-Bueno -he dicho en tono conciliador-. No puede decirse que tus discípulos fueran muy finos a la hora de cambiar de manera de pensar: pasaban fácilmente de las lágrimas a la dureza de corazón. En el Calvario se refugiaron en las lágrimas, pero se cerraron en la incredulidad ante el anuncio de que estabas vivo, que les hicieron las mujeres y los que iban de camino a Emaús. No me extraña que estuvieras harto de ellos…
-Alto ahí -me ha cortado levantando la mano y la taza antes de tomar el primer sorbo de café-. ¡Qué fácil es ensañarse con los pecados de los otros! Es verdad que eran torpes y tardos de corazón para creer lo que dijeron de mí los profetas, y por eso les eché en cara su incredulidad. Pero les encomendé que continuaran la tarea para la que el Padre me envió al mundo. A pesar de todo, seguí confiando en ellos como confío en vosotros, y les envié el Espíritu para que dispusieran de la fuerza necesaria para ser mis testigos.
-Es verdad -he reconocido avergonzado-. Perdona que se me vaya tan pronto la pinza. Tú ya sabes cómo somos…
-¡Claro que lo sé y, sin embargo, cuento con vosotros! Sólo tenéis que terminar de aprender dos cosas: que no pretendáis guiar los designios del Padre y que pongáis manos a la obra sin la pereza paralizante que provoca la falta de esperanza. Mi Vicario Francisco la llama “acedía”.
-Ahora entiendo por qué, cuando en tu ascensión al Padre tus discípulos se quedaron embobados mirando al cielo, enviaste dos ángeles que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?» y les apremiaron a «ir al mundo entero y proclamar el Evangelio a toda la creación». Pero, ¿no podías haberte quedado más visible con nosotros?
-Esa es la “queja” (lo de queja lo digo entre comillas) que fray Luis de León expresó en su preciosa oda a mi Ascensión.
-¿La conoces? – le he dicho apresuradamente, sin pensar que era obvio que la conociera-.
-Y si quieres, te la recito: «Y dejas, Pastor santo, / tu grey en este valle hondo, oscuro, / con soledad y llanto, / y tú, rompiendo el puro / aire, te vas al inmortal seguro?…» Es el grito de un creyente que me ama con ternura, pero que, al irme, se sintió huérfano. Tanto él como vosotros tenéis que aceptar los planes del Padre, que no siempre coinciden con los vuestros. Después del abatimiento de mi pasión, el Padre quiso “exaltarme y sentarme a su derecha”. Para la gente de aquella cultura éste era el honor máximo que un magnate podía conceder a quien quería honrar, y narraron mi Ascensión de esa manera. Además, con ella, el Padre quiso infundir esperanza a todos los “crucificados” de la tierra y haceros protagonistas de la tierra “nueva” que Él desea. Y no olvides que «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». ¿No estamos ahora juntos tomando un café?
-¡Gracias y perdona una vez más la dureza de mis entendederas! -dije al pedir la cuenta, pero se habían adelantado los de la mesa vecina, que habían escuchado la conversación -.