Dichosos los pueblos que tienen mucho que contar. ¡Que lo diga Israel!

Raúl Romero López
31 de mayo de 2021

Salmo 129

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1 ¡Cuánta guerra me han hecho desde mi juventud

-que lo diga Israel-,

2 cuánta guerra me han hecho desde mi juventud,

pero no pudieron conmigo!

3 En mis espaldas metieron el arado

y alargaron los surcos.

4 Pero el Señor, que es justo,

rompió las coyundas de los malvados…

5 Retrocedan, avergonzados,

los que odian a Sión;

6 sean como la hierba del tejado,

que se seca y nadie la siega:

7 que no llena la mano del segador

ni la brazada del que agavilla,

8 ni le dicen los que pasan:

“Que el Señor te bendiga”.

Os bendecimos en el nombre del Señor.

INTRODUCCIÓN

El salmo 129 se detiene a reflexionar sobre el pasado de su pueblo; un pasado jalonado por lo que podríamos llamar “la pasión de Israel”, es decir, un cúmulo de sufrimientos históricos desde Egipto hasta el último día de su historia.

Todos esos sufrimientos se concentran y tipifican en Jerusalén, la ciudad maltratada, pero siempre vinculada a una promesa de salvación. Y es precisamente esa salvación la que el salmista quiere resaltar.

“La narración en sí puede tener dos partes. La primera se refiere a la desgracia pasada y la segunda a la liberación que Yavé ha operado. Esta última parte constituye el elemento central de la narración y es insustituible” (Gunkel).

El salmo es, ante todo, un canto de acción de gracias a Dios por su constante obra de liberación en favor de su pueblo. Apoyados en esta experiencia de protección divina, los peregrinos piden al Señor la rápida destrucción de los enemigos y ponen confiadamente su esperanza en el futuro.

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN SOBRE EL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO

Dichosos los pueblos que tienen mucho de qué hablar. ¡Que lo diga Israel! (v. 1).

Israel contempla su historia como si fuera la vida de una persona. La historia de Israel es toda ella, una historia de sufrimiento. Pero también es una historia de amor.

¡Que lo diga Israel! ¡Que hable Israel! Israel tiene mucho que decir, tiene mucho que contar. ¿Qué puede decir? “Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo” (Os 11,1). Israel, desde su infancia en Egipto, ha sido amado por Dios. Y lo ha sido de una manera única. El amor de Yavé por Israel está expresado en términos de una exquisita ternura: “Yo enseñé a andar a Efraín, lo llevé en brazos… Con cuerdas de ternura, con lazos de amor los atraía. Fui para con ellos como quien alza a un niño hasta sus mejillas y me inclinaba hacia él para darle de comer” (Os 11,3-4).

Ésta ha sido la infancia de Israel. Ha tenido que sufrir en Egipto, pero ha podido saborear los besos, los abrazos, las caricias y encantos de su Dios.

Sólo el amor nos hace fuertes, aun en medio de la lucha (v. 2).

El profeta Jeremías coloca la juventud de Israel en el desierto, al salir de Egipto: “Recuerdo tu amor de juventud, tu cariño de joven esposa, cuando me seguías por el desierto, por una tierra baldía” (Jer 2,2). El desierto es el lugar de la prueba y la tentación, pero en la tradición de Oseas y Jeremías es también el lugar donde el pueblo celebra su luna de miel con el Señor en una relación ideal de entrega y fidelidad, sin otros dioses rivales.

Jeremías habla de un amor primero, de recién casados. Es amor de ilusión, de entrega y de pasión. La esposa no se entrega al esposo por miedo o por obligación, sino por amor apasionado.

¡No pudieron conmigo! ¿Quién puede arremeter contra la fuerza de este amor? “Los océanos no podrán apagar el amor, ni los ríos anegarlo” (Cant 8,7). La historia de Israel nos enseña que cuando el pueblo se ha mantenido fiel a Dios, ningún enemigo ha podido vencerle. Sólo el amor nos hace fuertes para destruir a todos los enemigos.

Los pueblos han sufrido mucho a través de la historia. Israel no ha sido una excepción (v.3)

El versículo 3 describe el sufrimiento del pueblo de Dios. Lo hace por medio de una imagen llena de viveza. El animal de tiro, vejado y maltratado, no sólo tira del arado, sino que además se ara en su cuerpo. Su lomo es desgarrado como cuando se abren profundos surcos en la tierra de labranza.

Despojada, arruinada, Jerusalén ha quedado como un campo labrado, rasgado por largas y profundas heridas, como tierra abierta por múltiples surcos. “Así dice el Señor todopoderoso: Sión será arada como un campo, Jerusalén se convertirá en un montón de ruinas y el monte del templo se cubrirá de maleza” (Jer 26,18).

Dios nos ha creado para ser libres y ha muerto para liberarnos de la esclavitud. (v. 4).

Las cuerdas del yugo eran las que servían para uncir a un animal de tiro. Si se rompen las cuerdas, el animal queda libre. Romper el yugo es signo de libertad. “Porque, como hiciste el día de Madián, has roto el yugo que pesaba sobre ellos, la vara que castigaba sus espaldas, el bastón opresor que los hería” (Is 9,3).

Israel evoca su pasado no para lamentarse estérilmente, sino para celebrar la liberación que ha obtenido por parte del Señor. Israel se ha mantenido en pie, no ha perecido como otros tantos imperios mucho más grandes y potentes que él y de los cuales ya nadie se acuerda.

El pueblo de Dios es un pueblo oprimido, pero nunca vencido; un pueblo sufriente pero que no renuncia a vivir. Sólo una fe fuerte fue capaz de leer en profundidad los difíciles acontecimientos históricos por los que pasó el pueblo. Y, tal vez el mayor de todos, el exilio. Allí Israel fue pasado por el arado hasta el límite, hasta llegar a ser una ciudad irreconocible.

Y, sin embargo, Dios rompió el yugo del opresor, el pueblo retornó al país y se comenzó la restauración.

Ante Dios, las fuerzas del mal tienen que ceder (v. 5).

La historia continúa y el pueblo sabe que las agresiones continuarán. De hecho, después del exilio, Israel sigue sometido a las potencias paganas: Persia, Grecia, Egipto, Siria, Roma. Todos los odios se concentran contra Sión, la morada de la presencia de Dios en el mundo. El salmista pide que retrocedan los enemigos, una petición que será escuchada por Dios.

Los hombres sin Dios son como la hierba del tejado, que se seca y nadie la siega (v.6-7)

Los aborrecedores de Sión se parecen a la hierba que brota en primavera, en los tejados hechos de barro prensado. Pero esa hierba tiene pocas raíces. Cuando sopla del este el viento cálido que viene del desierto, entonces esa escasa hierba de los tejados se marchita en un abrir y cerrar de ojos.

San Agustín compara esta hierba de los tejados a la gente soberbia y altiva. Al no tener las raíces en la humildad, pronto desaparecen. “La hierba de los tejados parece crecida pero no tiene raíz. ¡Cuánto mejor le hubiera sido haber nacido en lugar más bajo, y así hubiera conseguido ser más próspera! Nace en lugar más alto para quedar más pronto seca. Aún no se arrancó y ya se secó”.

Se habla de la inutilidad de esta hierba. No se puede segar, no se puede cosechar. Jesús usó una imagen bastante parecida cuando decía: “El que no permanece unido a mí, es arrojado fuera, como los sarmientos que se secan y son amontonados y arrojados al fuego para ser quemados” (Jn 15,6). Ningún carpintero hace uso de la madera de los sarmientos. Sólo sirven para el fuego.

Notemos la alegría del segador que vuelve del campo cantando, trayendo sus gavillas (Sal 126,6). Y la tristeza de aquel que no puede cosechar nada.

Por eso nos debemos preguntar: ¿Qué cosechará Dios de nosotros? Hay algo que nos debe preocupar: el haber decepcionado a Dios con nuestra vida. Hay algo que nos debe asustar: el presentarnos delante de Dios con las manos vacías.

El no recibir el saludo del otro, es como quedar anulado en tu persona que, por naturaleza, está abierta a la comunicación (v. 8).

En Israel era costumbre que los caminantes saludaran a los segadores diciendo: “Que Dios os bendiga”. Y los segadores les respondían: “Nosotros os bendecimos de parte de Dios”.

El saludo es la palabra en forma de comunión. Es camino hacia el diálogo, hacia el amor. Cuando nos saludamos, nos reafirmamos en nuestra condición de seres humanos, abiertos al amor. Desde un punto de vista humano es grave negarle a uno el saludo. Es como pretender anular a la persona.

En el caso del salmo, el saludo consiste en una bendición. Por eso la negación del saludo es como cerrarle al otro la posibilidad de abrirse a Dios. Los cristianos, ya desde el principio, dieron una gran importancia al saludo fraterno: “Saludaos unos a otros con el beso santo” (1Cor 16,20).

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

Jn. 15,20: Recordad lo que os dije: “No es el siervo más que su amo”. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra 

Jn.12,25: Os aseguro que, si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. 1Ped. 2,20: Porque ¿qué mérito tiene que aguantéis cuando os pegan por portaros mal? En cambio, que aguantéis cuando sufrís por hacer el bien, eso es una gracia de parte de Dios.

         J. Weber: “La suerte de la Iglesia está en haber sido labrada por los enemigos”.

San Agustín: “Hicieron conmigo lo que el fuego hace con el oro; no lo que hace con el heno. Al acercarse el fuego, quita al oro su inmundicia; al acercarse al heno lo convierte en ceniza”.

San Cipriano: “Dichosa Iglesia nuestra… ilustre en nuestro tiempo por la sangre gloriosa de los mártires. Antes era blanca por las obras de los hermanos; ahora se ha vuelto roja por la sangre de los mártires”.

ACTUALIZACIÓN

“En la tradición judía este salmo se ha leído, con frecuencia, en relación con el sufrimiento de Israel, que culmina en la tragedia de la Shoáh u holocausto, en el que, desde la ideología nazi/fascista, se eliminó en los campos de exterminio, a seis millones de judíos de distintos países de Europa” (Vincenzo Paglia).

Nosotros podemos meter a cantidad de pueblos del Tercer Mundo a quienes se les explota sus riquezas naturales y se les deja cada vez más pobres.

También a todos los pueblos que han sufrido a causa de las guerras. pueblos masacrados, etc, Y podemos también recordar los recientes sufrimientos a causa del Cororavirus.  Y también a tantos muertos en soledad, a tantas familias destrozadas… Todos esos gritos no han quedado en el vacío. Han llegado a oídos de Aquel que, estando en la Cruz, gritó y su grito fue escuchado. La Resurrección de Jesús es la respuesta de Dios nuestro Padre que no estaba de acuerdo con ningún sufrimiento ni con ninguna muerte.

PREGUNTAS

1.- ¿Me toca sufrir por el hecho de ser cristiano? ¿Cómo reacciono ante el sufrimiento?

2. La convivencia siempre es difícil y, en ocasiones, nos hace sufrir. ¿Qué recursos tiene mi grupo cristiano para vencer esas dificultades?

3. ¿Qué está aportando mi fe cristiana a la hora de solucionar los grandes problemas del mundo que me rodea?

ORACIÓN

“¡Que lo diga Israel!”

Israel es el pueblo de Dios; un pueblo elegido y mimado por Dios. La historia de este pueblo está amasada por el dolor y labrada por el sufrimiento. Pero también está penetrada por los cariños, la ternura y la misericordia de Dios.

¡Que lo diga Israel! ¡Que hable Israel! Que no se calle tantos beneficios que ha recibido de Dios. Que no se guarde en su corazón tantos sueños bonitos de Dios. ¡Habla, Israel! Todos nosotros te escuchamos emocionados.

“No pudieron conmigo”

Señor, muchos son los enemigos que se han levantado contra mí y han intentado socavar los principios y convicciones más profundas de mi fe. Pero no pudieron conmigo. Para mí la fe no es una teoría, un sueño, una idea. Mi fe empapa todo mi ser. Si mi fe se tambalea, yo me derrumbo; si mi fe se debilita, yo me desmayo; si mi fe se esfuma, yo desaparezco.

La fe no es un añadido a mi persona. Es mi esencia. Es mi vida. Gracias, Señor, porque me has librado de mis enemigos.

“¡Que el Señor te bendiga!”

Señor, me gusta pasar por la vida repartiendo bendiciones. Me gusta desear a la gente lo mejor. Me encanta que la gente se lo pase bien y sea feliz.

Y, como yo sé muy bien, que nadie puede ser feliz sin contar contigo, te pido, Señor, que envíes tu bendición sobre los hombres y mujeres de este mundo, sobre las familias, sobre los pueblos, sobre las ciudades.

Bendice, Señor, las casas de los hombres, los campos, las fábricas, la técnica, la ciencia, las artes, la investigación. Que no haya nada verdaderamente humano que no goce de tu abundante bendición.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA.

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

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