Doy gracias a Dios que nos permite reunirnos de nuevo a celebrar la Misa Crismal en la Basílica del Pilar, en la casa de la ‘Madre de los Sacerdotes’, después de que el pasado año hubiese que hacerlo de un modo restringido. Un saludo afectuoso a D. Vicente, a D. Manuel y mis demás hermanos en el episcopado y un saludo fraterno para todos vosotros, queridos hermanos.
Doy gracias al Señor que me permite celebrar de nuevo con este presbiterio la Misa Crismal. En el crecí como sacerdote, renovando cada año el ministerio sacerdotal al que el Señor me llamó. Por eso doy gracias al Padre que me permite volver a celebrarlo con vosotros y elevar en este día juntos al Señor nuestra acción de gracias por el don recibido.
Todos somos conscientes del dolor y la frustración que ha producido la pandemia. Os animo a elevar nuestra plegaria por todos los fallecidos en estos meses, en particular por D. Alfonso Milián y por todos nuestros hermanos sacerdotes fallecidos en este último año. Presentamos también al Señor el dolor de tantos enfermos y convalecientes y de sus familias que han tenido que vivir con gran dureza el drama de esta pandemia. Y también os invito a que elevemos nuestra plegaria al Señor por tantas personas que están sufriendo la dureza de la situación económica derivada de la crisis sanitaria.
Mirando a san José
Celebramos esta Misa Crismal en el año de San José que, junto al año de la familia Amoris Laetitia, el Papa ha propuesto a la Iglesia Universal. Me gustaría detenerme en la figura de San José, patrono de la Iglesia y de las vocaciones sacerdotales. De las vocaciones de los jóvenes que hoy están discerniendo su seguimiento y entrega a Cristo por quienes rezamos singularmente, y de las nuestras.
Sí, hermanos, también de las nuestras. Piensa en tu vocación, en tu ministerio que hoy delante de tus hermanos y del pueblo de Dios aquí reunido, vas a renovar en breves momentos. Cada uno recibimos el regalo de nuestra llamada. Igual que yo he sido llamado, mis hermanos sacerdotes también. Cada uno con nuestras virtudes y nuestros defectos; con ellos nos llamó el Señor. Él, que nos conoce mejor que nosotros mismos, pronunció nuestro nombre. Y estamos llamados a vivir nuestro sacerdocio en fraternidad. El obispo y mis hermanos presbíteros me son dados por la Providencia para consolidar mi vocación sacerdotal, vivir más intensamente mi condición de discípulo y realizar mejor el plan de Dios en medio del mundo. Es bueno no olvidar en este contexto, que si nuestras acciones pastorales no pasan por la comunión entre nosotros, siempre habrá motivos para dudar de si nuestros afanes van construyendo el Reino de Dios, aunque mucho nos estemos esforzando.
Por ello, como os decía, me gustaría, a la luz de San José, renovar nuestras promesas sacerdotales. Renovando nuestro sí para unirnos más fuertemente a Cristo, el buen Pastor, y servir a las comunidades que nos han sido confiadas, teniendo como modelo a San José y sus virtudes, que tan sugerentemente nos recuerda Francisco en la Patris Corde. Me resulta muy interesante como el Papa va detallando el sentido de la paternidad de San José, destacando algunos elementos que la configuran y que pueden servirnos también a nosotros en nuestro ser sacerdotal.
Dice de él que es padre en la ternura que se inclina ante la debilidad; ternura que es expresión de la misericordia de Dios que nosotros recibimos del Padre, singularmente, en el sacramento de la reconciliación y que también el sacerdote celebra con el Pueblo de Dios, derramando sobre ellos la gracia del perdón. Sí, hermanos, somos portadores de la misericordia de Dios. ¿Qué significa misericordia para los sacerdotes? Nos respondía el Papa en su mensaje a los curas en el Jubileo de la Misericordia: “El sacerdote está llamado a aprender esto, a tener un corazón que se conmueve. Hay mucha gente herida, por los problemas materiales… Gente herida de las ilusiones del mundo… Nosotros sacerdotes debemos estar allí, cerca de esta gente. Misericordia significa antes que nada curar las heridas. ¿conocéis las heridas de vuestros parroquianos? ¿Las intuís, estáis cerca de ellos?”. Este año de la pandemia seguro que hemos llorado por nuestro pueblo y con nuestro pueblo. Por ello muchas gracias queridos hermanos por vuestro compromiso y cercanía con los que hoy están sufriendo y por vuestro acompañamiento a vuestras comunidades especialmente durante los duros días del confinamiento. Como José, acogemos a nuestra gente sin condiciones y, desde la fe, aprendemos a acoger también nuestra vida tal como es, con valentía y responsabilidad.
José es también padre en la obediencia, pronunciando siempre su sí a Dios como María, su esposa. Queridos hermanos os animo a no perder nunca la ilusión de nuestro ministerio desde la capacidad de descubrir y redescubrir el paso de Dios por nuestra existencia. Ese paso nos recuerda que Dios quiere transmitir un mensaje al mundo con nuestra vida y que para ello requiere nuestra mejor versión que nunca debe ceder a la tentación de la mediocridad. Sí, Dios nos pide siempre nuestra mejor versión. No podemos ser curas a tiempo parcial, muy centrados en nosotros mismos. Al contrario, debemos como José, que estuvo siempre a la sombra del Padre, ser sacerdotes que entienden que sólo desde la autodonación de su vida harán experiencia plena de su sacerdocio. Sí, dar la vida entera, como nos enseñó Jesús que se entregó por nosotros sin reservas, por amor. Y Él es quién nos ha llamado al sacerdocio y nos enseña cómo vivirlo.
San José es también padre de la valentía creativa. Como a San José, también el Señor nos pone delante de situaciones complejas y confía en nosotros para dar respuestas audaces en un momento en el que la evangelización se presenta compleja y apasionante por igual. Creo de verdad que somos privilegiados por poder vivir este momento de retos evangelizadores en nuestra diócesis. No podemos permitirnos caer en la tentación del descontento, del desánimo o de perder la esperanza. Es tiempo de discernir, de caminar juntos, de ser generosos, de pedir el don de la ilusión a pesar de las dificultades objetivas que nos tocan vivir. Somos, queridos hermanos, sacerdotes del Señor. Somos protagonistas de este tiempo nuevo que tenemos que afrontar unidos para volver a llevar hasta el último rincón de nuestra diócesis la alegría del Evangelio. Hay que dar respuesta a una situación nueva poniendo los ojos en Cristo y en la gente a la que servimos. Y sin esperar soluciones fáciles ni atajos ilusorios, que nos llevan muchas veces a la frustración. No lo olvidemos: con José, Dios no hace cosas extraordinarias. Le pone a él para que con su valentía creativa solucione las situaciones complejas. No deslumbra con milagros: el milagro es José. Pues querido hermano sacerdote en tu parroquia, en el colegio, en el hospital… allí donde estés sirviendo, no lo olvides: el milagro eres tú. La Iglesia te envía, sabiendo de tus dones y de tus límites, para ser testigo de la fe, signo de esperanza y fuente de caridad. Pide el don de la valentía creativa.
Y san José es también padre trabajador. Como os decía al principio, el recuerdo y la oración se nos va con todos aquellos que sufren el paro o la precariedad laboral en este tiempo de crisis económica. Pero fijando nuestros ojos en el Carpintero de Nazaret, pedimos también para nosotros el don de la laboriosidad. Es verdad que muchas veces trabajamos mucho para, aparentemente, recoger muy poco. Pero como el Señor, el sacerdote recorre los caminos de la vida de los hombres, les acompaña, se ciñe la toalla para lavarles los pies y toma conciencia de que muchas veces nos tocará trabajar en los momentos más duros de la jornada, sin esperar nada a cambio, sabiendo sencillamente que no buscamos nada más que cumplir la santa voluntad de Dios.
Felicidades, queridos hermanos sacerdotes. Felicidades por renovar un año más vuestro compromiso con el Señor y con la Iglesia. Son tiempos difíciles y a la vez apasionantes por la complejidad que nos ha traído la pandemia. Pero el Señor no defrauda. Os invito a llenarnos personalmente de la Misericordia de Dios, para poder seguir anunciando el Evangelio con alegría en medio de nuestro Pueblo. Que la Santísima Virgen del Pilar, Madre de los Sacerdotes, nos ayude a vivir esta jornada con gratitud y que por su intercesión y la de San José, seamos sacerdotes a la media del corazón de Cristo. ¡Que el Señor os bendiga!