Este segundo domingo de Pascua celebramos la fiesta de la Divina Misericordia que fue instaurada por san Juan Pablo II en el año 2000. El papa Francisco le dio un gran impulso con la proclamación del Jubileo de la Misericordia en el 2015.
Al terminar el año Jubilar, Francisco nos regaló una preciosa carta apostólica, Misericordia et Misera, en la que nos exhorta a acoger y vivir el don de la misericordia de Dios y a tomar conciencia de la importancia que esta tiene a la hora de renovar nuestra pastoral. Llevar adelante esta tarea evangelizadora a la que estamos llamados, que pasa por una necesaria conversión personal y pastoral, urgidas por la fuerza renovadora de la misericordia, nos debe hacer caer en la cuenta de que “la misericordia no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que constituye su misma existencia, que manifiesta y hace tangible la verdad profunda del Evangelio. Todo se revela en la misericordia; todo se resuelve en el amor misericordioso del Padre” (nº 1).
Para conseguir adentrarnos con valentía en este precioso reto, Francisco nos anima a vivir con renovada centralidad la eucaristía, máxima expresión de la misericordia de Dios con su pueblo (cfr. nº 5); a acoger el don del perdón en el sacramento de la Reconciliación (cfr. nº 8); a valorar la Biblia que contiene la Palabra de Dios como expresión más genuina de la fuerza de un Dios misericordioso que anhela revelarse al hombre siendo ternura y misericordia (cfr. nº 6 y 7).
El Papa nos anima también a adentrarnos en la cultura de la misericordia, basada “en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos” (nº 20). Es importante descubrir el carácter social de la misericordia que nos obliga a no quedarnos inmóviles e indiferentes y a suprimir de nuestro horizonte la hipocresía para que nuestros planes y proyectos no queden solo en letra muerta (cfr. nº 19). En definitiva, la fiesta de la Divina Misericordia no debe servirnos tan solo para teorizar sobre la misericordia sin dejar que esta haya calado y configurado nuestro modo de seguir a Jesús. Para ello es importante que tengamos en cuenta que estamos en el tiempo de la fantasía de la misericordia que debe dar vida a muchas iniciativas nuevas, desde la creatividad que se suscita en un corazón que ama: “estamos llamados a darle un rostro nuevo a las obras de misericordia que conocemos de siempre” (nº 19).
Esta preciosa fiesta nos ayuda a redescubrir el don de la misericordia y tomar conciencia de su importancia en nuestra vida y en la vida de la Iglesia. ¡Os animo a vivirla llenos de la alegría pascual!