La Virgen de El Pueyo que durmió en el río Vero

Ascen Lardiés
16 de abril de 2021

El segundo sábado de Pascua, la diócesis de Barbastro-Monzón celebra su patrona secundaria, la Virgen de El Pueyo. Su nombre va ligado al de san Balandrán, humilde pastor de Morilla de Ilche al que hace 920 años se apareció Nuestra Señora sobre un almendro, instándole a levantar una capilla en la ladera del monte de piedra caliza sobre el que hoy se asienta el Monasterio de El Pueyo, depositario de nueve siglos de devoción mariana. Los monjes del Instituto del Verbo Encarnado, que en 2009 tomaron el relevo a benedictinos y claretianos en el cuidado la casa de María, celebran una solemne eucaristía, a las 11,30 horas, con aforo limitado.

Las representaciones artísticas de esta advocación son numerosas, comenzando por la imagen que preside el retablo de su santuario, réplica de la talla gótica del siglo XV que desapareció en la Guerra Civil. Otras pueden incluso pasar inadvertidas por lo cotidiano, como es el caso de la que recibe a los usuarios a la entrada del Centro de Salud de Barbastro. Y una de las más representativas, la que actualmente se exhibe en el altar de plata del Museo Diocesano, guarda entre las ramas de su almendro una
curiosa y poco conocida historia.

Por tirar piedras al río
El conjunto de plata para el Altar Mayor de la Catedral, hoy expuesto en la tercera planta del Museo de Barbastro-Monzón, desapareció durante la Guerra Civil y con él la Virgen del Pueyo, ejecutada por Tomas Villarig en Zaragoza, en 1697. Pesaba 634 onzas y el arcediano Langlés había pagado por ella 900 libras, según las notas de Santos Lalueza, primer director del Museo. Nada se supo de ella, ni del resto del conjunto, hasta el 4 de febrero de 1939.

En la vecina Pozan de Vero, un matrimonio trabajaba en el campo en compañía de sus hijos, Antonio y Manolo Orús Casasnovas. Los chavales se fueron al río, a la zona conocida por los vecinos como “la central” -donde estaba el molino del pueblo- y empezaron a tirar piedras al pozo, sorprendidos cuando estas, al tocar fondo, les devolvían sonidos metálicos. La curiosidad les pudo y el mayor, Antonio, buscó un madero para ayudarse a llegar al lecho y averiguar qué había ahí: el tesoro de la Catedral. Así lo recuerda su hermano Manolo, que hoy reside en Barbastro, y la hija de una vecina de Pozán, testigo de los 14 sacos que se sacaron del río con numerosos objetos de carácter civil y propiedad particular, además de piezas litúrgicas entre las que estaba la Virgen de El Pueyo.

En 1948 se optó por su restauración en madera, confiando el trabajo a la Joyería Aladrén de Zaragoza, que encargaría la talla al escultor Enrique Pueyo Marco. El artista, nacido en Barbastro pero trasladado a Zaragoza a los 6 años, dedicó 299 horas a modelar la madera de peral que utilizó para la imagen: 168 las dedicó al cuerpo de la Virgen, 51 a las manos y 80 al Niño. Comenzó el 10 de julio y comenzó el 30 de octubre, detalles que él mismo anotó y su hija Teresa facilitó al anterior director del Museo, Enrique Calvera.

En un artículo inédito, Calvera elogia al escultor señalando que “donde más destaca su humildad y modestia es en el hecho de aceptar que no constara su autoría respecto a nuestra Virgen de El Pueyo, que hasta no hace muchos años creíamos realizada por el Taller de los Hermanos Albareda, quienes solo la doraron y policromaron las carnaciones… Sirva este escrito para honrar y ensalzar a este barbastrense sobresaliente en valores humanos y artísticos, valores que no se le recocieron suficientemente en vida.”

Fallecido en 2012, Enrique Pueyo Marco es también autor de las tres obras que se veneran en la ermita de San Ramón del Monte, las de mayor tamaño que él talló: el Cristo, la Virgen María y san Ramón, patrón de la diócesis.

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