Si una grave dificultad en nuestra vida comienza a amainar, decimos, a veces, que ya se ve la luz al final del túnel. Lo mismo que nos dicen los políticos, sobre todo si están en el poder, cuando quieren ‘salvarse’ ante nosotros, ante la sociedad, que no está precisamente en babia. También existen por ahí ‘predicadores religiosos’ que hablan desde las nubes, sin mancharse los zapatos, como si el túnel no existiera. Otros se divierten en el túnel y provocan más problemas y conflictos, porque en el túnel no hay luz y tampoco la aportan ellos.
El túnel existe. Y seguirá existiendo. Corto o largo. Incluso podemos constatar que la vida es una sucesión de túneles y de espacios de luz. O que toda la vida es un túnel cuando no sabemos, o no queremos saber, por qué y para qué vivimos, qué sentido tiene nuestra existencia, el mundo, la historia. Unos iluminan este túnel con luces artificiales, que no salen del corazón y que, además, no es que duren mucho y dejan más oscuridad.
La luz no está solo al final del túnel. Está dentro del túnel. No en la iluminación que cuelga de las paredes (eso es para los túneles de carretera, no para los de la vida). Está en el interior de cada uno de los que caminamos por el túnel. Está dentro de nosotros y proyecta su luz al exterior. Nos descubre las ‘bellezas’ y ‘posibilidades’ del túnel y nos libera de los obstáculos que el túnel esconde.
Esa luz interior la podemos descubrir en nosotros, aceptarla, fortalecerla, compartirla. También podemos no creer en ella porque la oscuridad del túnel nos abruma o preferimos vivir en la soledad del egoísmo o del egoísmo compartido en superficialidad.
Esa luz interior es un poliedro. Tiene muchas caras que, distribuidas entre las personas, forman un conjunto bello, multicolor, brillante. Se llaman y se viven como fe, alegría, esperanza, bondad, paz interior, solidaridad, amor, fortaleza, fraternidad… cada uno podemos añadir más. No es una cara sola. Hay muchas. Ninguna niega ni olvida la existencia del túnel. Y ninguna quiere abandonarlo. Quiere recorrerlo con los demás, hacerlo más llevadero, darle un sentido.
Lo que sí es cierto es que estas luces interiores nacen fuertes cuando creemos que el túnel no es interminable y siempre oscuro, que no es lo único real en la vida y que no termina en la oscuridad de la nada. La vida no es un interminable túnel oscuro que nos lleva a la nada.
Desde una perspectiva puramente humana y muy digna de la persona, “todos tenemos una reserva de fuerza interior insospechada que surge cuando la vida nos pone a prueba”. Escribió la novelista chilena Isabel Allende, según un WhatsAp amigo. Sí, todos, justamente por humanos, tenemos “una reserva de fuerza interior insospechada”, que vengo llamando luz interior. Muchos encuentran y viven, con o sin fe, por esta fuerza interior.
Los cristianos disfrutamos, además, de una luz interior en medio del túnel que llamamos Jesús muerto y resucitado (luz definitiva en el túnel).
“El anuncio de la Pascua no muestra un espejismo, no revela una fórmula mágica ni indica una vía de escape frente a la difícil situación que estamos atravesando. La pandemia todavía está en pleno curso, la crisis social y económica es muy grave, especialmente para los más pobres; y a pesar de todo —y es escandaloso— los conflictos armados no cesan y los arsenales militares se refuerzan. Y este es el escándalo de hoy.
Ante esto, o mejor, en medio de esta realidad compleja, el anuncio de Pascua recoge en pocas palabras un acontecimiento que da esperanza y no defrauda: “Jesús, el crucificado, ha resucitado”. No nos habla de ángeles o de fantasmas, sino de un hombre, un hombre de carne y hueso, con un rostro y un nombre: Jesús. […] El Crucificado, no otro, es el que ha resucitado”. (FRANCISCO. Mensaje ‘Urbi et Orbe’ Pascua de Resurrección – 4 abril 2021)
Porque es signo de esperanza,
de caminar hacia el sol,
que hay un sentido distinto,
que nos aguarda una flor,
que un pueblo que canta y baila
se abraza con un Señor,
porque la vida de todos
se pinta de nuevo color.
Es fiesta que se festeja
aun en medio del dolor
de pandemias neoliberales
sin pan, ni trabajo, ni amor,
y de pandemias coloniales
que no reconocen sabor,
y de pandemias con barbijos
sin besos, ni abrazos ni un gol,
pero con miradas profundas
que se encuentran, ¡y que me doy!,
y con Jesús caminando
empieza la resurrección.[1]
[1] EDUARDO DE LA SERNA. Pandemia de esperanza. Religión Digital – 30.03.2021.