Lo propio de las religiones es derribar muros y tender puentes

Raúl Romero López
12 de abril de 2021

Salmo 122

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1 ¡Qué alegría cuando me dijeron:

“Vamos a la casa del Señor”!

2 Ya están pisando nuestros pies

tus umbrales, Jerusalén.

3 Jerusalén está fundada

como ciudad bien compacta.

4 Allá suben las tribus,

las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,

a celebrar el nombre del Señor.

5 En ella están los tribunales de justicia,

en el palacio de David.

6 Desead la paz a Jerusalén:

“Vivan seguros los que te aman,

7 haya paz dentro de tus muros,

seguridad en tus palacios”.

8 Por mis hermanos y compañeros,

voy a decir: “La paz contigo”.

9 Por la casa del Señor, nuestro Dios,

INTRODUCCIÓN

El salmo 122 es un canto de peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén. Al llegar, los peregrinos se quedan extasiados contemplando sus hermosos edificios, sus torres, sus murallas, y sobre todo, su magnífico templo, lugar de la presencia de Yavé.

Cada peregrino toma conciencia del honor que supone pertenecer al pueblo elegido. Para los judíos extranjeros, la visita a Jerusalén es motivo de atracción y de fascinación. Desearían vivir siempre en ella. Como esto no les es posible, sueñan con visitarla ocasionalmente y así poder empaparse de su misterio, descubriendo la embriagadora presencia de Yavé y saboreando su hechizo encantador. Ésta es la gracia que reciben en cada peregrinación. Cada peregrino, cuando se despide y echa la última mirada sobre la ciudad santa, aviva en su corazón su nostalgia y el deseo de volver.

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO

A la casa del Señor no deben llevarnos los pies sino el corazón (v. 1).

El versículo primero recoge el sentimiento de intenso gozo que inunda el corazón del peregrino en el momento en que le anuncian la noticia de ir al templo de Jerusalén, a la casa del Señor. Todos tenemos la bonita experiencia de lo que significan las vísperas de una fiesta.

Para un judío, el camino hacia Jerusalén no es sólo geográfico. Es un camino festivo, espiritual, místico. Se cuenta que los judíos ancianos, cuando ya no podían caminar a Jerusalén, salían de sus casas a recorrer con los peregrinos el pequeño tramo a su paso por el pueblo. Y esto les llenaba de satisfacción.

Todo peregrino hacía suyas las palabras del profeta Isaías: “Vuestros cantares resonarán como en noche sagrada de fiesta: se os alegrará el corazón como al que camina hacia el monte del Señor, hacia la roca de Israel” (Is 30,29).

Pisar los umbrales de los grandes acontecimientos produce en nosotros un estremecimiento (v.2).

Aquí el salmista evoca el preciso momento en que sus pies pisan ya los umbrales de la ciudad santa. Son momentos cargados de profunda emoción.

Las cosas importantes, antes de ser, tienen que ser soñadas. La madre, antes de ver a su hijo en brazos, lo ha soñado durante nueve meses. Cuando el niño nace le da, de una vez, toda la  ternura y el cariño que tenía acumulados.

Notemos una cosa: en estos primeros versículos, el salmista se ha saltado las etapas intermedias: apenas se anuncia la peregrinación y ya se encuentra pisando los umbrales de la ciudad.

¿Qué ha pasado entre tanto? Ha sido un precioso tiempo de gestación, lleno de ilusión, de ensueño, de evocación, de intenso gozo, de expectación y de profundo rumiar. Todo lo que el autor quería decirnos de este tiempo precioso, nos lo ha dicho mejor con su silencio.

El salmista, en un salmo tan pequeño (sólo tiene nueve versículos) nombra a Jerusalén por tres veces. Sabemos que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Lc 6,45). Esta gran palabra “Jerusalén” ha resonado muchas veces en el corazón del salmista como una dulce melodía. Cuando la pronuncian sus labios destilan miel.

Notemos otro detalle. El P. Alonso Schökel nos advierte de la importancia de los posesivos tuyomío en este salmo. Repetir cinco veces el posesivo de segunda persona en tan poco espacio es factor expresivo: el poeta siente y expone una relación interpersonal con la ciudad, relación de masculino a femenino. Para un judío, Jerusalén es su amante, su novia, su esposa querida, a la que dedica sus más lindos piropos.

La armonía y la belleza son caminos hacia Dios (v 3).

Explosión de entusiasmo admirativo ante el magnífico espectáculo de una ciudad bien trazada y mejor construida. Para un aldeano, acostumbrado a los pueblos donde las casas son de paja, pequeñas, separadas y colocadas sin orden, es maravilloso descubrir el compacto armonioso de casas de piedra y de palacios con fuertes murallas, bien alistadas formando calles y plazas. Y esta belleza y armonía arquitectónicas son símbolo y expresión de un pueblo bien unido por una misma fe, unas mismas tradiciones y un lazo indisoluble de fraternidad.

Las tribus del Señor suben contentas a visitar la casa de su Señor (v. 4).

David había erigido a Jerusalén como centro de la antigua confederación sagrada de las doce tribus. Desde entonces las tribus del pueblo de Dios peregrinaban a Jerusalén. “Todo varón deberá presentarse ante el Señor, tu Dios… tres veces al año: en la fiesta de los ácimos, en la fiesta de las semanas y en la fiesta de las tiendas. Nadie se presentará al Señor con las manos vacías” (Dt 16,16). Los cristianos de hoy necesitamos contagiarnos del entusiasmo de aquellos judíos cuando visitamos nuestros Templos donde se celebra la Eucaristía.

El salmista ha sabido unir la fe y la justicia; el culto y la vida (v. 5).

Jerusalén no es sólo lugar de culto. A los peregrinos se les recuerda que allí se encuentran los jueces reales (delegados del rey) para administrar justicia en favor de los débiles, engañados por jueces provinciales. “Haré que tus jueces sean como los del principio, tus consejeros como los de antaño. Entonces te llamarán Villa de justicia, Ciudad leal” (Is 1,26).

Es muy importante descubrir la íntima unidad que existe entre el culto y la justicia. Todo el entusiasmo, todo el fervor del peregrino quedaría invalidado si, al mismo tiempo, no se practicara la justicia. “Cuando extendéis las manos para orar, aparto mi vista; aunque hagáis muchas oraciones, no las escucho… Buscad el derecho, proteged al oprimido, socorred al huérfano, defended a la viuda. Luego venid…” (Is 1,15-18).

Ésta fue siempre la tragedia de muchos judíos: rezaban de verdad, ofrecían los sacrificios con sinceridad. Pero después no practicaban la justicia. Dios no se deja sobornar.

El mismo san Agustín alude en este salmo a este mismo tema Se nos dijo: “Iremos a la casa del Señor. Pero no vamos con los pies sino con los afectos. Cada uno de nosotros se pregunte a sí mismo cómo comparte con el pobre, con el hermano necesitado, con el mendigo indigente”.

En nuestras comunidades cristianas, muchos comulgan el mismo pan eucarístico, pero no comparten la misma mesa de la fraternidad.

Cada encuentro con el Señor debe incentivar en nosotros el deseo de paz (v. 6).

Los peregrinos, antes de marchar, desean la paz a los que de verdad aman a Jerusalén. ¿Quiénes son éstos? Los que aman a Jerusalén son aquellos que antes han sufrido por ella.

“Alegraos con Jerusalén y regocijaos por ella los que la amáis; saltad de gozo con ella los que por ella llevasteis luto” (Is 66,10). Jerusalén es para nosotros una figura de la Iglesia. A esta Iglesia debemos amar con el cariño y el entusiasmo con que un judío ama a Jerusalén. Pero sólo la amaremos de verdad si estamos dispuestos a sufrir y sacrificarnos por ella. Un día al P. Congar le preguntaron por la Iglesia. Él respondió: “La Iglesia es mi vida; es inseparable de mi persona. En ella vivo como el pez en el agua”. Y todos sabemos que al P. Congar le tocó sufrir mucho por la Iglesia.

Shalom significa paz, bienestar, armonía, paz interior (8-9).

La palabra “hermanos” se puede aplicar a las doce tribus de Israel por su común descendencia de Jacob. Hermanos son también los que viven en la capital y todos aquellos que no han podido venir en peregrinación.

Desear la paz es desear todo bien ya que la paz era el cúmulo de todos los bienes mesiánicos. Los peregrinos desean a Jerusalén todos los bienes. Para un cristiano, Jerusalén es también símbolo del cielo: “Vosotros os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, que es la Jerusalén celestial” (Heb 12,22).

Todos los anhelos, sentimientos, emociones, nostalgias, que tenía el fervoroso israelita por Jerusalén, lo debe tener un cristiano por entrar en la Jerusalén celeste. Cuando el Papa Juan XXIII se enteró que estaba gravemente enfermo y que su muerte ya estaba próxima, con una gran paz, comenzó a recitar este salmo. 

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

Lorinus: “¿Respondes, Jerusalén, a tu nombre, que significa visión y posesión de paz perfecta?”.

El mismo Jesús lloró por Jerusalén exclamando: “¡Jerusalén, Jerusalén!” ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como una gallina a sus polluelos bajo sus alas, y no has querido! (Lc.13,34).

Jesús es nuestra paz. Para el israelita la ciudad santa era el lugar de la paz salvífica, del gozo espiritual. Para el creyente la paz se encuentra en Jesús y de ahí brota la plena alegría (Col. 3,5).

San Agustín: “¡De qué modo se excitan las turbas! ¡Cómo se exhortan y dicen: Vayamos, vayamos! Y cuando algunos preguntan: ¿dónde hemos de ir? Se les dice: a aquel lugar, al santo lugar.” Mutuamente se hablan y, como incendiados cada uno de por sí, todos juntos forman una llama, y esta llama formada por la conversación de los que se encienden mutuamente los arrastra hacia el lugar santo… Luego si de este modo arrastra el amor santo a un sitio terreno ¿cuál debe ser el amor que los arrebata armónicamente hacia el cielo diciéndose a sí mismos: “¿Iremos a la casa del Señor? Corramos, corramos, porque iremos a la casa del Señor”.

ACTUALIZACIÓN

Jerusalén es el lugar donde confluyen las tres grandes religiones: católica, judía y musulmana. Lo normal hubiera sido que en Jerusalén “lugar de Paz” se hubieran evitado las guerra, pero la historia nos dice que no ha sido así. Y esto supone un verdadero escándalo para el hombre de hoy.  

Si las tres religiones tienen UN MISMO DIOS, ¿Cómo pueden matarse unos a otros en nombre de Dios? Son guerras fratricidas.

Este tema ha estado muy presente en los últimos Papas. Y nadie puede negar los enormes esfuerzos del Papa Francisco por llegar a acuerdos comunes. Y no cabe duda que ha habido avances a nivel de altas cumbres. Y lo primero que se ha abordado es precisamente este tema de la paz. Si la religión no sirve para crear fraternidad entre los pueblos ¿para qué sirve?  Cristo ha venido a tender puentes y derribar muros. (Ef. 2,14).

Por otra parte, las religiones del mundo deben unirse para dar solución al gran problema del hambre en el mundo. Los que tienen a Dios como Padre, no pueden despreciar a los hermanos.

En este salmo se unen dos temas: El Templo (dimensión de la fe) y los tribunales de justicia (dimensión social). No se puede celebrar la fe sin la práctica de la justicia.

PREGUNTAS

1.- ¿Soy consciente de que cada día voy subiendo, me voy acercando a la Jerusalén celeste? ¿Cómo me estoy preparando para el momento en que mis pies pisen sus umbrales?

2.- Los que peregrinaban a Jerusalén se sentían, amigos, hermanos, miembros de una misma familia. ¿Vivo así mis relaciones dentro de la Iglesia?

3.- Los peregrinos que subían a Jerusalén tenían un talante alegre y festivo. ¿Vivo mi fe cristiana con gozo y esperanza? ¿Sé contagiar esta fe a los no creyentes?

ORACIÓN

“Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor”

Señor, todavía recuerdo emocionado, el día en que mis condiscípulos y yo con ellos, acordamos celebrar nuestras bodas de plata sacerdotales en Tierra Santa. Era la gran ilusión de mi vida y nadie me podía ofrecer un viaje más atractivo. Aquellos días que precedieron al viaje los viví como una auténtica fiesta. Sólo tú Señor, conoces los anhelos, las ilusiones, la profunda alegría que albergaban mi alma en esos momentos. Mi estancia en el país de Jesús llenó y colmó todos mis deseos.

“Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén”

¡Qué subida tan real y tan simbólica la de Tell Aviv A Jerusalén! En el autobús íbamos cantando este salmo. Yo lo había cantado muchas veces, pero ahora ¡qué distinto sonaba! Al pisar Jerusalén una especie de estremecimiento me sacudió por todo el cuerpo.

Al día siguiente recorrimos las calles de la ciudad antigua. Por la tarde hicimos un Vía crucis recorriendo el mismo camino que hizo Jesús en el primer Viernes Santo. Acabamos en la Basílica del Santo Sepulcro, el lugar donde murió Jesús. En ese lugar se silencian todas las voces, se acallan todos los cantos. Guiados como por un instinto reverencial, todos hincamos las rodillas y adoramos el gran Misterio de nuestra Redención. Uno puede decir que estuvo allí. Lo que no puede decir es lo que allí sintió, lo que allí vivió. Jerusalén, ¡qué grande eres para un judío!

Jerusalén, ¡qué extraordinariamente grande eres para un cristiano!

“Desead la paz a Jerusalén”

Casi siempre hay una guerra encarnizada entre judíos y palestinos en la Tierra Santa. Todos los esfuerzos de las Naciones extranjeras parecen inútiles. La sangre de judíos y palestinos corre con frecuencia por la ciudad de la paz.

Yo, Señor, te pido por la paz de Jerusalén. Allí tú también derramaste tu sangre por todos los hombres. Allí, con tu sangre derramada, destruiste el muro de enemistad que divide los pueblos, las naciones. Da la paz a Jerusalén. Da la paz a tu pueblo. No más sangre. No más sufrimiento No más muertes. No más guerras en la ciudad de la paz.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

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