El don de la vida consagrada

Carlos Escribano Subías
5 de febrero de 2021

El 2 de febrero la Iglesia celebró la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. El lema de este año, ‘La vida consagrada parábola de fraternidad en un mundo herido’, refleja el papel de la vida consagrada en este tiempo de sufrimiento que está generando entre nosotros la pandemia. Agradecemos el papel de muchos religiosos y religiosas ayudando a los demás en esta situación y elevamos nuestra plegaria al Padre por todos aquellos que han fallecido. 

La Archidiócesis de Zaragoza ha querido unirse a esta acción de gracias por la variedad de carismas que sirven en nuestra diócesis y por su presencia peculiar y testimonial en medio de la comunidad de creyentes y de la sociedad. La vida de los consagrados y consagradas de nuestra diócesis enriquece nuestra vida diocesana. Es el Espíritu el que actúa en su género de vida y nos ayuda a reconocer lo insustituible de su misión en la Iglesia y en el mundo. Estoy seguro que también en esta ocasión, nuestros hermanos y hermanas consagrados, la han vivido con intensidad, volviendo a las fuentes de su vocación, haciendo balance de su vida y renovando, a favor de todo el pueblo de Dios, el compromiso de su consagración. Es verdad que es mucho el desgaste que llevan sobre sus hombros fruto de una vida entregada, pero es necesario que sigan testimoniando con alegría a los hombres de nuestro tiempo, en las diversas situaciones, que el Señor es el Amor capaz de colmar el corazón de la persona humana.

Permitidme un recuerdo personal en esta Jornada: tuve la oportunidad de participar en el Sínodo de los Jóvenes, convocado en Roma por Francisco en octubre de 2018. Allí el papel de los consagrados fue muy importante por su presencia y aportaciones. De hecho en el ‘Documento Final del Sínodo’ se hacía referencia a la importancia de su impronta en la tarea evangelizadora de la Iglesia: “El don de la vida consagrada que el Espíritu suscita en la Iglesia, tanto en su forma contemplativa como en su forma activa, tiene un especial valor profético, ya que es testimonio gozoso de la gratuidad del amor. Cuando las comunidades religiosas y las nuevas fundaciones viven auténticamente la fraternidad se convierten en escuelas de comunión, centros de oración y de contemplación, lugares de testimonio de diálogo intergeneracional e intercultural y espacios para la evangelización y la caridad. La misión de muchos consagrados y consagradas que cuidan de los últimos en las periferias del mundo manifiesta concretamente la dedicación de una Iglesia en salida. (..) La Iglesia y el mundo no pueden prescindir de este don vocacional, que constituye un gran recurso para nuestro tiempo” (Nº 88).

Damos gracias a Dios por su presencia entre nosotros y rezamos por ellos.

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