En la Eucaristía del domingo 4° del Tiempo Ordinario ‘B’ (el pasado 31 de enero), escuchamos por dos veces en el evangelio que Jesús, según sus oyentes, “enseñaba con autoridad y no como los escribas… Este enseñar con autoridad es nuevo” (Mc 1,22.27). Enseñar con autoridad ¿es nuevo?
En nuestros diálogos diarios y en nuestro ambiente cultural y mediático, solemos hablar indistintamente de poder y de autoridad como si fueran lo mismo. Los gobiernos son el poder o la autoridad nacional, provincial o local. Algo que todos tenemos asumido en el lenguaje y en la realidad.
Sin embargo, la ‘autoridad’ de Jesús no tiene nada que ver con el poder. Marcos nos habla de otra clase de autoridad. Porque, en un sentido más profundo, poder y autoridad no son sinónimos, no son lo mismo. Jesús aparece, habla y actúa con autoridad, según el Evangelio, pero no con poder
Poder es lo que tiene una persona o un grupo para imponer su voluntad, sus órdenes,sus cambiossobre otros. Los gobiernos, en sus diversas formas políticas, tienen la capacitad de ejercer poder sobre sus pueblos. Para eso fueron elegidos, para gobernar. Tienen el poder legítimamente y lo deben ejercer democráticamente. Hay, además, otros poderes, por ejemplo, el poder del dinero, el poder de la publicidad, el poder de los medios de comunicación, el poder de las multinacionales, etc. El poder, a veces también el legítimo, se expresa por la fuerza, se impone, inspira, muchas veces, miedo y temor… El poder puede ser transmitido, vendido, comprado o tomado.
La autoridad se alcanza cuando lo que uno piensa, lo que uno dice y lo que uno hace, están en armonía. En este pensamiento de Mahatma Gandhi, que me envió ayer un amigo, he cambiado la palabra felicidad (la que emplea Gandhi) por autoridad, porque me parece una buena descripción de autoridad. Porque esta clase de autoridad no se recibe desde fuera. Nadie nos la puede dar. La autoridad tampoco se adquiere por el cargo que uno ocupa o la responsabilidad que se tiene. Se adquiere por el modo de pensar, por convicciones que dan sentido a la vida, por el modo de actuar en consecuencia, por la cercanía, acogida y respeto que se tiene con el otro, con los otros.
La autoridad no puede ser transmitida, vendida, comprada o tomada. El fundamento de la autoridad es la vida de la persona. Visto este fundamento y su actuación, la autoridad nos es dada por los otros que nos conocen, nos valoran y ven nuestro modo de vivir y de actuar, nuestro hablar acogedor, solidario, fraterno. Esta autoridad expresa confianza, respeto, valoración…
La autoridad se va creando en la persona que llega a tenerla. No nacemos con ella, sino que la vamos adquiriendo a lo largo de nuestra vida, según las opciones y comportamiento que vamos adoptando. Y los otros nos reconocen o no autoridad.
Así entendemos que una persona, una institución, pueden tener poder, pero no tener autoridad. Y una persona puede tener mucha autoridad, y no tener poder. Y una persona puede tener ambas, tanto poder como autoridad. Entonces usará el poder para que el bien común y la dignidad de las personas crezcan y se consoliden.
Jesús “se ganó su autoridad amando, sirviendo desde abajo a su pueblo, especialmente a los enfermos, a los pobres y excluidos. Su autoridad no la ejerció dominando e imponiéndose a su pueblo. Su autoridad era liberadora, seductora, tierna; tenía un arte especial para dialogar y transmitir la Buena Noticia del Reino. Su autoridad le llevó a ser luz para los demás, a ofrecer caminos de vida, a invitar a otros para que le siguieran. Con su autoridad liberaba a las personas del mal… Jesús no coacciona, no impone, no obliga. Su enseñanza humaniza y libera a las personas. Sus acciones son para curar, para levantar al caído, para ofrecer esperanza… Sin embargo, Jesús es el hombre de la autoridad, que anuncia un mensaje cargado de vida, enseña curando. Alivia el sufrimiento, restaura la vida, consuela a los abatidos, perdona a los que están hundidos en la culpabilidad, presenta el rostro de un Dios misericordioso, con corazón de Padre y Madre. Por eso, la gente exclamaba: ‘Este enseñar con autoridad es nuevo’”.[1]
Esta reflexión nos llevar a hacernos algunas preguntas: ¿Nuestros gobernantes y nuestros políticos tienen autoridad o solo poder?
La Iglesia, nuestra Iglesia, tiene cada vez menos poder (¡demos gracias a Dios!), aunque algunos o muchos digan que aún tiene no poco. Pero ¿tiene autoridad en nuestra sociedad española, en nuestro entorno, en nuestro Aragón? ¿Es escuchada porque tiene autoridad demostrada y ganada? Inquietante pregunta.
Y tú y yo, como cristianos, no tenemos ningún poder. Y la misma pregunta: ¿mi vida cristiana tiene autoridad en mi entorno más cercano, en quienes me conocen? La autoridad del cristiano es su vida.
[1] Francisco Maya, vicario general de Mérida-Badajoz. Religión Digital – 31.01.2021. Reflexión corta muy buena.