¿Es posible soñar hoy? Es la pregunta inevitable, necesaria, para ser precisamente soñadores. Los soñadores, lo repito, están llenos de realismo y de acción. Conocen la realidad del mundo, no se engañan. Y se ponen a la acción para ir construyendo un mundo nuevo. Por eso es fundamental esta pregunta. Y porque quizás, en nuestro mundo, lejano y cercano, no abundan los soñadores, aunque realmente existen. Y, gracias a ellos y a su acción, aquí seguimos vivos. Sólo nos falta tener los ojos abiertos, mirar, y descubrirlos.
Pero soñar, que no es nada fácil, necesitamos, y los tenemos, algunos aliados.
El primero es el que, a partir de la celebración de su nacimiento, ha dado origen a estas reflexiones: JESÚS, el mayor Soñador, el más profundo, el más firme, a pesar de las dificultades, rechazos, persecución y muerte injusta. Rechazo del que surgió el mundo nuevo de la resurrección y el trabajo creyente y unido para proseguir su sueño.
Su sueño que era, y es, el sueño de Dios, el sueño de su y nuestro Padre. Un mundo de hermanos: “Vosotros no os dejéis llamar rabbi, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos… el primero entre vosotros será vuestro servidor” (Mt 22, 8.11). Y después de lavar los pies a sus discípulos: “Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica” (Jn 13,17). Fraternidad y felicidad. La felicidad que nace y se vive en la fraternidad. La fraternidad que engendra felicidad.
Este es el ‘sueño del Padre’, condensado en dos palabras y desarrollado en todo el evangelio. Si lo hacemos nuestro, el Padre con Jesús y el Espíritu Santo son nuestros aliados en el trabajo por ir consiguiéndolo. O mejor, nos hacemos aliados del Padre y le ‘ayudamos’ a conseguir su sueño. ¿Hay mejor sueño en la vida y mejor aliado?
Soñar nos resulta muy difícil, nos cuesta creer en él. Sobre todo, si llevamos mucho tiempo acomodados a la realidad tal cual y beneficiándonos de ella. Si nos hemos convertido en ‘mundanos’ no es porque amemos al mundo que “vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno” (Gn 1,31), sino porque abusamos de él y aceptamos los criterios del placer, del tener y del triunfar como valores absolutos. Por eso no es fácil tener sueños verdaderos y arriesgados.
También aquí contamos con aliados. Todas aquellas personas que ya están trabajando por sus sueños. Todos los que están encarnando en sus vidas lo soñado; los que ya defienden con hechos y palabras la justicia y la equidad, el amor gratuito. Todos los que aman este mundo salido ‘bueno’ de las manos de Dios, pero arruinado por unos y defendido por los aliados con ese sueño de Dios.
Y un nuevo aliado: la mayor unión posible entre todos los soñadores. La acción personal es importante. Pero la acción comunitaria realiza ya un tanto ese sueño y es más eficaz. “He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura: “nadie puede pelear la vida aisladamente”. Nadie se salva solo; únicamente es posible salvarse juntos. El reto consiste en recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! Soñemos una nueva fraternidad donde todos tengamos nuestro lugar”. (FRANCISCO. Discurso Curia Romana 21 dic 20).
“Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos. Soñemos como una única humanidad, como caminantes hechos de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (Fratelli Tutti 8).
Porque soñar de verdad no es fácil, contamos con aliados. Tres he presentado hoy: el sueño es de Dios. Con Él contamos y Él cuenta con nosotros. Los que ya trabajan sus sueños. Los que caminan juntos para hacer visibles sus sueños. Y hay más.