Un café con Jesús. Vino a su casa y no la recibieron

Pedro Escartín
2 de enero de 2021

Flash sobre el Evangelio del domingo II después de Navidad (03/01/2021)

Al vaivén asimétrico de nuestro calendario gregoriano se debe que, en este año, entre Año Nuevo (que en realidad es la octava de Navidad) y Reyes haya un domingo, que la Iglesia considera el segundo de Navidad, y en él vuelve a leer el evangelio del día de Navidad (Jn 1, 1-18). Es un texto que daría para hablar largo y tendido, pero un café obliga a acotar la conversación. Mientras yo pedía los cafés, Jesús me ha dicho:

– ¿Qué te ha parecido el prólogo del Evangelio escrito por Juan, que se ha leído hoy?

– Es precioso, aunque demasiado profundo para despacharlo en cuatro palabras.

– Pero algo te habrá llamado sobre todo la atención…

– Cierto -he respondido, entrando al trapo-. Lo que más me ha llamado la atención ha sido el saber que ese prólogo mezcla el himno con el que los primeros cristianos confesaban que tú eres la Palabra viviente del Padre, con una especie de villancico navideño, con el que festejaban haber nacido de Dios por haberte recibido. Pero hay algo que me duele siempre que leo este texto: esas palabras sobre la estupidez humana de no haberte recibido.

– ¿A cuáles te refieres?, pues, en su Evangelio, Juan no disimula los desencuentros de aquellas gentes conmigo.

– Me refiero a una frase que resume todos los desencuentros que el evangelista narrará después: «En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió».

– Y no olvides otra estrofa: «La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron» -añadió más apesadumbrado que dolido-. ¡Cuánta tristeza me produce el tener que soportar que mi Padre, con mi encarnadura en vuestra raza, haya querido deciros una palabra definitiva, un “sí” rotundo y sin condiciones, y muchos miren hacia otra parte! Aún recuerdo la deserción de tanta gente cuando les dije que yo era el verdadero “pan bajado del cielo” o el acoso de los fariseos a aquel ciego para que reconociera que su curación no era cosa de Dios, porque yo le había curado en sábado. Y, como bien sabes, los desencuentros continúan.

– Es que lo que importaba al gentío, que se sació gracias a la multiplicación de los panes, era comer y echar a los romanos de su tierra, por no hablar de la obcecación de los fariseos para no ver que, si cerraban los ojos a lo evidente, era porque ellos eran los ciegos…

– ¿Y vosotros ahora? No les trates con demasiada dureza -me advirtió-. El atractivo de lo material y la ceguera espiritual os tientan a todos. Hay que recorrer un camino, que siempre es arduo, para estar en condiciones de acoger el “don de Dios”. Por eso todos los profetas, y yo con ellos, hemos sufrido el ser signos de contradicción; pero ha merecido la pena, porque, como decían aquellos primeros cristianos en su himno, «a cuantos la recibieron [a esa Palabra que soy yo], les da poder para ser hijos de Dios». Más que meterte con los que no me reciben, da gracias al Padre y alégrate de haberme conocido y acogido.

– Lo que acabas de decir, me confirma que no eres de este mundo: tú eres la “Palabra que acampó entre nosotros”, una Palabra “llena de gracia y de verdad”.

– Pero soy para este mundo -concluyó mientras me invitaba, porque quien da lo más también es capaz de pagar un café-.

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