Un café con Jesús. En medio de vosotros hay uno que no conocéis

Pedro Escartín
12 de diciembre de 2020

Hoy he salido de Misa con el corazón más esponjado que el domingo pasado. La invitación a estar alegres ha resonado con insistencia, sobre todo en las dos primeras lecturas, y esas palabras me han contagiado. Jesús lo ha notado enseguida y me ha dicho:

– Hoy traes mejor cara. ¿Será porque estamos en el domingo “Gaudete” del Adviento, que, como sabes, significa “¡Alegraos!”?

– Pues sí -he respondido mientras hacía un gesto al camarero pidiéndole dos cafés- Desde la antífona de entrada ha resonado una invitación a la alegría: “Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito: estad alegres”. Aunque, con la que está cayendo…

– ¡Ya empezamos! -ha replicado condescendiente-. ¿Por qué casi siempre veis la botella medio vacía en lugar de verla medio llena? Y, además, está algo más que medio llena.

– Tú siempre tan optimista -he respondido sin respirar-.

– Tengo motivos para estarlo; y vosotros, también. Fíjate en Isaías, el profeta, que clamaba en el desierto: “Preparad el camino al Señor”. Vosotros decís: “Predicar en desierto, sermón perdido”; en cambio él predicaba en el desierto y decía: “Desbordo de gozo con el Señor”. Había avistado de lejos mi presencia y, con su viva imaginación, la anunció con la imagen de unos novios en el día de su boda y de un labriego que ve brotar la cosecha. Lo que mi Padre iba a hacer con su pueblo le parecía extraordinario y definitivo.

– Bueno -he añadido bajando la cabeza-, si lo miras así…

– ¿Y cómo quieres mirarlo? Mis discípulos no esperaban mi resurrección. Cuando comieron y bebieron conmigo después de lo ocurrido en aquella Pascua, en la que los jefes arrancaron de Pilato mi condena a muerte de cruz, se convencieron de que Isaías hablaba de mí. Mi Padre ha pronunciado un “sí” definitivo en favor vuestro al enviarme al mundo. ¡Aleluya!, pues…

– Tienes razón. Los planes y caminos de tu Padre casi nunca coinciden con los nuestros y nos cuesta reconocerte. Tus contemporáneos esperaban un Mesías del estilo de un caudillo que venciera a los romanos, y se encontraron con “el hijo del carpintero”, que proponía la paz, el perdón y la compasión en lugar del aplastamiento del enemigo.

– Pues, algún día tendréis que cambiar la mirada. Hoy puede ser ese día: dejad de buscar un Dios que os haga la vida más fácil y os libere de vuestras responsabilidades, y decidíos, de una vez, a aceptar su ayuda para seguir asumiendo la responsabilidad de padecer con los que padecen, de cuidar esta pobre tierra tan maltratada, de vivir de otra manera las contrariedades de la vida… Entonces sentiréis con alegría que no estáis solos. Mi precursor, Juan el Bautista, tuvo la honradez de decir que él no era el Mesías esperado (Jn 1, 6-8. 19-28), pero que en medio de ellos había uno que no conocían y les bautizaría con Espíritu Santo.

– Juan era un santo -he reconocido-, pero nosotros…

– Podéis serlo: basta con que caigáis en la cuenta de que “Con vosotros está y no le conocéis…”. Estoy, ciertamente, en cada uno de mis pobres hermanos, y estoy también en la Palabra y en la Eucaristía. No descuidéis ninguna de mis maneras de estar con vosotros y sentiréis que os acompaño siempre.

– Y veremos la botella medio llena, o más -he concluido mientras pagábamos la consumición-.

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