Hoy hace, exactamente, dos semanas que se ordenaron sacerdotes siete amigos míos. Este recuerdo me llevaba a reflexionar sobre ellos, sobre los sacerdotes, sobre la entrega, sobre la alegría de seguir los caminos del Señor.
El sábado 16 de diciembre fue muy emocionante. Se ordenaban amigos míos. Llegaron las 5 de la tarde. Llegó la ordenación. Y de todo el día lo que más se grabó en mi mente y en mi corazón fueron unas palabras de don Vicente en la homilía: «que seáis testigos de la alegría«.
Cuántas veces vemos personas entregadas a Dios que son más veces testimonio del enfado y del pesimismo que de la alegría y del amor. Cuántas veces no somos esos faros esplendorosos que los demás necesitan.
Sacerdote, a ti te digo, sonríe. Sonríe siempre. Ya lo decía Cicerón, la cara es el espejo del alma. Que se note que rebosas alegría, aun en los malos momentos.
Cuando estés cansado, sonríe. Cuando no salgan las cosas como quieres, sonríe. Cuando alguien te insulte, sonríe. Cuando haya personas que no te aprecien, sonríeles. Cuando alguien te importune, sonríe. Cuando en la catequesis los niños no te hagan caso, sonríe. Cuando estés en una reunión y pienses que pierdes el tiempo, sonríe. Sonríe y reza. ¡Qué testimonio más grande estarás dando!
Y todo esto vale para los religiosos y para los casados, y para toda vocación en la Iglesia. Tienes, tenemos, que ser testigos de la alegría. Y la alegría no es un sentimiento más o menos general. Es algo muy concreto.
Alegría es hacer bien tu trabajo. Alegría es rezar. Alegría es hacer algo que cueste con buena cara. Alegría es arreglar lo estropeado. Alegría es servir a los demás. Alegría es que los esposos pasen tiempo juntos. Alegría es que los padres disfruten con sus hijos. Alegría es sonreír. Alegría es obedecer. Alegría es preparar el desayuno de tus hijos. Alegría es escuchar a tu esposo, a tu esposa. Alegría es cambiar el mundo.
Cambia el mundo. Cámbialo. Tú puedes.
