Alfonso Torcal es seminarista de Teruel y colabora los fines de semana en la unidad pastoral formada por Albarracín y doce pueblos más, junto al sacerdote Nacho Hernández. Con motivo del Día del Seminario, que tiene por lema ‘Pastores Misioneros’, le entrevistamos.
¿Qué rasgos de secularización de la sociedad descubres en tu labor pastoral? Rasgos de secularización voy encontrando por doquier, desde los primeros momentos de la vida hasta los últimos. Podría destacar el hecho de que las familias no tienen una vida sacramental como antes. Si bien, el papel del cura en la sociedad rural, de escucha y atención personalizada, se mantiene en personas mayores. Diría que es una buena oportunidad, debo volver a un primer anuncio y eso es apasionante.
¿Cómo afecta el reto del primer anuncio a tu estudio? De una manera muy intensa. Particularmente voy intentando ampliar mis conocimientos en los temas que veo que pueden ser desafíos culturales, científicos, también antropológicos (dentro de lo que puedo llegar a entender). Aunque claro siempre se queda corto ya que hay una cantidad ingente de información. Pero sobretodo, profundizando más en las asignaturas clave para la misión de la Iglesia.
Y, ¿a tu vida espiritual? La vida espiritual es clave para el seminarista y ver tanta secularización me crea un doble sentimiento. Primero, pido al Señor por tantas familias que le dan la espalda a Dios, para que se den cuenta que Él nunca te quita nada sino que te lo da todo. Por otro lado, un sentimiento de agradecimiento porque en mi casa me han hablado de Él. Doy gracias a Dios porque mis padres pensaron que ser cristiano era lo mejor para mis hermanos y para mí.
¿Cuáles son a tu juicio los rasgos del “seminarista misionero”? Los rasgos serían muchos, me centraré en tres: seminarista enamorado de Dios y del mundo; con los pies en el presente, la vista puesta en el futuro, dando la importancia que tiene el pasado; y con una espiritualidad arraigada en la Eucaristía, en la liturgia de las horas y en la oración personal. en resumen y como diría una máxima ignaciana “contemplativos en la acción”.
¿Qué necesitas de tus comunidades parroquiales para seguir con entusiasmo ante estos retos? De ellos necesito que recen por mí, por todos los seminaristas y los sacerdotes. También me atrevería a pedir que no dejen de hablar de Dios en sus hogares, que den testimonio de su fe en la sociedad civil. Si la llama se apaga costará mucho encenderla de nuevo. Que sigan siendo “la sal de la tierra y la luz del mundo” (cf. Mt 5, 13-16).