Estamos impresionados, o mirando hacia otro lado, ante la nueva afluencia de inmigrantes a las Islas Canarias (los que no han muerto en el mar). Huyen del hambre, de la guerra, de la explotación, de la carencia de futuro… y buscan ese futuro en los países enriquecidos a cuyo crecimiento colaboran y en los que no son bien vistos y, mucho menos, acogidos.
Estamos impresionados, o mirando hacia otro lado, por el crecimiento en España de ‘las colas del hambre’. Se han quedado sin trabajo, sin ayudas y las necesidades -la primera el comer para vivir- siguen siendo las mismas. Por eso, ante esta realidad y necesidad urgentes, podemos colaborar esta semana con el Banco de Alimentos.
Ciertamente tú y yo, la gente a pie de calle, cada uno por su lado, no podemos solucionar en su raíz, en sus causas, estos problemas. Mucho menos si alzamos nuestra mirada hacia todo el mundo. Pero sigue siendo verdad que la unión del pueblo comprometido con los derechos humanos es imprescindible para caminar hacia una situación de dignidad para todos.
Pensando en todo esto, en la gravedad y extensión del problema y en la sensación, o excusa, de lo poco que podemos hacer cada uno, me he encontrado con una opinión que me ha gustado. Califica la reacción personal ante la pandemia con una causa en la que, creo, no pensamos mucho y termina recordándonos la “verdadera pandemia”, la más profunda causa por la que no reaccionamos responsablemente.
“Con la pandemia quedan al descubierto muchas cosas, entre ellas la falta de educación. No cumplir las medidas preventivas… es una falta de educación hacia la comunidad en la que vives. La verdadera pandemia del siglo XXI es el individualismo” (Alberto Gamón. Conocido ilustrador aragonés. HERALDO DE ARAGON. 6 nov 20.)
Una afirmación acertada que no camina por las grandes razones del amor, de la solidaridad, de la responsabilidad -que son muy necesarias y fundamentales-, sino que lo centra en una razón que todos podemos entender sin muchas explicaciones y que nos coloca en lo más elemental de la persona humana: la educación hacia la comunidad. Y, si nos falta esa educación, ese respeto, a la comunidad, nuestra conciencia de ser personas en relación anda muy floja.
Es decir: vivimos guiados por el individualismo y sometidos a él. El individualismo que es la puesta en acción del egoísmo. Yo, lo mío, mis gustos, mis intereses, mi libertad, mi deseo… son lo verdaderamente importante para mí y actúo según ese criterio. Así pongo mi gota que aumenta el individualismo social. Viviendo abiertos conscientemente a la relación respetuosa con los demás, aportamos nuestra gota personal al crecimiento de la solidaridad, de la ‘amistad social’.
“El individualismo no nos hace más libres, más iguales, más hermanos. La mera suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad. Ni siquiera puede preservarnos de tantos males que cada vez se vuelven más globales. Pero el individualismo radical es el virus más difícil de vencer. Engaña. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales pudiéramos construir el bien común” […]. Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales -estoy tentado de decir individualistas-, que esconde una concepción de persona humana desligada de todo contexto social y antropológico, casi como una “mónada” (monás), cada vez más insensible Francisco no lo ha escrito en Fratelli tutti 105.111. Clarísimo.
Y nos presenta dos extremos a elegir. O: “La persona humana, con sus derechos inalienables, está naturalmente abierta a los vínculos. En su propia raíz reside el llamado a trascenderse a sí misma en el encuentro con otros”. O: “Si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias” (FT 111). Pues, nada: a elegir para ir venciendo “al virus más difícil de vencer”.