A punto de cumplir casi seis años entre nosotros, D. Vicente finaliza su ministerio episcopal como arzobispo de Zaragoza. El que ha sido hasta ahora nuestro Arzobispo, se presentaba ante nosotros, “animado por el amor del Buen Pastor que da la vida por las ovejas, urgido por la caridad pastoral”. Lo quería expresar con su agustiniano lema episcopal “amoris officium”, servicio de amor, apacentando la grey del Señor. Ahora, en estos días de despedida, es buen momento para reconocer y agradecer su servicio de amor.
D. Vicente se ha esforzado por llegar a todo y a todos. Por la visita pastoral o por otras circunstancias, ha llegado a casi todas las parroquias y comunidades de la Diócesis. Ha tenido siempre una dedicación especial hacia los sacerdotes, expresada por su cercanía personal con cada uno y velando siempre por el incremento de la vida espiritual de todos. Él mismo ha dirigido todos los años retiros espirituales para nuestros sacerdotes. Ha llevado muy personalmente, con la colaboración estrecha de los formadores del Seminario Metropolitano, la promoción y cultivo de las vocaciones al sacerdocio tanto de jóvenes como de niños, reabriendo el Seminario Menor. En los años de estancia en Zaragoza ha ordenado a 26 nuevos sacerdotes diocesanos y algunos religiosos. Ha instituido el diaconado permanente, contando actualmente con tres diáconos.
Cristianos en el mundo
La solicitud pastoral del Arzobispo se ha dirigido también a los laicos, hombres y mujeres que, desde su conciencia y compromiso como seglares en la Iglesia, junto a los miembros de vida consagrada, mantienen vivos y operantes los organismos de la pastoral diocesana: consejos, movimientos, asociaciones, cofradías, hermandades y curia diocesana. Con su aliento se ha ido ejecutando el Plan Pastoral que, en este año lleno de incertidumbre y necesidades, se concreta en intentar ser ”Una Iglesia diocesana con corazón en tiempos de pandemia”, encabezando el propio D. Vicente la iniciativa de recoger fondos para atender a las necesidades más urgentes de la Diócesis. Iglesia con corazón, que ya viene expresando su vertiente caritativa y social a través de las organizaciones eclesiales dedicadas a esa finalidad, gracias a la generosidad y entrega constante de nuestros fieles cristianos.
Con ilusión y celo de pastor y maestro, D. Vicente ha seguido la acción catequética dirigida a niños, jóvenes y adultos y la preparación de un directorio que aune y oriente el trabajo de nuestros catequistas. Ha querido caminar con los jóvenes en sus encuentros, acompañar el descanso de los ancianos, dar fortaleza en el dolor a los enfermos y valorar los diversos medios de anunciar el mensaje cristiano: en el aula, en los medios de comunicación y en otros foros. Ha solicitado la oración callada y constante de la vida religiosa contemplativa para que el Señor haga crecer nuestra siembra de Evangelio.
Entre el pueblo fiel
Desde el primer momento de su estancia entre nosotros ha querido estar “arrimado” a la Virgen del Pilar. La llevaba en el corazón desde niño. Conoce bien, como buen hijo de Ágreda, la descripción que la venerable madre sor María Jesús hace de la Venida de la Virgen a Zaragoza. Cuántos días, a la caída de la tarde, le hemos visto acudir a la Basílica, y allí, en silencio, confundido entre el pueblo fiel, presentar ante la imagen de la Virgen sus cuitas, de satisfacción, de dolor, de cansancio, de afán evangelizador.
Querido D. Vicente, ha vivido estos años con intensidad, afrontando con entereza los momentos de dolor, que no han faltado, pero con la satisfacción del deber cumplido. Ha llegado la hora de la despedida, como nos dice en su carta, aunque seguirá viviendo en Zaragoza; sobre todo, vivirá en el recuerdo y afecto de muchas personas que le han conocido y de muchos que le hemos tenido como pastor y amigo. Queremos que nos tenga presentes en su oración reposada del sereno atardecer, para que nuestra Iglesia de Zaragoza, caminante, haga el camino hacia Dios.
Manuel Almor, vicario general de la archidiócesis de Zaragoza