En 1920 comenzaba a dar sus primeros pasos, dentro de la Iglesia Española, el I.E.M.E (Instituto Español de Misiones Extranjeras). El cauce de la misión “ad gentes” para miles de sacerdotes diocesanos españoles, en estos 100 primeros años de existencia. La vida de este Instituto ha estado ligada a la realidad política, eclesial y social de nuestro país; y a la de muchos países de América, África y Asia, desde las “primeras misiones” en 1949 -antes del Concilio Vaticano II- a la situación de pandemia que estamos viviendo en la actualidad.
Hablar del IEME, en la diócesis de Zaragoza, es hablar de compañeros y hermanos misioneros, algunos ya retirados o llevando a cabo trabajos de evangelización en nuestro país: Fausto, Ramón, Antonio…; otros descansando “en la casa del Padre”: Manuel en Retascón, Ángel en Guatemala…; y otros, todavía “en primera línea”, en Japón: Fernando y Carlos o, en Zimbabue: José Alberto y este que os escribe.
Que está siendo una celebración “atípica” es algo fácilmente imaginable, puesto que este “pequeño virus” ha revolucionado y alterado la existencia de todo ser viviente en cualquier rincón de nuestro querido planeta tierra.
Mundo globalizado
Quizás este diminuto organismo, nos ha enseñado a vivir y a sufrir los mismos miedos, temores y dudas, en el mismo instante y a miles de kilómetros de distancia, viviendo unos en grandes ciudades, otros en remotas aldeas, en islas o en zonas desérticas. Es probablemente una de las consecuencias más directas de este mundo globalizado en el que todos estamos –de una forma u otra- interconectados.
Y desde esta realidad surge la pregunta, ¿cómo hacer misión hoy en este tiempo de COVID-19? Y habría que responder, que los remedios “mágicos” no existen y cada uno, tendrá que experimentar, desde la contemplación, la realidad y el intercambio comunitario, aquellas iniciativas y experiencias que ayuden a todos los que hoy están sufriendo, a su acercamiento al Dios del Amor y de la Vida. Aun así, me atrevo a compartir con todos vosotros tres intuiciones que considero importantes en este tiempo de confusión y “confinamiento” en todos los órdenes de nuestra existencia:
1. La permanencia. Hoy más que nunca se nos pide que “permanezcamos en el Amor primero”. Aquel que ha fundamentado nuestra vida, vocación y misión desde un tiempo a esta parte. La tentación –a la que todos estamos sometidos- es la huida, el miedo a no saber cómo actuar en este instante y “el desaparecer” de la vida de tantas personas, a las que el Señor –amorosamente- un día nos envió… Permanencia activa, “no virtual”, pues corremos el riesgo de convertirnos en algo intrascendente y no real, especialmente para la vida de muchos empobrecidos, que nos están demandando una presencia física y de calidad, en este tiempo donde –ya- están sufriendo una mayor exclusión provocada por la crisis económica, social y –sobre todo- moral de esta pandemia. Presencia y permanencia, son valores fácilmente reconocibles y apreciables por “los más pequeños”.
2. La Cercanía. Podemos permanecer allí donde estábamos –antes de la irrupción del Coronavirus-, pero tenemos que hacerlo desde la sensibilidad, el cuidado y el acompañamiento a tantas personas que hoy se sienten perdidas, “desnortadas” o –sencillamente-ignoradas por una sociedad que se ha vuelto más egoísta e individualista si cabe. La excusa de “la distancia social”, el miedo al contagio y “el no se puede hacer nada de lo que antes hacíamos”, nos pueden llevar a una distancia tan grande con los que hoy están sufriendo, que difícilmente podremos “recuperar” un día, si “la antigua normalidad” vuelve a nuestras vidas, cosa que dudo… Cercanía, es vivir desde el corazón del Resucitado cada uno de los acontecimientos de nuestras vidas: las alegrías y las penas; sabiendo, eso sí, que solamente desde la implicación –complicación- en la vida de los otros, podemos ser testigos y referentes directos de Jesucristo en medio de este mundo.
3. La intimidad con el Señor. Solamente desde Él podemos ser misioneros, testigos fidedignos y anunciadores de un mundo nuevo, en medio de la crisis, la confusión y los cambios que se están produciendo –quizás- más rápidamente de lo que podemos asumir en este instante.Si somos capaces de confiar y estar en relación con Jesucristo, Él nos va a ayudar a acoger y asumir el plan que ha pensado para cada uno de nosotros en este tiempo “de gracia”; aunque –probablemente- “su” plan nada tenga que ver con mis planes proyectados para este 2020.
Comparto con vosotros tres enseñanzas que estoy viviendo –desde hace un tiempo- en mi día a día, aquí en Zimbabue: “el Carpe diem desde el Señor”, que no es otra cosa que aceptar –muchas veces con dolor y violencia interior- el paso de Dios en nuestra vida, cambiando todos tus planes y proyectos; pero, cuando eres capaz de vivir con paz, tu impotencia, las pocas seguridades con las que vivimos en esta zona rural de África y reírte, por haber querido ponerte al mismo nivel que el Hijo de Dios, solamente entonces, estás en disposición de confiar en el Señor…
La “austeridad”, que -quizás- hoy no se entienda como valor y don, sino como desgracia y consecuencia de la crisis económica que estamos viviendo. Decir que uno vive austeramente, es dar a entender que no tiene dinero, que no llega a fin de mes…pero son pocas las personas que entienden, que podemos vivir con menos, que no es necesario comprar compulsivamente e incluso, compartir lo poco que se tiene, con los que realmente están en situación de necesidad…La austeridad, vivida desde una opción evangélica, puede conducirnos a una vida más plena en nuestro seguimiento del Resucitado.
La alegría de la sencillez
El “decrecimiento” como opción en un mundo, donde la competitividad y el acaparamiento de títulos y éxitos está conduciendo a muchas personas a una grave crisis personal, emocional y moral. Decrecer es una opción de estar y seguir a Jesucristo desde los últimos lugares con “los más pequeños”, aquellos que no te van a ayudar a “ascender”, “a mejorar tu posición social, económica o eclesial”, aquellos que no te van a agradecer –posiblemente nunca- tu opción de permanecer con ellos hasta el final… El decrecimiento te ayuda a vivir con más humildad y sencillez la vida que el Señor te va guiando…
La Misión es del Señor y todos estamos llamados a vivirla como don, gracia y regalo del Padre en nuestras vidas. ¡Ojala, nunca nos cansemos de sentirnos misioneros del Señor en el mundo que nos ha tocado vivir!