Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

«Colgado de alfileres»

21 de octubre de 2020

El papa Francisco nos tiene acostumbrados a usar, en sus discursos y documentos, palabras y giros sencillos originales de él o tomados del lenguaje popular. Lenguaje sencillo para expresar verdades profundas. En el n° 166 de su reciente encíclica Fratelli tutti, nos encontramos con esta expresión: “Colgado de alfileres” o cosido o cogido con alfileres.

Con esta expresión, tomada del mundo de la costura, queremos decir que algo está cogido con alfileres cuando es algo provisional, no acabado, y que no es definitivo hasta que no se cose con hilo y aguja. Aplicado a la vida ordinaria, queremos reflejar que algo aún no lo tenemos claro, que no lo hemos asumido del todo, que no estamos convencidos o decididos, que no tiene consistencia…

Francisco emplea esta expresión hacia la mitad del capítulo 5° “La mejor política”. Al comienzo (n° 154) expone el objetivo de ese capítulo: “Para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace falta la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común”. La mejor política.

Sin embargo, “desgraciadamente, la política hoy con frecuencia suele asumir formas que dificultan la marcha hacia un mundo distinto” (N° 154). “Para muchos la política hoy es una mala palabra” (N° 176). Sin embargo, «es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común»(N° 180)

Y entre estas dos afirmaciones, Francisco coloca esta otra: “Todo esto podría estar COLGADO DE ALFILERES, si perdemos la capacidad de advertir la necesidad de un cambio en los corazones humanos, en los hábitos y en los estilos de vida. Es lo que ocurre cuando la propaganda política, los medios y los constructores de opinión pública persisten en fomentar una cultura individualista e ingenua ante los intereses económicos desenfrenados y la organización de las sociedades al servicio de los que ya tienen demasiado poder”. (N° 166)

Me parece significativo cómo el Papa mezcla aquí dos niveles humanos: el personal y el político o, mejor, la política. Mi intención no es detenerme en la política en sentido estricto, la política de partidos y gobiernos. Me fijo en la llamada que hace a “la necesidad de un cambio en los corazones humanos, en los hábitos y en los estilos de vida”. Si no caminamos en esa dirección, todo estará “colgado de alfileres”, de nada servirá mientras no cosamos bien con aguja y buen hilo ese cambio necesario.

Para conseguirlo, no podemos menospreciar u olvidar y, mucho menos, no aceptar, dos realidades: una que nos rodea y que debemos discernir para descubrir su verdadera intención: “la propaganda política, los medios y los constructores de opinión pública persisten en fomentar una cultura individualista e ingenua”. Y nos ofrece una pista para discernir la orientación puramente tecnocrática y economicista que nos invade. La crítica del Francisco “no significa que sólo intentando controlar sus excesos podremos estar asegurados, porque el mayor peligro no reside en las cosas, en las realidades materiales, en las organizaciones, sino en el modo como las personas las utilizan” (N° 166).

Y este uso que hacen las personas nos lleva a otra realidad, pero ésta interior a nosotros mismos: “El asunto es la fragilidad humana, la tendencia constante al egoísmo humano que forma parte de aquello que la tradición cristiana llama “concupiscencia”: la inclinación del ser humano a encerrarse en la inmanencia de su propio yo, de su grupo, de sus intereses mezquinos” (N° 166). Esta fragilidad “es posible dominarla con la ayuda de Dios” (Idem).

Los grandes problemas los vivimos ‘a pie de calle’, en el discurrir de cada día. Y, por eso, “la necesidad de un cambio en los corazones humanos, en los hábitos y en los estilos de vida” (N° 166), comienza en cada uno de nosotros y en nuestro influjo y testimonio entre los familiares, entre los amigos, entre los compañeros de trabajo. De todos y entre todos, los y las. Y, desde abajo, podrá ir llegando poco a poco a los que viven a pie de política o a pie de dinero o de poder…

A esto nos convoca la situación sanitaria y económica que estamos viviendo. Es la oportunidad que nos ofrece esta pandemia, que afecta de modo particular a los pobres, a los débiles de salud, a los ancianos. Estos nos piden este cambio profundo y fraterno. El mismo que olvidamos cuando no observamos las medidas sanitarias para cuidarnos y cuidar a los demás.

Un cambio en los corazones verdadero, profundo, progresivo, permanente, no “colgado de alfileres”. Ir superando el individualismo, que pone al yo como el único centro de la vida, y orientarnos más clara y decididamente hacia los demás. Esta es nuestra responsabilidad humana, y cristiana, de fortalecer la hermandad y la solidaridad, y llegar a los pobres y a los que sufren.

Sin olvidar la conversión al Padre de la misericordia, a Jesús buen samaritano, al Espíritu que vence nuestras resistencias. Conscientes de nuestra fragilidad, recordemos que el amor al prójimo es realista y no desperdicia nada que sea necesario para una transformación de la historia que beneficie a los últimos” (N° 165)

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