Hablar de libros para ciertas personas es una verdadera pasión. Y leerlos, por supuesto. Y guardarlos para volverlos a leer, e ir creando ese paraíso en la tierra llamado biblioteca. Porque los libros -bien escogidos y bien leídos (todo en la vida es un largo aprendizaje)- van conformando algo más que nuestro vocabulario; la lectura va desbrozando el alma de apatía y superficialidad, y va torneando e incentivando nuestra inteligencia. Los libros no son sólo una ocasión de entretenimiento (que también), son esas herramientas imprescindibles con las que moldeamos y aquilatamos nuestra vida espiritual. Reconozco que no es fácil leer con pasión en estos tiempos donde prima el utilitarismo y la comodidad (y la estulticia). Es por eso que las humanidades van poco a poco desapareciendo, en pro de lo contante y sonante, o de la tecnología.
La consecuencia es devastadora: crece la barbarie, y por más grados universitarios y másteres que haya, avanza un tipo de analfabetismo cada vez más patente. Se prima la especialidad y un futuro basado casi exclusivamente en “tanto ganas, tanto vales”. Y el alma del hombre, su capacidad de asombro (filosofía) y de creatividad, de reflexión e imaginación, casi no importa, o se reduce a un término puramente economicista. Por ello necesitamos una revolución cultural en toda regla. Empezando por las leyes de educación (la paidea de los griegos). Pero también por el ejemplo en casa. El libro debe recuperar su prestigio. Nuestros hijos nos deben ver leer. Y una casa es verdaderamente hogar cuando en ella hay una biblioteca (de más o menos volúmenes), y cuando ir a librerías no resulta algo extraño o anormal.
¿Para qué sirven los libros? ¿De qué nos sirve la lectura? Para hacernos personas mejores, para aprender y asombrarnos en mil y una aventuras, para abismarnos en el pensamiento y en el destino del hombre. Esta ansiedad y agonía que recorre nuestras sociedades se debe en una gran parte a que estamos dejando de lado la lectura, estamos dejando de cultivar el espíritu. Navegando por internet no vamos a saciar nuestro anhelo de plenitud, de excelencia. Y estamos derrochando nuestras vidas en vacuidades. Porque debemos transformar el desmesurado cúmulo de informaciones que recibimos, en conocimiento.
Pero siempre estamos a tiempo. La llegada de los Reyes Magos (que eran sabios porque leían), es una buena oportunidad para pedirles algún que otro libro. Niños y mayores. Y no sólo ciñéndonos a novedades o novelitas de ocasión. Aquí juega un papel esencial la figura del librero. Un librero que no vamos a encontrar en los grandes almacenes o megalibrerías. Yo aconsejo más las librerías pequeñas. Pero de una manera o de otra encontraremos a alguien que nos aconseje un buen libro.
La lectura no deja de ser un hábito. Y cuanto más culta o cultivada es una persona o una sociedad, más valor tiene. El reduccionismo a lo material o cómodo o virtual es un engaño, porque en todos los hombres hay una imperiosa necesidad de ir más allá, de ir a lo esencial y de vivir con pasión.
Guillermo Urbizu
[divider]La selección de Urbizu[/divider]
1. “El mundo de ayer”, de Stefan Zweig (Acantilado)
2. “Muerte en la rectoría”, de Michael Innes (Siruela)
3. “El cuaderno gris”, de Josep Pla (Destino)
4. “Relatos”, de Tolstoi (Alba)
5. “Cuentos completos”, de Philip K. Dick (Minotauro)
6. “La calle de la reina Ester”, de Julio Martínez Mesanza (Rialp)
7. “Ensayos escogidos”, de Chesterton (Acantilado)
8. “Una historia de la lectura”, de Alberto Manguel (Alianza)
9. “Oblómov”, de Iván A. Goncharov (Alba)
10. “Persuasión”, de Jane Austen (Cátedra)
11. “Escolios a un texto implícito”, de Nicolás Gómez Dávila (Atalanta)
12. “Invierno en Viena”, de Petra Hartlieb (Siruela)
13. “El jardín de los FinziContini”, de Giorgio Bassani (Acantilado)
14. “Se llamaba Carolina”, de J. Jiménez Lozano (Encuentro)
