Se nos ha anunciado la intención del Gobierno de derogar una parte de la actual ley del aborto, concretamente la que exige el consentimiento parental para que las jóvenes de 16-17 años aborten. Es un paso más para despenalizar completamente el aborto en España. Cada paso dado en esta dirección y plasmado en una norma legal tiene la apariencia de ser algo bueno para la sociedad.
Las leyes, se supone, regulan bienes jurídicos protegibles por el Estado por ser eso: bienes. Por ello las leyes despenalizadoras del aborto crean una conciencia social de que lo bueno es matar la vida naciente y lo malo es restringir la libertad de las mujeres para decidir sobre esa vida. En este paso que se quiere dar relativo a las menores de edad mayores de 16 años se añade también una desautorización de los padres, una invisibilidad de los mismos como educadores y formadores de la conciencia moral de sus hijos, lo que es muy grave.
Se argumenta que estas jóvenes no deberán pedir consejo ni autorización a sus padres cuando, de hacerlo, se produjera una situación de grave conflicto con ellos. Y yo me pregunto: ¿para qué estamos los padres? ¿Para pagar facturas? ¿Para alimentar un cuerpo y no poder alimentar el alma con pleno respeto a la libertad personal de nuestros hijos?
Apoyo clave
Los 16-17 años son minoría de edad legal por algo: por la falta de madurez suficiente para discernir las consecuencias de actos importantes en la esfera personal. Es por eso, y no por ganas de intromisión gratuita en la vida del hijo, por la que los padres deben ser informados de su intención de abortar. Su consejo y oposición a un acto tan grave como la destrucción de una vida humana son de vital importancia para la vida presente y futura de su propia hija.
No olvidemos que el aborto añade un problema a otro. El embarazo no deseado de una adolescente no es un problema que afecte al ejercicio de uno de sus derechos fundamentales como sería su libertad: afecta a los derechos de otro sujeto, el que está por nacer. Y la libertad de uno acaba cuando empieza la del otro. Esto es algo que todos entendemos por ser de derecho natural.
La defensa de la vida de otro, protegida por nuestra Constitución, no es un tema religioso. Es un tema de derechos civiles fundamentales y la defienden ateos y agnósticos. La anestesia de las conciencias, provocada por la falsa apariencia de bondad de las leyes abortistas, han hecho que no abortar sea una heroicidad, un luchar contra el sistema y el pensamiento social dominante, cuando no debería ser así.
Un milagro…
Además, los cristianos reconocemos el poder creador de Dios en cada vida concebida. Un embrión no es un conjunto de células, el producto de un acto meramente humano. Es un auténtico milagro que solo se explica por la intervención creadora de Dios. No somos dueños ni de la vida ni de la muerte.
El querer ser como Dios y querer decidir sobre ello ya lo hemos padecido a lo largo de la historia con consecuencias fatales como el nazismo con su eugenesia o destrucción de los débiles para purificar la raza, algo no muy distinto a lo que se esconde detrás de la mentalidad abortista.
A los creyentes nos toca de modo especial la misión de despertar conciencias y también la de ser coherentes si la situación se nos presenta en la propia familia. La defensa de la vida es algo objetivo y no relativo según se plantee en mi entorno, con toda la carga de emotividad y subjetividad que pueda tener. Vienen tiempos recios y los cristianos tenemos que estar a la altura.