Dios reina defendiendo a los pobres

Raúl Romero López
21 de septiembre de 2020

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1 El Señor reina, vestido de majestad,

el Señor, vestido y ceñido de poder:

así está firme el orbe y no vacila.

2 Tu trono está firme desde siempre,

y tú eres eterno.

3 Levantan los ríos, Señor,

levantan los ríos su voz,

levantan los ríos su fragor;

4 pero más que la voz de aguas caudalosas,

más potente que el oleaje del mar,

más potente en el cielo es el Señor.

5 Tus mandatos son fieles y seguros,

la santidad es el adorno de tu casa,

Señor, por días sin término.

INTRODUCCIÓN

El salmo 93 es un himno en el que se canta la grandiosidad de Dios como soberano del universo. El lenguaje es solemne, poético, con un estilo sonoro y elocuente.

Las grandes aguas oceánicas, símbolo del caos, lanzan inútilmente, por tres veces, un desafío a Dios. El rey celeste es más poderoso que su bramido y rebelión. Desde su alto trono sujeta con firmeza al mundo, venciendo las fuerzas oscuras y disgregadoras.

En la historia ocurre lo mismo que en la creación: los mandamientos de Dios son firmes e inmutables; vencen el caos del pecado y la injusticia.

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO

Decir que Dios reina equivale a decir que Dios defiende a los pobres. Y eso es lo que celebra el salmo (v.1).

El pueblo sencillo aclama a Dios como rey. Ningún otro pueblo de la tierra puede gozar del privilegio de tener por rey al  creador del universo. La aclamación le sale de una manera espontánea, más con el corazón que con los labios. y esta aclamación es una profesión de fe: se cree en el Dios a quien se vitorea. Después de tantas experiencias negativas de los reyes de Israel, el pueblo se vuelve a Yavé y pone su confianza en él y sólo en él. El Dios reina del salmo hay que entenderlo enfáticamente: Yavé y nadie más es rey.

«Vestido de majestad…, ceñido de poder». Se trata del vestido regio y guerrero. Como un oriental no se separa nunca de su cinturón, así Yavé jamás abandonará su indumentaria real. De esta manera se hará siempre la justicia en Israel y los pobres serán defendidos.

«Así está firme el orbe y no vacila».

La concepción cosmogónica de los israelitas primitivos y de otros pueblos del entorno era muy elemental: la tierra era una gran meseta plana apoyada en unas columnas gigantes que hundían sus bases en los abismos. El cielo era como una inmensa bóveda. Esta obra gigantesca sólo podía ser obra de Dios.

El piadoso israelita no razona sobre Dios. Ve a Dios en sus obras. Le admira, le adora, le alaba y se entusiasma con él. La creación no es sólo objeto de transformación sino también de contemplación.

El reino de Dios no es como el de los reyes de la tierra: frágil, inestable, perecedero. Es reino de Dios es firme y eterno (v. 2).

La firmeza del orbe es símbolo de la firmeza del trono divino. El trono lo tiene en el cielo: «El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies» (ls 66,1).

Pero su trono también está en la tierra. Se pregunta San Agustín: «¿quieres ser trono de Dios? Prepara en tu corazón un lugar en donde se siente. El trono de Dios es el lugar donde habita Dios. ¿Y en dónde habita Dios sino en su templo? ¿el construido con paredes? No. El alma pacífica, el alma justa; ella le lleva. ¿Sobre quién descansará mi espíritu? «Yo me fijo en el humilde y abatido que se estremece ante mi palabra» (Is 66,2). ¿Eres humilde? ¿Eres pacífico? En ti habita Dios».

Dominando desde lo alto la tempestad de la historia Dios guía al mundo asegurándole estabilidad. Con la proclamación solemne del comienzo (v. 1-2) el autor quiere representar visualmente, si ello fuera posible, los dominios de Yavé en el espacio y el tiempo. Consecuencia de su dominio es la seguridad sobre la que reposa el orbe: Yavé es su creador y ordenador. Sobre este orden inconmovible de la naturaleza está establecido su trono desde siempre.

El hombre tiene poder para desatar fuerzas destructoras, (v. 3.)

Hay que destacar la triple repetición de ríos y el verbo levantar. El salmista alude a las aguas devastadoras que se alzan contra Dios en un desafío orgulloso y arrogante.  «El Señor va a traer sobre ellos las aguas del Éufrates, impetuosas y abundantes, es decir, al rey de Asiria con todo su poder» (ls 8,7).

El P. Alonso Schokel nos habla de una lectura del salmo en clave histórica. Para ello hay que partir del valor simbólico de las aguas oceánicas, que representan el caos o las fuerzas destructivas. y lo explica así: “en el mundo estelar y en nuestro minúsculo planeta, que es nuestro hogar, contemplamos fuerzas que destruyen: estrellas que se apagan, continentes que se rompen, terremotos, rayos que incendian bosques, glaciares lentos, premiosos, bosques muertos y petrificados, animales muertos convertidos en petróleo…

También el hombre puede desencadenar fuerzas que destruyen: guerras, matanzas, explosiones nucleares, deforestación, lluvia ácida, contaminación. El hombre es, a veces, satánicamente culpable”.

Dios es más fuerte que todos los poderes desatados por las fuerzas de la naturaleza y del hombre (v. 4).

Pero Yavé, en su trono es mucho más poderoso que estos ríos y este oleaje humano, mucho más terrible que las desencadenadas aguas. Se levanta el vencedor Yavé. Desde lo alto controla todas las operaciones bélico- cósmicas.

«¿No temeréis por fin, oráculo del Señor, no temblaréis ante mí, que puse la arena como límite al mar, barrera eterna infranqueable? El mar se agita pero es impotente, sus olas braman, pero no pueden traspasarlo» (Jer 5,22).  En realidad, Dios no tiene que luchar contra estas fuerzas, pues le están sometidas. El poeta las evoca para hacer resaltar, por contraste, la grandeza suprema de Yavé.

«¿Quién encerró con doble puerta el mar cuando salía a borbotones del seno de la tierra, cuando le puse las nubes por vestido, y los nubarrones por pañales; cuando le señalé un límite, le fijé puertas y cerrojos, y le dije: no pasarás de aquí, aquí se
romperá la soberbia de tus olas? (Job 38,8-11).

Dios crea su obra y la controla, la vigila. Así esta simple y elemental descripción lleva al fiel a una serena contemplación del poderío de Dios, poderío capaz de estar por encima de la historia y el tiempo. El salmista no pretende tanto el suscitar la admiración sino provocar la confianza, llevar a la fe.

El mejor adorno de la casa de Dios es la santidad. (v.5).

La conclusión del v. 5 es obra de una mano postexílica. Si Dios es la solidez total, sus leyes son tan válidas como para fundamentar una vida. Esta ley está garantizada en el hoy concreto del creyente por la institución del templo: ahí se aprende, se vive y se celebra la fortaleza del Dios único. Al trono celeste responde en la tierra el templo que Dios ha escogido para habitar.

Hay que saber asombrarse contemplando cómo el Dios soberano establece sus leyes, su orden, sus mandamientos, derrotando una y otra vez al caos que amenaza continuamente a su creación. Y hay que saber alabar a Dios por la misteriosa y pro-
funda solidaridad que lo une con sus criaturas.

Mientras Dios sea rey, podremos sentimos seguros: el imperio del abismo no reina sobre la tierra. «Él lo creó todo para que subsistiese, y las criaturas del mundo son saludables; no hay en ellas veneno de muerte, ni el imperio del abismo reina sobre la tierra» (Sab 1,14).

El P. Alonso Schokel dice que este versículo 5 hay que referirlo a los decretos y disposiciones cósmicas. Dios asigna su función al sol y la luna; a la lluvia y al mar.

«Así dice el Señor que establece el sol para iluminar el día, el ciclo de la luna y las estrellas para iluminar la noche, que agita el mar y mugen sus olas… (Jer 31,35-36).

Provocar la confianza es la meta de toda la actividad cristiana. Lo que el salmista quiere hacer al escribir este salmo no es deslumbrar al fiel que se acerca al Templo del Señor sino provocar su confianza en Dios para que ésta sea fuerte y
perenne. Nuestro apostolado, nuestra oración, nuestra predicación no puede tener como meta el deslumbrar a nadie. Esto sería como un robo de la gloria que solamente corresponde al Padre. El fin de nuestra misión es reavivar la fe, la confianza; animar al hombre a que se aproxime a ese Dios que es padre para él.

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

Jn. 6,15: Está claro que Jesús no acepta este título de rey como lo entendían los judíos. Después de la multiplicación de los panes, la gente lo quiere hacer rey. ¿Qué hace Jesús? “Se retiró a la montaña él solo”.

Cuando Pilato pregunta a Jesús si es rey, le responde:” Sï soy rey” (Jn 18,37). Pero añade: “Mi reino no es de este mundo” (Jn. 18,36). En los evangelios sinópticos constantemente habla Jesús de su reino, pero de un reino de paz, de justicia, de amor.

San Agustín: «Los ríos alzaron sus voces. ¿Cuáles son estos ríos? El Espíritu
Santo es el gran río con el que llenó muchos ríos. Se formaron muchos ríos de perenne caudal del seno de los discípulos al recibir el Espíritu Santo».

San Juan Crisóstomo: «Muchas son las olas que nos ponen en peligro, y una gran tempestad nos amenaza; sin embargo no tememos ser sumergidos porque
permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas, nada podrán contra la barca de Jesús». 

ACTUALIZACIÓN

No cabe duda de que la Iglesia, en otros tiempos, ha estado muy unida al poder material y a los bienes de este mundo. El Papa se ha parecido más a un emperador; y obispos y cardenales  a los Príncipes de este mundo. Y todo eso la ha desviado del evangelio de Jesús.

Providencialmente el Papa Francisco nos está llevando al Evangelio. Ya la elección de su nombre, como él lo ha dicho, se debe al influjo de San Francisco de Asís. Gran reformador de la Iglesia.

Como dice muy bien Leonardo Bof: “Francisco no es un nombre, es un proyecto de la Iglesia, pobre, sencilla, evangélica y desprovista de todo poder. Es una Iglesia que anda por los caminos junto con los últimos, que crea las primeras comunidades de hermanos que rezan el breviario bajo los árboles con los pajaritos. Es una Iglesia ecológica que llama a todos los seres con las dulces palabras de «hermanos y hermanas». Francisco fue obediente a la Iglesia y a los papas y al mismo tiempo siguió su propio camino con el evangelio de la pobreza en la mano”

PREGUNTAS

1.- ¿Me siento seguro con la seguridad de Dios? ¿Me siento firme con la firmeza de Dios? Y si Dios se va de mí, ¿cómo me siento?

2.- En el grupo cristiano donde yo vivo, a veces, se levantan ríos de rivalidad, de envidia, de protagonismo … En esos momentos, ¿sabemos apoyamos en Jesús como roca firme? ¿O intentamos solucionar los problemas de la comunidad por nuestros propios medios?

3.- ¿Sé convertir mi propia vida en un río de paz, de amor de esperanza para mis hermanos?

ORACIÓN.

«Tu trono está firme desde siempre y tú eres eterno» _

La historia nos dice que, en este mundo, han caído grandes imperios; en cambio tu trono, Señor, está firme. Tú eres el único rey que vives desde siempre y vivirás para siempre.

Yo te doy gracias por poder servir a un rey que no puede morir. Los dioses y señores de este mundo fácilmente caen y se desvanecen. Yo quiero apoyarme únicamente en ti. Tú eres mi roca, mi alcázar, mi baluarte.

Que sea tu fuerza y no la mía la que me haga fuerte. Que sea tu seguridad y no la mía la que me haga sentirme seguro.

«Levantan los ríos su voz, levantan los ríos su fragor»

Qué espectáculo tan formidable e impresionante es el del mar enfurecido. Sus olas se rompen contra las rocas y amenazan con devorar la tierra.

En este mundo, Señor, son muchos los ríos y mares que se alzan contra ti. Ríos de orgullo y de soberbia; mares de egoísmo y violencia. Pero tú te alzas por encima de las olas más encrespadas. Tú amainas el mar impetuoso; lo dominas y lo pones a tus pies como un perro faldero. Tú solo domesticas lo salvaje y bestial que hay en el corazón de las personas.

Haz que broten de nuestro corazón ríos de paz, de dulzura, de comprensión, de afabilidad, de ternura y esperanza. Que esta tierra sea regada por estos ríos y sea fecundada por estas aguas. Que todos nosotros seamos afluentes del gran río de tu Espíritu.

«La santidad es el adorno de tu casa»     

Muchas veces, Señor, he adornado tu templo con flores, con luces, con bonitos vestidos, con vasos de oro y plata. Y no he caído en la cuenta de que ésos no son los adornos que a ti te gustan. Tú buscas el adorno de la santidad, es decir, el adorno de una vida entregada a ti y a los demás. Una vida arraigada en la paz y la justicia; una vida anclada en el amor.

ORACIÓN MIENTRAS DURA LA PANDEMIA.

Dios todopoderoso y eterno, refugio en toda clase de peligro, a quien nos
dirigimos en nuestra angustia; te
pedimos con fe que mires
compasivamente nuestra aflicción,
concede descanso eterno a los que
han muerto por la pandemia del
«coronavirus», consuela a los que
lloran, sana a los enfermos, da paz a
los moribundos, fuerza a los
trabajadores sanitarios, sabiduría a
nuestros gobernantes y valentía para
llegar a todos con amor, glorificando
juntos tu santo nombre. Por JNS.
Amén.

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