“Actuando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano” (Sab 12,19). Frase bíblica que cuestiona al creyente (justo) cuando éste separa la fe y su actuación en la vida. Afirmación que nos recuerda que la relación con Dios (fe religiosa) no puede olvidar la relación con los otros. Que el creer en Dios, en definitiva, nos hace más humanos; que, si no somos humanos, no podemos ser creyentes. El autor bíblico habla de ser humanos en nuestras relaciones con los demás. A esto estamos llamados. Es la conclusión que propone el autor del libro bíblico de la Sabiduría después de presentarnos la actuación moderada, pedagógica, progresiva de Dios con los egipcios y cananeos (Cap. 11 y 12).
Para ser humanos con los demás, hemos de aceptar que, como criaturas, somos humanos por naturaleza. No somos dioses. Pero parece que casi nos vamos, creyendo que somos cuasi dioses. Hemos visitado la Luna. Llegamos a otros planetas. Manipulamos la vida. Clonamos animales. Inventamos robots para todo. Incluso parece que vamos estando convencidos de que la ciencia y la economía son lo único necesario para ‘salvar’ este mundo. Y un largo etc. de hechos e ideologías que nos hacen creernos poco menos que dioses.
Sin embargo, tenemos la oportunidad de palpar y experimentar que no es así. No solo por la pandemia que padecemos, sino en detalles diarios, normales, de nuestra existencia que nos recuerdan lo que somos: seres humanos con su grandeza y su debilidad.
Olvidar que somos humanos, nos lleva camino de ser inhumanos. Sálvese quien pueda. Ande yo caliente y ríase la gente. Mientras no me toque a mí… Yo en mi casa y Dios (dios) en la de todos. Y guerras, masacres, hambre, violencia, muertes y asesinatos.
Pero tampoco somos ‘diablos’. Hay en nosotros muchos gestos de solidaridad, de bondad, ante catástrofes que afectan a otros hermanos y que manifiestan nuestra humanidad. También en lo ordinario de la vida de cada día, tenemos gestos y acciones que nos hacen un poco más humanos.
Ni dioses, ni diablos, simplemente humanos. Nada más y nada menos. Podríamos, por tanto, afirmar que nuestra misión en este mundo no es otra cosa que ser humanos. Valorar y poner en el centro de todo a la persona humana y su dignidad inviolable. Y así, segundo aspecto, nuestra relación con nosotros mismos, con los demás y con la naturaleza será respetuosa, humana en el auténtico sentido de la palabra. Y Dios, si creemos en Él, será nuestro aliado, no nuestro contrincante.
Saquemos todos nuestra capacidad de ser humanos a pasear, a trabajar. Que la ciencia, la economía, la política, la cultura… (los hombres y mujeres que se dedican a ello), se pongan sin condiciones ni egoísmos insolidarios al servicio de la persona humana y de sus relaciones sociales, de nuestra humanidad compartida. Porque ciencia, técnica, política, economía deben desarrollarse y seguir avanzando, pero siempre al servicio de la dignidad de todo lo creado que vive en interconexión fecunda y necesaria.
Porque realmente somos humanos, o nos vamos haciendo más humanos, cuando somos conscientes de que compartimos todo. Realmente somos humanos cuando sabemos compartir bien lo que somos todos: seres en comunión natural. Seres que nacemos de otros para vivir unidos con otros, con todos, en la mayor dignidad y fraternidad posibles para no vivir en la selva, sino en el respeto y servicio mutuos.
Ser humanos. Esa es nuestra misión, nuestra tarea como personas interconectadas. Este anhelo profundo, esta necesidad que sentimos, la vivimos a diario en el camino sencillo, humilde, pero inexcusable, de nuestro día a día. Somos humanos cuando nos respetamos, sea cual sea nuestra manera de pensar. Cuando dialogamos en lugar de enfrentarnos. Cuando ponemos sobre la mesa nuestra opción política o religiosa y la compartimos sin imponerla, sin rechazar a la otra simplemente porque no es la mía. Somos humanos cuando nos cuidamos y cuidamos, en lo que de nosotros dependa, a los demás. Cuando nos cuidamos juntos.
Ir avanzando en nuestro camino de humanización supone aceptar que la dignidad del otro es mucho más importante que su raza, su ideología, su religión, su orientación sexual… Dar este paso nos irá conduciendo a solidarizarnos en el dolor y en la alegría, en la dificultad y en el éxito. Nos llevará a enjugarnos mutuamente las lágrimas, que todos derramamos en diferentes momentos de la vida. Aceptaremos con gozo que otros adoren a Dios con otro nombre, que oren con otras palabras, e incluso aprenderemos de ellos algo que nosotros hayamos olvidado. Porque solo Dios es Dios y nuestras imágenes de Él siempre son limitadas, incompletas, imperfectas.
Ser conscientes de nuestra humanidad compartida nos irá capacitando para buscar esa justicia que nos siente a todos en la mesa que Dios ha preparado para todos. Iremos construyendo juntos la paz. La paz que no solamente supera todas las guerras y armas, sino que es fruto y expresión de un sentir profundo que nos conduce a vivir en la fraternidad, en el respeto mutuo, en el cariño, en el esfuerzo por mejorar la existencia de los descartados, depreciados, olvidados, ninguneados, perseguidos…
Solidaridad, fraternidad, amor, respeto, ayuda mutua, mesa compartida, alegría, servicio, cercanía, escuchar, gratuidad, justicia, honradez, libertad constructiva, gratitud, paz interior, disponibilidad, esperanza… Todo esto, y más, nos hace más humanos. Nos hace humanos. Nuestra misión de ayer, de hoy y de mañana, sean cuales sean las condiciones, las situaciones por las que atravesemos la humanidad y cada uno de nosotros, es ser humanos. Es el camino de cada día.
Porque considerar lo que somos: criaturas vulnerables y limitadas, pero capaces de obrar en generosidad, nos enseña, cuando bien lo pensamos, que dependemos unos de otros, que nos necesitamos, que tenemos que trabajar juntos, mano con mano, no unos en lugar de otros, ni unos contra otros, sino con otros, sin descartar a nadie, porque todos somos hermanos y responsables de la suerte de la humanidad que siempre es común. Por eso, “enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano”.
Feliz y responsable mes de agosto. Humano, simplemente humano.