Ya se acerca el fin de este extraño curso que ha puesto a prueba la capacidad de reacción de todos. Ha afectado a diferentes ámbitos, entre ellos el educativo. De la noche a la mañana cerraron escuelas y universidades, y por un tiempo seguramente mayor del inicialmente pensado. Se acabaron las clases y exámenes presenciales y tuvieron que adoptarse con urgencia medidas alternativas. Ha sido una prueba importante para los docentes, estudiantes, cuadros directivos de los centros y Administración educativa, y –sobre todo en el caso de los niños- para los padres. No cabe duda de que esta situación nos ha permitido descubrir nuevos recursos de enseñanza y aprendizaje. En sí mismo esto es positivo.
Sin embargo, lo más positivo me parece que ha sido otra cosa: comprobar que el contacto humano, la relación personal, el mirarse a los ojos y escuchar directamente una voz… es algo insustituible. Ha sido una ocasión para darnos cuenta de que somos seres relacionales, nacidos para la alteridad, que necesitamos darnos y recibir, y además de un modo directo, personal, sin instrumentos artificiales que limen ni lo más mínimo nuestra capacidad de contacto y percepción directa. Se trata de una realidad que, quizá por ser tan obvia, quedaba sepultada bajo las rutinas diarias, y hemos podido recatarlo. Aunque sepamos que hay alguien al otro lado de la pantalla e incluso nos responda, necesitamos verle y oírle directamente. Quizá sea otro motivo más –como tantos que nos ha traído el coronavirus- para confiar y esperar más de nosotros mismos como personas y no tanto de la técnica. Los avances de la ciencia y la tecnología son magníficos, pero no nos pueden volver autosuficientes porque no nos bastamos por nosotros mismos: necesitamos a los demás y, en un mínimo ejercicio de introspección, nos daremos cuenta de que necesitamos a Dios.
Así es como se presenta este final de curso, en espera de cómo comenzará el siguiente. Seguiremos dependiendo de las tecnologías, pero debería encontrarnos más humanos y abiertos a un Creador que sigue hablándonos desde dentro y que quiere que hablemos de Él a los demás.