El Conde de Aranda por antonomasia (aunque era el décimo), Pedro Pablo Abarca de Bolea y Ximénez de Urrea, falleció en Épila el 9 de enero de 1798, a las cuatro de la tarde, después de confesarse, recibir la comunión y la extremaunción que le administró, con autorización del párroco Ignacio Bona, el sacerdote don Pablo Marcén, racionero de la parroquia y que aparece en diferentes momentos como regente de la misma.
Había hecho testamento ante el notario epilense Antonio Ezpeleta. Dejó como ejecutores testamentarios al vicario general del arzobispado y al deán del Cabildo. Dejó a voluntad de su esposa los sufragios que habían de celebrarse por el eterno descanso de su alma.
Había sido presidente del Consejo de Castilla, embajador en Francia y secretario de Estado. En 1795 Carlos IV le autorizó a trasladarse a Aragón, instalándose en la villa de Épila, la principal de su señorío. Se le denomina gentilhombre de cámara, caballero del Toisón y capitán general de los Reales Ejércitos
Su cuerpo fue llevado a San Juan de la Peña al día siguiente de su muerte. Años más tarde sus restos fueron trasladados a Madrid, para ser depositados en un fracasado Panteón de Hombres Ilustres. Un nuevo viaje los llevó en 1883 desde la capital al viejo monasterio. Allí fueron hallados y analizados en 1985.