Siempre es tiempo de reflexión. Los seres humanos lo somos precisamente por nuestra capacidad de pensar, de discernir, de decidir reflexiva y libremente, de actuar con una finalidad… En toda circunstancia estamos llamados a la reflexión para vivir conscientemente y tomar decisiones lo más acertadas posible.
Por eso, en este tiempo, abundan las reflexiones habladas o escritas que intentan ayudarnos a tomar decisiones. Reflexiones que no son pura palabrería o repetición de afirmaciones generales que poco o nada nos aportan en nuestra capacidad de reflexión y decisión.
Estas reflexiones se presentan a veces en forma de pregunta. Preguntar, preguntarnos, es, quizás, la mejor manera de ayudarnos a pensar a quienes nos encontramos en situaciones que cambian aspectos de la vida que nos parecía tener solucionados y encauzados.Una de las preguntas, escrita por muchos y escuchada en conversaciones amistosas, suena así: ¿la pandemia aumentará el miedo y la desconfianza hacia los demás o nos ayudará a descubrir que nos necesitamos unos a otros? ¿nos alejará de los demás o nos acercará al comprobar que nuestras acciones, aun las más pequeñas, influyen en la vida de los otros?
Si miramos un poco más detenidamente a la situación de nuestro mundo, encontraremos que hemos hecho un mundo de separación, cuando no de enfrentamiento. La injusticia, el hambre, la pobreza, el paro, el racismo, el machismo… tienen su origen en el rechazo de los otros, en la indiferencia ante los que sufren, en el egoísmo que nos centra en lo nuestro. En definitiva, en no creer que formamos una gran familia totalmente interrelacionada, que nuestro modo de vivir tiene consecuencias en el modo de vivir de los demás.
Aparece con fuerza que tenemos un concepto de la vida demasiado egoísta y que ensalza, por encima de todo, la libertad personal o de mi grupo o de mi edad. Nos falta reflexionar sobre las consecuencias que surgen de esos comportamientos en mi persona y en la sociedad. Este modo de actuar y de pensar tiene consecuencias en nuestras relaciones humanas cercanas y en nuestras relaciones familiares. Confundir la libertad con lo que es bueno para mí sin medir las consecuencias sociales, es un modo no humano de ser libre. Es poner el egoísmo como norma primera o única.
Una muestra de que podemos mantenernos en este modo de pensar, sin que nada cambie en nuestra vida, puede ser el modo de reaccionar de muchas personas o colectivos en las nuevas fases o pasos de la llamada desescalada, camino de la ‘nueva normalidad’ de vida. Volver a lo de siempre, como si aquí no hubiera pasado nada.
Otra posible reacción ante la posibilidad de contagio puede ser la desconfianza hacia los demás, incluso miedo de que su contacto, su cercanía, sea peligroso para mí. El distanciamiento impuesto, aunque necesario, nos puede llevar a un recelo interior que nos separe y aleje de los demás. Sobre todo, podemos tener esta sensación o reacción las personas de más edad. Reacción equivocada y que no nos hace bien, aunque sea necesario el cuidado por los demás y por uno mismo. En el polo opuesto nos podemos encontrar con la reacción de jóvenes que se crean invulnerables o no tengan en cuenta a los demás.
La tercera reacción reflexiva y positiva, ante la pandemia, es la que nos ayudará a descubrir que nos necesitamos unos a otros, que no somos enemigos, sino vecinos en la misma casa común. Lo ha dicho bellamente Andrea Riccardi: “Tal vez, la obligada distancia física, paradójicamente, nos ha hecho descubrir que la felicidad es un pan para comer juntos y que no nos salvamos solos”[1]. De hecho, este modo de reaccionar está ya presente en nuestra sociedad. Unos, ejerciendo su profesión con total dedicación y entrega hasta el heroísmo. Otros muchos, entregando su tiempo y sus medios para colaborar ante la pobreza que ha llamado a muchas puertas, para ayudar y colaborar con ancianos, dar de comer a los sintecho… Eso sí: no puede ser una reacción del momento o ‘mientras dure el peligro’. Esta respuesta práctica nos deberá llevar a todos a reflexionar en qué debe consistir eso que comienza a llamarse ‘nueva normalidad’.
Esta tercera reacción está llamada a quedarse entre nosotros para siempre. Si creemos que otro mundo es posible, comencemos el cambio por nosotros mismos. Con el realismo de que el proceso será lento. Pero posible con dedicación, con convencimiento, con valentía, venciendo la pereza o la tentación de que de nada sirve lo poco que cada uno podemos hacer. Convencidos de que sí sirve, hagamos cada uno lo que podemos para que la felicidad, en lo que es posible en este mundo, sea ‘un pan para comer juntos’. Porque no nos salvamos solos. Y precisamente la separación física impuesta nos está ayudando a valorar la necesaria cercanía y atención de los unos para con los otros. Si queremos cambiar nosotros y la sociedad que entre todos edificamos.
[1] Rev. VIDA NUEVA. N° 3178. 16-22 mayo 20, pág. 14.