Opinión

José Manuel Murgoitio

A renglón torcido

25 de mayo de 2020

Este tiempo de pandemia está resultando como un renglón torcido en nuestras vidas. Esas vidas que proyectamos en una página en blanco y pretendemos escribir siempre en línea recta, sin desviarnos un milímetro de todo aquello que esperamos. Pero no siempre es así. Y bien que lo estamos aprendiendo en un tiempo en el que se nos ha echado a la cara nuestra fragilidad, como personas y como sociedad.

Y muchos se preguntan, ¿dónde está Dios en medio de esta pandemia? Pues sufriendo con los que sufren, pero sobre todo escribiendo recto sobre el renglón torcido de la pandemia. Y ¿cómo lo hace?, pues haciéndose visible a través de su Iglesia, que es presencia visible del Dios invisible.

Y es la Iglesia, a través de quienes formamos parte de ella, la que hace precisamente presente la esperanza en medio de la sociedad. Esa es su gran aportación ante la pandemia. Esa es su gran apuesta de mediación salvífica en estos momentos. Porque esa es la vacuna ante tanta incertidumbre. Una esperanza que se hace carne a través del compromiso individual de los cristianos pero también a través del compromiso institucional de la Iglesia.

Una esperanza que no solo se hace acto a través de los capellanes de hospital acompañando enfermos, del compromiso de voluntarios en los comedores sociales, de la actividad de Caritas, de las distintas iniciativas parroquiales, de la Mesa de la Hospitalidad, sino también de otras tantas instituciones eclesiales como lo es la escuela católica.

Y la escuela católica, fiel a su compromiso con los más necesitados, ha puesto en marcha mecanismos de ayuda para aquellas familias que no pueden hacer frente al desafío educativo de la pandemia. Porque la educación también es un instrumento de evangelización y la mediación evangelizadora de la Iglesia a través de la escuela católica se hace igualmente presente en estos momentos, por mucho que la actividad lectiva presencial se encuentre suspendida. Porque la educación también es signo de esperanza en el progreso de las nuevas generaciones.

Más allá del compromiso personal de docentes y equipos directivos para continuar la acción docente propia de la escuela, la escuela católica se ha comprometido socialmente entregando, por ejemplo, ordenadores a las familias que no disponían de ellos para que sus hijos no quedaran descolgados en la continuidad del curso académico. Así, por ejemplo, el Colegio El Buen Pastor ha hecho entrega a sus familias de 20 ordenadores y el Colegio O.D. Santo Domingo de Silos ha entregado 50 ordenadores a otras tantas familias.

Este compromiso de la escuela católica es signo material de esperanza ante tanta incertidumbre, y acción de la Iglesia que ayuda a escribir recto sobre un renglón torcido. Pero sobre todo pone el horizonte del Evangelio, la esperanza que nos salva, en el acompañamiento de los que más dificultades tienen para enfrentarse a las consecuencias de la pandemia.

Porque la esperanza es la única que no ha quedado atrapada en el tiempo y se proyecta con fuerza en el horizonte de nuestro tiempo, pues “solo una esperanza fiable puede ser al alma de la educación, como de toda la vida” (Benedicto XVI. C.E. Spe Salvi).

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