Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

Los que menos tienen y la pandemia

20 de mayo de 2020

Las noticias generales nos hablan del número de fallecidos, de contagiados, de curados (a veces con una frialdad que asusta). Nos ofrecen las medidas decretadas por los gobiernos para hacer frente al virus. Nos invitan constantemente a ser responsables para vencer juntos. Nos recuerdan los grupos de riesgo, especialmente los ancianos y los afectados por otras enfermedades. Nos presentan hechos y compromisos solidarios de personas y de instituciones.

Nos hacen ver esas filas largas, largas, de personas que esperan una bolsa de alimentos a las puertas de Cruz Roja, de Cáritas, de Parroquias, de Asociaciones de vecinos, de ONG… Alimentos comprados con los fondos de esas instituciones o entregados gratuitamente por personas particulares, por diversos colectivos o cadenas de alimentación.

Hay otros aspectos del problema que no forman parte de las noticias generales, sino que pertenecen a temas más específicos que necesitan un mayor estudio y una mayor reflexión. Por ejemplo, las causas sociales de la extensión de la pandemia.

Solemos decir que el virus no hace distinción de personas, fuera de los grupos de riesgo. Que afecta a pobres y a ricos, a varones y mujeres, a blancos y negros, a jóvenes y niños (aunque menos). Y decimos verdad. Pero no es toda la verdad.

“El nuevo coronavirus tampoco elige a sus víctimas: la estructura social y económica se las sirve en bandeja. La pobreza es un factor de riesgo decisivo en la pandemia. Y la desigualdad se encarga de abrir de par en par las puertas de los barrios más vulnerables, golpeándolos con más fuerza que a las zonas altas de la ciudad. El mismo patrón se repite en todo el planeta, también en EspañaLos barrios con menor renta de Barcelona, como…, son los más afectados por los contagios, mientras entornos privilegiados como… están entre los menos perjudicados. La incidencia del virus en las zonas más ricas es un 26% más baja que en otras menos privilegiadas. “El nivel socioeconómico juega un papel; no es el único, pero es determinante”.[1]

Según los estudios de diversas universidades en los que se basa el artículo que copio y cito, lo mismo sucede en Madrid, en el Reino Unido, en Estados Unidos, en todo el planeta. En Inglaterra, por ejemplo, la mortalidad por el coronavirus es más del doble en las áreas más desfavorecidas. La propagación, más allá de los momentos iniciales de desconocimiento, se da entre los pobres, la clase trabajadora y los marginados. Un estudio de la Universidad de Boston muestra que las personas con bajos ingresos tienen casi el doble de probabilidades de sufrir uno o más factores de riesgo frente a la covid19 que aquellos con más recursos.

Termino la cita de este articulo con estas tres afirmaciones: “Lo que advierten todos estos especialistas es que atender a los más vulnerables es esencial para vencer a la pandemia” … La segunda: “O nos centramos en la salud de toda la población o no vamos a salir de esta nunca”. Y la tercera: “El coronavirus se irá algún día, pero la desigualdad sigue ahí y seguirá siendo foco de enfermedades. Es la epidemia que nunca acaba.

Esta triple afirmación final nos da paso a una reflexión cristiana. La respuesta cristiana no se puede quedar en la afirmación de que no saldremos de esta situación si no atendemos a la salud de toda la población. Afirmación, sin duda alguna, exacta y que se debe trabajar en ella ya. Pero los cristianos, con otros, estamos llamados a superar la pura afirmación de que, si no lo hacemos, no vamos a salir de la pandemia nunca. Comprometernos para superar la pandemia, sí. Pero, además, comprometidos con la defensa de la dignidad humana y de la igualdad de todos, sin ningún otro ‘privilegio’ que la mayor vulnerabilidad de los afectados. Por su dignidad, no principalmente porque, si no lo hacemos, no venceremos a la pandemia.

También es verdad que: El coronavirus se irá algún día. Pero sería terrible que se cumpliera esta segunda parte: la desigualdad sigue ahí y seguirá siendo foco de enfermedades. Es la epidemia que nunca acaba. La desigualdad, la pobreza, el hambre, la inequidad, el paro… la epidemia que nunca acaba. Afirmación que, lamentablemente, puede cumplirse. ¿Se cumplirá? Será posible si los cristianos, ojalá todos, y las personas de buena voluntad, ojalá todas, convertimos la pandemia en ‘tiempo propicio’ para un cambio de mentalidad que nos lleve a una mayor solidaridad, a ponernos al lado de los últimos, a un mayor respeto a la naturaleza, a una vida más sana, a un consumo responsable…

Con esta esperanza comprometida estamos llamados los cristianos y toda persona de buena voluntad a construir un futuro mejor, más fraterno, más sano.

En definitiva -evangelio puro-, lo cristianos estamos llamados a comprometernos e identificarnos con aquellos por los que Jesús se preocupa y con los que se identifica: los hambrientos, los sedientos, los desnudos, los enfermos, los emigrantes, los presos. “Escuchar las Escrituras y el cumplimiento de la promesa de Jesús nos muestra que estar al lado de la vida, como Dos nos enseña, se concretiza en gestos de humanidad hacia el otro. Gestos que no faltan en el momento actual. Cada forma de solicitud, cada expresión de benevolencia es una victoria del Resucitado. Es responsabilidad de los cristianos dar testimonio de Él. siempre y para todos. En esta coyuntura, por ejemplo, no podemos olvidar las otras calamidades que golpean a los más frágiles como los refugiados e inmigrantes o aquellos pueblos que siguen siendo azotados por lo conflictos, la guerra y el hambre”.[2]


[1] La pandemia golpea más a los que menos tienen. JAVIER SALAS. EL PAÍS – 17 mayo 2020

[2] PANDEMIA Y FRATERNIDAD UNIVERSAL. Pontificia Academia para la vida. 30 marzo 2020.

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