Queridos diocesanos:
El papa Francisco, en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium dedica unos números a la fuerza evangelizadora de la piedad popular (Evangelii Gaudium 122-125). “En la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo. En algún tiempo mirada con desconfianza, ha sido objeto de revalorización en las décadas posteriores al Concilio. Fue Pablo VI en su exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi quien dio un impulso decisivo en este sentido. Allí explica que la piedad popular “refleja la sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer” y que “hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe”. Más cerca de nuestros días, Benedicto XVI, en América Latina, señaló que se trata de un “precioso tesoro de la Iglesia católica” y que en ella “aparece el alma de los pueblos latinoamericanos” (Evangelii Gaudium 123).
Ahora bien, la piedad mariana debe estar bien fundada bíblica, teológica y antropológicamente. Estos criterios deben informar las expresiones devocionales, tanto personales como comunitarias. Una atención especial merecen los santuarios marianos, tan numerosos y evocadores en toda la geografía de España.
Los santuarios marianos
En la Encíclica Redemptoris Mater, el papa san Juan Pablo II habla “de la fuerza atractiva e invitadora de los grandes santuarios” y de “una específica geografía de la fe y de la piedad mariana, que abarca todos estos lugares de especial peregrinación del Pueblo de Dios, el cual busca el encuentro con la Madre de Dios para hallar, en el ámbito de la maternal presencia de la que ha creído, la consolidación de la propia fe” (Redemptoris Mater 28).
En una ocasión posterior, el mismo papa san Juan Pablo II desarrollaba aún más estas palabras y explicaba que: “Los santuarios marianos son lugares que testifican la presencia de María en la vida de la Iglesia”; “forman parte del patrimonio espiritual y cultural de los pueblos”; “poseen una fuerza atractiva e irradiante”; “son, como la casa de la Madre, lugares para detenerse y descansar en el largo camino que lleva a Cristo”; “son lugares donde, mediante una fe sencilla y humilde de los pobres de espíritu, se vuelve a tomar contacto con las grandes riquezas que Cristo ha confiado y dado a la Iglesia, especialmente los sacramentos, la gracia y la misericordia, la caridad para con los hermanos que sufren y los enfermos”, “son auténticos cenáculos, donde todas las categorías de fieles tienen la gozosa posibilidad de sumergirse en la oración junto con María, la Madre de Jesús, no sólo mediante la plegaria litúrgica, sino también mediante esas sanas formas de piedad popular, que no pocas veces manifiestan el genio religioso de todo un pueblo, llegando en ocasiones a una impresionante agudeza teológica, junto a una extraordinaria inspiración poética” (cfr. A. García Ruiz, Oraciones de Juan Pablo II a la Virgen, Madrid, 21 de junio 190, p. 13).
El papa Francisco dice de los santuarios: “El caminar juntos hacia los santuarios y el participar en otras manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador” (Evangelii Gaudium 124).
El Pilar de Zaragoza
Por ser el actual Arzobispo de Zaragoza, quiero extractar algunas frases pronunciadas por san Juan Pablo II en la alocución en el acto mariano nacional celebrado en Zaragoza (6 de noviembre de 1982). “Los caminos marianos de España me traen esta tarde a Zaragoza […] A la Ciudad mariana de España. Al Santuario de Nuestra Señora del Pilar […] Estamos en tierras de España, con razón denominada tierra de María. Sé que, en muchos lugares de este país, la devoción mariana de los fieles halla expresión concreta en tantos y tan venerados santuarios. No podemos mencionarlos todos […] De estos santuarios […] es hoy un símbolo el Pilar. Un símbolo que nos congrega en aquella a quien, desde cualquier rincón de España, todos llamáis con el mismo nombre: Madre y Señora nuestra […] El Pilar y su tradición evocan para nosotros los primeros pasos de la evangelización de España […] Esa herencia de fe mariana de tantas generaciones ha de convertirse no sólo en recuerdo de un pasado, sino en punto de partida hacia Dios. Las oraciones y sacrificios ofrecidos, el latir vital de un pueblo, que expresa ante María sus seculares gozos, tristezas y esperanzas, son piedras nuevas que elevan la dimensión sagrada de una fe mariana (Juan Pablo II, Alocución en el acto mariano nacional celebrado en la plaza Eduardo Ibarra, de Zaragoza, 6 de noviembre de 1982).
Con mi afecto y bendición,