La Pontifica Academia para la Vida, organismo de la Santa Sede, publicó el pasado 30 de marzo un interesante y profundo documento titulado “Pandemia y fraternidad universal”. Su oportunidad y sus afirmaciones y propuestas no han pasado, por supuesto. Nos ofrece principios sociales, políticos, científicos, médicos, religiosos… que pueden ayudar a los responsables de esos sectores a tomar decisiones de largo y exigente alcance y que, por supuesto, superan el objetivo de mis sencillas colaboraciones.
Pero también nos recuerda y propone una serie de actitudes y de hechos para que nuestra vida sencilla, la de cada día, se mueva ‘a pie de calle’. Voy a recoger algunos.
El hecho de tener que vivir aislados -ahora en la fase 1 un poco menos- nos debe llevar a caer en la “cuenta de lo esencial que es para nuestras vidas vivir con los demás”. Reflexionar, por tanto, sobre la calidad de nuestra relación con los otros: ¿interesada? ¿egoísta? ¿selectiva? ¿abusiva? ¿de usar y tirar? ¿insolidaria?
Y un paso más: “el cuidado de las personas”. Esta situación es un tiempo que “desafía a la fraternidad” y se convierte en una “oportunidad” para fortalecer y dar un paso más hacia la fraternidad en el “tiempo ordinario” de la vida, no solo en ocasiones concretas, puntuales o extraordinarias.
Trae el documento unas palabras que estamos repitiendo desde el comienzo de la pandemia en nuestras conversaciones y en los artículos de pensamiento. Palabras sobre las que debemos seguir profundizando, para que no sean ‘palabras de un día’ destinadas a ser olvidadas. Son éstas: precariedad, fragilidad, vulnerabilidad, límites de la ciencia… entre otras. Nos recuerdan que no somos ni dioses, ni islas y que vivimos en una sociedad injusta y desigual que entre todos construimos y mantenemos. En esta sociedad, las primeras o las únicas víctimas de todo lo negativo que sucede o que creamos entre todos, siempre son los más vulnerables en cualquier aspecto de la existencia.
Todo esto trae consecuencias para nuestra vida porque nos hace ver palpable y concretamente “lo estrechamente conectados que estamos todos”. Con un aspecto a resaltar: en nuestra vulnerabilidad “somos más interdependientes que en nuestro aparato de eficiencia”. Los efectos de nuestra vulnerabilidad se propagan más deprisa que la fraternidad y la solidaridad que han de pasar por la libertad de acogerlas o no. Algo que estamos experimentando claramente en este tiempo.
Esta conexión nos conduce a la responsabilidad personal y colectiva: “las consecuencias de nuestras acciones siempre recaen sobre los demás. Nunca hay actos individuales que no tengan consecuencias sociales: esto se aplica a los individuos, lo mismo que a las comunidades, sociedades, poblaciones individuales El comportamiento temerario o imprudente, que aparentemente sólo concierne a nosotros, se convierte en una amenaza para todos aquellos que están expuestos al riesgo del contagio”. Pero no solamente en este aspecto tan importante del posible contagio, sino siempre. Porque esta situación nos enseña, si queremos aprender y por poner un ejemplo, que hasta las cosas que compramos y consumimos y cómo compramos y consumimos influyen en los demás.
Dentro de esta línea argumentativa, el documento sale al paso de dos afirmaciones muy frecuentes ‘a pie de calle’ y que solemos dar por ciertas. “Mi libertad termina donde comienza la del otro”. Afirmación de por sí “ambigua”, aunque pueda tener su aspecto correcto, porque presenta la relación con los demás exclusivamente desde el interés del yo y busca simplemente la coexistencia fría e insolidaria. Y favorece siempre al poderoso en cualquier aspecto de la vida. Por el contrario: “nuestras libertades siempre se entrelazan y se superponen para bien o para mal”. Vivimos interrelacionados, interconectados y, por tanto, nuestra libertad se encuentra con la del otro, con quien me relaciono inexorablemente y que es mi hermano. El encuentro de las dos libertades nos enriquece. Por tanto, las dos libertades están llamadas a “cooperar en vista del bien común y superar las tendencias” a ver en el otro un enemigo del que defendernos o al que hay que soportar porque no queda otra.
Dicho todo lo anterior, la segunda afirmación es todavía menos humana: “Mi vida depende única y exclusivamente de mí”. Sí, yo soy el primer responsable de mi vida. Sin duda. Pero la vida se me ha dado en medio de otras vidas con quienes comparto la mía. “Somos parte de la humanidad y la humanidad es parte de nosotros”. Estamos llamados a coexistir en el mejor sentido de la palabra. Existir-con, co-existir nos llama a vivir fraternalmente. La vida es compartida, no poseída en exclusiva. Somos responsables de nuestra vida y corresponsables de la vida de los demás. Cuidamos nuestra vida cuidando la de los demás. Y, al cuidar la vida del otro, cuidamos también la nuestra. Es cuestión de fraternidad responsable o de responsabilidad fraterna. Si no pasamos por la fraternidad, difícilmente seremos guardianes de la vida.
“Por lo tanto, estamos llamados a reconocer, con nueva y profunda emoción, que estamos encomendados el uno al otro”. La pandemia nos está invitando a profundizar en esta bella realidad humana que no siempre la hacemos presente en nuestras existencias. Nos llama a la conversión.
“Ahora, mientras pensamos en una lenta y ardua recuperación de la pandemia, se insinúa justamente este peligro: olvidar al que se quedó atrás. El riesgo es que nos golpee un virus todavía peor, el del egoísmo indiferente, que se transmite al pensar que la vida mejora si me va mejor a mí, que todo irá bien si me va bien a mí. Se parte de esa idea y se sigue hasta llegar a seleccionar a las personas, descartar a los pobres e inmolar en el altar del progreso al que se queda atrás. Pero esta pandemia nos recuerda que no hay diferencias ni fronteras entre los que sufren: todos somos frágiles, iguales y valiosos. Que lo que está pasando nos sacuda por dentro. Es tiempo de eliminar las desigualdades, de reparar la injusticia que mina de raíz la salud de toda la humanidad.
Con todos, no pensemos sólo en nuestros intereses, en intereses particulares. Aprovechemos esta prueba como una oportunidad para preparar el mañana de todos. Porque sin una visión de conjunto nadie tendrá futuro” (Francisco. Homilía 2° domingo de Pascua, 19 abril 20).