La ‘Puerta Baja’ del Pilar se abría a las 8.30 horas. Un momento histórico. Tras 57 días de puertas cerradas, con culto sin asistencia de pueblo, el Deán del Cabildo, Joaquín Aguilar, y su administrador y director de Patrimonio Artístico, Ignacio Ruíz, han asistido a la reapertura con lágrimas en los ojos y emoción en el corazón. «Yo cerré la basílica el sábado 14 de marzo, a las 20.30. Hoy la reabro», afirmaba el segundo. Ha comenzado la romería más bella de este mes de mayo y de muchos.
Desde las 8.00, los fieles se organizaban ante el acceso a la Santa Capilla. Mascarillas, distancia de dos metros entre cada uno, calma y deseo, rosas en las manos eran los atributos que portaban. «Mi primera salida, a ver a la Virgen, se lo prometí», comentaba una señora en la fila. Una fila que no se ha interrumpido, sino que crecía y crecía, como la de los confesionarios, porque una vez más se ha repetido el prodigio: «La mayor parte de los milagros que hace la Virgen son interiores, tienen que ver con la conversión y la paz, en el sacramento de la penitencia», corroboraba el capellán de la Virgen, José María Bordetas.
La oración de los presentes ha sido muy expresiva. En la cola, muchos jóvenes. Algunos, me decían, que están en medio de un ERTE o, sencilla y desgraciadamente, en el paro. Otros, aprovechando el descanso laboral en sus trabajos como enfermeras, médicos, auxiliares, venían a por la paz y la salud que da la Reina. También, estaban los que han venido a recomendar a sus difuntos. «En cuanto recuperemos la normalidad, haremos una gran misa funeral por todos los fallecidos en Zaragoza», anunciaba el Arzobispo a los numerosos periodistas que seguían el momento.
¿Cuántas personas? Sería mucho decir que Zaragoza, toda Zaragoza, estaba en el Pilar esta mañana; pero lo cierto es que estaba bien representada: en la primera misa, celebrada por el deán Aguilar, partipaban más de cien personas, pero sin superar el aforo. Poco a poco, más y más personas. Al final del día, serán más de mil las que han participado en la misa; cientos quienes se han confesado; miles los que en un goteo contante se han sentado ante la Virgen y la han mirado con sus ojos devotos.
Ella, sigue sin manto, porque quiere cubrir con él a sus hijos más débiles, porque quiere que se vea la roca sagrada de su columna, que es signo de la fortaleza en la fe, la seguridad en la esperanza y la constancia en el amor de quienes a ella recurren.
Bendita y alabada sea la hora en que los hijos de María Santísima vinieron nuevamente a encontrarse cara a cara con su madre en su casa de Zaragoza.