Queridos diocesanos:
Para alimentar en los fieles el genuino espíritu litúrgico y eclesial, que contribuya a incrementar una adecuada devoción a la Virgen María, es conveniente poner de manifiesto que la humilde esclava del Señor es el “modelo de la actitud con que la Iglesia celebra y vive los divinos misterios” (S. Pablo VI, Exhortación apostólica Marialis Cultus 16).
En las celebraciones litúrgicas, la Iglesia:
Escucha y guarda la Palabra de Dios, como la Bienaventurada Virgen María la acogió (cfr. Lc 1, 38) y guardó en su corazón (cfr. Lc 2, 19.51).
Alaba y da gracias a Dios, conmemorando los acontecimientos salvíficos realizados por él en favor de los hombres, como lo hizo la Virgen en el canto del Magnificat (cfr. Lc 1, 46-55).
Manifiesta a Cristo ante los hombres y los conduce hacia él como la Virgen bendita entre las mujeres portó en su seno al Salvador a Juan el Bautista (cfr. Lc 1, 39-45) y lo mostró a los pastores (cfr. Lc 2, 15-16) y a los magos de oriente (cfr. Mt 2, 11).
Ruega e intercede por la salvación de todos los hombres, como la Madre de Jesús en Caná de Galilea intercedió en favor de los esposos (cfr. Jn 2, 1-11) y en el cenáculo oró con los apóstoles invocando el don del Espíritu Santo (cfr. Hch 1, 14).
Engendra y nutre, mediante el Espíritu que obra en los sacramentos, la vida de gracia de los fieles, como la Virgen María de Nazaret engendró al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo (cfr. Lc 1, 34-35) y lo alimentó con su leche (cfr. Lc 11, 27).
Ofrece a Cristo ante el Padre y se ofrece junto con Cristo al mismo amor divino repitiendo los gestos de la humilde y generosa Madre que presentó en el templo a Jesús niño (cfr. Lc 2, 22-35) y en el Calvario se asoció “con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado (cfr. Vaticano II, Lumen Gentium 58).
Implora la venida del Señor (cfr. Ap 22,10) y vela esperando al Esposo (cfr. Mt 25, 1-13), como hizo la Virgen, que se distinguió por su múltiple espera: como Hija de Sión, esperó la venida del Mesías; como madre, el nacimiento de su Hijo; como discípulo, la efusión pentecostal del Espíritu Santo; como miembro de la Iglesia, el encuentro definitivo con Cristo, consumado por él con la Asunción al cielo de su cuerpo y de su alma virginal.
Al comprender el carácter ejemplificador de la Virgen María para el culto de la Iglesia, los fieles se sienten requeridos a participar en las celebraciones litúrgicas con las actitudes que el Evangelio nos muestra en la Madre del Señor: de presencia discreta y de tensión contemplativa; de silencio y de escucha; de constante referencia al Reino y de apremiante solicitud por los hombres.
En resumen, la Iglesia vuelve su mirada hacia la Virgen María como a su modelo en el ejercicio del culto y, al celebrar la liturgia, propone ante los fieles a María como modelo para la vida cristiana.
Uso de las “Misas de la Virgen María”
Es interesante leer las Orientaciones Generales de las ‘Misas de la Virgen María‘, en los números 27 al 31. Las ‘Misas de la Virgen María’ están destinadas en primer lugar a los santuarios marianos, para que en ellos se incremente la verdadera devoción a la Madre del Señor y se nutra del genuino espíritu litúrgico. En los santuarios es preciso proporcionar a los fieles con mayor abundancia “los medios de salvación, predicando con diligencia la Palabra de Dios y fomentando con esmero la vida litúrgica principalmente mediante la celebración de la Eucaristía y de la Penitencia, y practicando también otras formas aprobadas de piedad popular” (CIC, cn. 1.234).
La celebración de la eucaristía es el centro y el culmen de toda la acción pastoral de los santuarios: desean participar especialmente en ella los numerosos peregrinos que se reúnen en los santuarios, los grupos que acuden allí para un encuentro de estudio y oración, los fieles que peregrinan individualmente para dirigir sus súplicas a Dios, para recogerse en oración contemplativa o recibir la absolución de sus pecados en el sacramento de la penitencia.
Por eso, es necesario poner el mayor cuidado en la celebración de la eucaristía para que la acción litúrgica, adaptada a las condiciones particulares de los fieles y de los grupos, resulte ejemplar, y la asamblea que celebra los divinos misterios ofrezca una imagen genuina de la Iglesia (Vaticano II, Sacrosanta Concilium 2).
Con mi afecto y bendición,